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El doble rasero contra Israel (1)

Jon Urtubi

Si hay algo que caracteriza al acomodado progresista de causas que están lejos de él, es la clarividencia en el juicio. Sobre todo, cuando de juzgar conductas ajenas se trata. Nada mejor que el “genocidio palestino en Gaza”, -así lo llama la izquierda patriota vasca-, como ejemplo para calibrar el aserto. Sobre todo, cuando sus integrantes se auto arrogan el papel de los sufridos palestinos, y no el de Hamás, que es el que les correspondería calibrando la comparación con su andadura política en Euskadi durante los últimos cuarenta años.

Y es que, para la indignada izquierda radical vasca, en el conjunto de Palestina “se está llevando a cabo «una estrategia de castigo colectivo”. ¡Como si la violencia terrorista para causar el terror entre los vascos que luchamos contra el proyecto totalitario de ETA no hubiera sido suficiente castigo colectivo para todos nosotros! Otegi señalaba que “no somos partidarios de utilizar rehenes civiles para hacer canjes de un tipo o de otro”. Bueno, nunca es tarde si la dicha es buena. Bienvenida sea la idea, aunque sea en 2023. “Madiba” Otegi se refirió al hospital Al-Ahli de Gaza diciendo que “nadie puede mirar para otro lado” ante el innombrable ataque. Y ese es justamente el problema. Que todo el mundo miraba al hospital, hasta que se demostró que fue un misil de la Yihad Islámica el que lo destruyó. Entonces todos miraron para otro lado. Incluido Madiba.

¿Nos causa ya todo esto alguna extrañeza? En absoluto. Como no nos la causa que al acto de invasión y guerra perpetrado el 7 de octubre en territorio israelí, se le llame “atentado”. Pero sabemos la distancia que hay un atentado en nombre del califato mundial –¿Los dos ciudadanos suecos y el profesor francés, alguien se acuerda de ellos?-, y lo que es invadir el territorio de un estado para tomar control durante 12 horas y asesinar a la población civil y secuestrar a 200 personas. La orgia de sangre y fuego ejecutada en horas de disfrute para sus perpetradores hoy recibe el nombre de “atentado”. Los legatarios del muftí hoy no visten camisas pardas, pero llevan la misma bandera de la muerte de la Gestapo. Han trocado el rojo por el verde. La plana mayor nacionalsocialista hubiera aplaudido la ocurrencia como una forma de innovación para los pogromos del siglo XXI, -el del 7 de octubre, y los que están por venir-.

El pogromo tiene una lógica nefasta que conocen bien los estudiosos del antisemitismo. Robert Singer, el director del Centre for Jewish Impact apunta que cada vez que se ejecuta un ataque antisemita, se reproduce en otras partes del planeta. Así, el profesor norteamericano de la Cornell University, Russel Rickford decía ante un grupo de estudiantes de su facultad que formaban parte de la comitiva justiciera contra el Israel genocida: “Ha sido estimulante comprobar cómo –el ataque de Hamás- ha cambiado de mano el monopolio de la fuerza en la región. Yo que aborrezco la violencia como los palestinos de buena voluntad, pero primera vez en muchos años, han podido tomar aliento.” Se agradece la sinceridad del profesor Rickford. No recordamos a ningún miembro del partido nazi que mostrara su simpática muestra de solidaridad pública con las matanzas de judíos de forma tan sensible y delicada.

Los simpatizantes de la paz hebreo-palestina, los que bailaban en las ambiguas horas que unen la noche con el día en el tristemente famoso concierto de música, huyeron en todas direcciones como conejos. Algunos, se refugiaron en los búnkeres al aire libre donde había sitio para seis y cupieron treinta y seis. Los militantes de Hamás jugaron a lanzarles granadas entre risotadas hasta convertir sus cuerpos en una masa amorfa de trozos humanos de la que milagrosamente salió una chica norteamericana, oculta debajo de los cadáveres y que vive para contarlo. A un padre hebreo se le obligó a presenciar la muerte de sus hijos despellejados vivos arrastrados por una moto. Todo muy estimulante como decía el sensible Rickford. Todos los testimonios –hay que ir directamente a fuentes hebreas o de las redes sociales- hablan de un ritual satánico donde la disputa consistió en como infringir el mayor dolor posible al judío, un dolor que avivaba la sensación de bienestar de los perpetradores en la misma proporción. Todos estos relatos que forman parte del pogromo, son la intrahistoria del “atentado”, que, al no poder compararse con el “genocidio” de los palestinos, no han sido vistos. Ni escuchados. Ni considerados en detalle por los periodistas occidentales. Quien no ha consultado las redes de Israel, solo ha conocido la punta del iceberg.

Desde el 7 de octubre, se han lanzado sobre territorio de Israel desde la franja, 7.000 misiles. 7.000. Los kibutzim del sur han sido destruidos. El pogromo deja como resultado a toda la población del sur limítrofe con la franja desplazada. Los que han perdido su hogar están en hoteles o reciben la asistencia de la extensa red de solidaridad que se ha puesto en marcha en Israel. A este, así llamado, “atentado” todavía no se le ha consignado un número de víctimas oficial. Los galenos hebreos no son capaces de identificar trozos de cuerpos calcinados. ¿1.500? Son números aproximados. En Gaza, han sido asesinados 7.300 civiles. ¿Las fuentes? El Ministerio de Salud del gobierno de Hamás. O lo que es lo mismo: los perpetradores del pogromo. Podría decirse que la broma es de mal gusto por el número de fallecidos implicados. Pero, la broma vende. Y se acepta.

El justiciero acomodado con la causa palestina –la causa siempre está lejos- protesta: “yo no soy antisemita, soy antisionista” –no se entiende bien la aprensión a que a uno le vinculen con el nazismo cuando a estas alturas, todo el mundo sabe que los nazis son los hebreos-. Así lo afirmaba en un artículo reciente, el miembro de UPN, Iñaki Iriarte. Iriarte piensa que España es nación y estado. Pero no quiere lo mismo para los judíos. Nadie cuestiona sobre si franceses o alemanes deben tener derecho a tener un estado –ya lo tienen-. Iriarte no niega el nacionalismo -el de las naciones constituidas como estado-, pero sí el que pusieron en marcha los judíos. ¿Tienen los judíos, menos derecho que sus semejantes a tener un estado propio? Pero quien se declara antisionista, dice estar a salvo del antisemitismo. Del mismo modo, los árabes de Palestina -representantes del imperialismo árabe más supremacista-, precisamente son antisionistas porque son los judíos quienes quieren tener su estado. No quieren a nadie de una estirpe inferior morando en la tierra santa del profeta –consideran al judío un infrahumano.

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