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La tradición, sus enemigos y sus defensores (2)

Recientemente acaba de publicar nuestro compañero Mikel Arriaga el libro “Reflexiones Sobre Los Alardes de Irún y Hondarribia – Una Mirada Crítica -” . Libro que versa sobre el polémico asunto que ha generado este problema de convivencia en la comarca del Bajo Bidasoa, y que parece ser que vuelve a estar en boga estos días de verano. Seguidamente incorporamos en varias partes el prólogo del libro que trata de mostrar parte del contenido del mismo.

Jon Elgezabal

La tradición

Lejos de cualquier atisbo de visceralidad, con la mente del investigador y la sensibilidad real del antropólogo que ve los ritos humanos desde una distancia reveladora, Mikel Arriaga excava las raíces de estas fiestas en las honduras de una palabra que la superficialidad moderna ha condenado: la tradición.

¿Qué es la tradición? Arriaga me lo ha repetido en persona, trayendo el dicho de Chesterton: “La tradición es la democracia de los muertos”. La constancia de que, frente a los fallecidos, los antepasados, nosotros los vivos somos una minoría. Una minoría que debe reconocer lo que sus padres y madres hicieron en otros tiempos. Tal reconocimiento es garantía de salud pública: los psicólogos saben que, si no se reconoce a los progenitores, no existe una transmisión de poderes por parte de estos a los hijos. Si no hay transmisión, la psique humana se debate en una grave contradicción, que es la búsqueda inconsciente de aquello que no está reconocido.

Los antepasados son, por tanto, entes ineludibles ante los que sólo caben dos opciones: suprimirlos de nuestro paisaje y nuestras mentes y crear una fuente de neurosis colectiva –no otra cosa bulle en las sociedades de masas desarraigadas donde la droga, las mafias y las intervenciones estatales sin restricciones campan a sus anchas–, o reconocerlos en la tradición de forma gozosa, sin necesidad de compartir todas sus características, pero viviendo, en el momento de la fiesta, la comunión y el abrazo entre los muertos y los vivos.

Arriaga rinde tributo a estas fiestas adentrándose en su lógica y planteando que representan un antídoto contra los aspectos negativos de la posmodernidad. Frente a la técnica, el circo de la comunidad que se reconoce en unas fechas; frente al individualismo indiferenciado, el júbilo carnavalesco del disfraz bélico; frente a la banalidad de la sociedad del entretenimiento, el momento de trascendencia, de recrear la vida y el universo en sus avatares religiosos, caldeados por el fervor de la unión de una comunidad.

La fiesta para los vascos tiene un significado profundo. Gabriel Aresti nos decía en sus versos: “Guretzat berdin dira /astea eta jaia /lanaz egiten dugu /kantatzeko gaia”; “para nosotros da lo mismo la semana que la fiesta, del trabajo hacemos materia de canto”. En Euskadi, una estricta ética laboral ha venido siempre de la mano de lo comunitario y, con ello, de la necesidad de parar el organismo productivo de la sociedad para reconocer, en la fiesta y la juerga, al vecino y al propio pueblo. Y ese reconocimiento se produce mediante un rito compartido. El carácter del rito define la personalidad de cada pueblo. Y el rito es transmisión, no ruptura.

La tradición no atiende a lo útil o pragmático. Si así fuera, el euskera hubiera desaparecido hace tiempo y no se habrían dedicado tantos esfuerzos a preservarlo y normalizarlo. La lucha de clases o la lucha económica –dos caras de la misma sucia moneda– habrían engullido al pueblo vasco en su afán homogeneizador. Fue la persistencia en la tradición, el amor por los antepasados, por su estilo, por su aroma, el que labró el espíritu de los vascos en la pelea de la vida y permitió que ahora podamos seguir siéndolo. Lo mismo pasa, a escala más pequeña, con las gentes de las localidades de Irún y de Hondarribia. Para seguir reconociéndose, por encima de contingencias como migraciones y cambios sociológicos y tecnológicos, persisten en las tradiciones de sus fiestas y han protagonizado una ejemplar lucha contra una barbarie que se presenta con máscara de progreso. Mikel Arriaga nos ofrece un bello testimonio de esta resistencia a la barbarie.

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