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La masacre de los inocentes sin rostro (3)

Jon Urtubi

El viejo anhelo y fantasía del judenfrei –una sociedad, por fin, libre de judíos- de Adolf Hitler, susurrada a su oído por Muhammad Amin al-Husayni, el gran líder árabe palestino en su calidad de gran muftí de Jerusalén ha llegado hasta nosotros por medio de lo que Pascal Bruckner bautizó como el “islamo-gauchisme”, la alianza entre el islamismo radical y la izquierda revolucionaria en contra de los sistemas parlamentarios occidentales del que Israel forma parte. Al muftí de Jerusalén, las víctimas del holocausto le parecieron pocas. El espíritu del muftí ha llegado a España a los días del atentado, a la Puerta del Sol de Madrid, a la concentración popular contra el terrorismo de Israel. Unas horas más tarde, Enrique Santiago portavoz de Izquierda Unida en el Congreso y diputado de Sumar, explicaba en rueda de prensa sobre si el de Hamás era un ataque terrorista: «Nosotros ni lo consideramos ni lo dejamos de considerar». Los portavoces de Sumar, dijeron por su parte “desconocer qué es un grupo terrorista”. Santiago, presidente del Partido Comunista, ha sido el secretario de estado del gobierno español para la Agenda 2030 entre 2021 y 2022, la agenda política que nos convierte en aplicados ciudadanos para construir una comunidad más tolerante y justa y más respetuosa con el medio ambiente de la que gozamos en Occidente. Esperamos ansiosos el fruto de su trabajo, aunque nos atrevemos a conjeturar que, con las dificultades que muestra para valorar la conducta de quienes se deleitaron durante seis horas en la carnicería de Israel, aún necesita leerse varias veces la lista de la Agenda.

Toda esta orgía antisemita y judeófoba, que grita y protesta contra Israel con los cadáveres aún calientes de los inocentes, no es nueva. Ya no nos impresiona que la culpa de la muerte de los judíos la tengan los propios judíos. Ni que estos sean reducidos a la categoría de asesinos. Hoy, el sueño del judenfrei viene por boca de aquellos que ignoran el sufrimiento de las mujeres violadas, las niñas decapitadas y las ancianas ejecutadas mostradas en las pantallas de los hogares occidentales. Nos muestra el panorama de los tiempos que corren. Ellos, nos explican, que todo esto es por culpa de Israel. El discurso nos dirige hacia el axioma incuestionable: las verdaderas víctimas del sábado son los palestinos. Que toda esta demostración mediática no es más que un subterfugio para mostrarnos a las víctimas israelíes como lo que no son, como víctimas, apropiándose de la verdadera legitimidad como tales que corresponde a los palestinos. A las víctimas del ataque, o más claramente, a los judíos, ya no solo les han borrado el rostro y la biografía. Han quedado reducidos a la misma naturaleza que los árboles, el ganado o el abono para la tierra.

Yassir Arafat, otro competidor de Hitler y el gran muftí en antisemitismo y como eliminar judíos en menor tiempo posible, que causó furor entre la adolescencia revolucionaria del siglo pasado, -y al que nuestra Izquierda Abertzale admira hasta el extremo- cuenta con el glorioso pasado de ser el líder de la causa palestina cuando su organización perpetró la Matanza de Maalot en 1974. El Frente Palestino secuestró una escuela de primaria israelí pidiendo a cambio la liberación de los presos de su organización. Cuando el Tzahal asaltó la escuela, los secuestradores tuvieron tiempo de lanzar varias granadas y matar de forma heroica a 22 niños y herir a otros 70. Aquello hizo pensar a los revolucionarios. Los judíos no solo portaban los galones de víctimas del nacionalsocialismo. Ahora contaban con la empatía de aquellos que ven en el asesinato de un niño la mayor perversión que se puede cometer. De lo que se trataba entonces era de arrebatarles los galones, de invertir el escenario, toda vez que la víctima copaba la atención en la sociedad mediática y hacía saltar los resortes de la simpatía. Los judíos perseguidos por los nazis y los niños hebreos asesinados en Maalot tenían que dejar de serlo. Los judíos debían ser nazis y asesinos de niños. En una década, la hipótesis se convirtió en realidad. ¡Que desvergüenza apelar al nazismo, para lograr un crédito infinito por cuenta del holocausto y los pogromos, cuando son los judíos los que son los nazis! ¡Que manipulación la de los medios occidentales, que nos muestran las escenas de niños judíos asesinados, cuando son sus mandatarios quienes los conducen a la muerte por cuenta de su política de ocupación! Hoy, parte de la izquierda europea vigoriza y espolea la judeofobia y el antisemitismo más multisecular. Designa como nazi al estado de Israel. Con la misma determinación de quien condujo a su pueblo directo a la cámara de gas. Y parte de la izquierda española da codazos para abrirse camino y salir en la foto.

Escuchamos por boca de los mandatorios occidentales, palabras de condena de la masacre. Que viene acompañada con el llamamiento a Israel a cumplir las resoluciones de la ONU. ¿Qué resolución? ¿Aquella que dice que el Estado palestino que se constituya tiene el deber de presentar garantías de seguridad para el Estado judío que ya existe? ¿Cómo se defiende un país de 135 kilómetros en su máxima extensión de anchura, que hace frontera con un país cuyo anhelo puede consistir en destruirlo a la menor oportunidad? Conocemos a estas alturas la labor de la ONU durante estos últimos 30 años. Pero, la ONU de 1947 no es la ONU de 2023. Lo mismo comprobamos con otro de los organismos internacionales más aludidos cuando se trata de dotar de legitimidad al discurso: la OMS. Ya vimos cómo se las gastó ese organismo para ridiculizar a los países occidentales por sus flagrantes incumplimientos para con la ciudadanía de su población, mientras se reservaba el juicio condescendiente para con el país causante del desastre de la pandemia, que resulta que -siempre ocurre lo mismo-: no es ni democrático, ni occidental.

Con la ONU ocurre igual. Hace años que los europeos perdimos la inocencia. Muchos de los mandatarios occidentales que nos gobiernan, a tenor de los hechos, parece que no. Por más que se dirijan a nosotros impostando ponderar todos los factores del conflicto. La Asamblea General de Derechos Humanos, donde más de la mitad de sus países integrantes no son democráticos, es la encargada de velar por el cumplimiento de los derechos humanos en el planeta. De Gaza, de cómo son tratados los ciudadanos de la Franja por la fuerza que les gobierna, no tenemos noticia. Sobre cuál es el destino de la ayuda de millones de euros que recibe la franja para mejorar la calidad de los palestinos, tampoco. ¿Dónde están desde 2006 los servicios públicos para los gazatíes? Han pasado casi dos décadas desde entonces, y no vemos en la franja rastro de inversión en mejora la calidad de vida de sus ciudadanos. ¿A la ONU, todo esto no le interesa? ¿No interesa donde está el dinero que llega a la franja? ¿Acaso apropiarse del dinero público que llega, que se gasta en construir una ciudad de túneles bajo tierra para que la milicia de Hamás pueda moverse sin ser localizada por los satélites israelíes y en adquirir misiles balísticos de largo alcance, es un aspecto que no interesa a nadie? ¿Las organizaciones de derechos humanos no están interesados en investigar esto? ¿Nadie está interesado en investigarlo? No nos llega noticia de su preocupación por los gazatíes que solo aflora cuando los judíos, inocentes sin rostro son asesinados. Solo entonces.

Pero la investigación no es necesaria porque la respuesta, como todo lo que ocurre en oriente medio y haga referencia a Israel, es sencilla. Gaza no es un estado, la culpa de que las ingentes subvenciones que llegan allá no sirvan para desarrollar los derechos de los gazatíes, también es de los israelíes. Por la ocupación. Apelar a la ocupación es enseñar escalera real en el póker político sobre oriente medio. “Ocupación” es la palabra fetiche y que lo legitima todo. Cualquier cosa. Lo mismo da. Quien esgrime el vocablo no tiene ya la necesidad de detenerse en una librería a mirar la portada de cualquier ensayo político sobre el conflicto. Tampoco nuestros representantes políticos occidentales, que demuestran estar muy cómodos cuando permiten que otros piensen por ellos. Nada más estimulante para el perezoso occidental que secundar los más venenosos argumentos contra la civilización y el estado de derecho. Hace tiempo que la pereza intelectual es la bandera de quienes tienen la misión de asegurar la democracia para nuestros descendientes.  Ya que aludimos a la ONU, fijémonos en el siguiente dato. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU, dirige la mitad de las resoluciones que dicta a condenar a países democráticos. El Consejo llegó a tener el cuajo de nombrar a Irán en 2021 para presidir la Comisión por los Derechos de la Mujer. Este mismo año, la ONU vuelve a insistir con Irán para presidir el Foro de Derechos Humanos. Pero, es que también permitió a Rusia la presidencia temporal del Consejo de Seguridad en abril de este año o designó a Corea del Norte como responsable para presidir el Consejo de desarme en 2022.

Hace tiempo que la ONU tomó partido en Oriente Medio al estilo dicotómico de los fervores defensores de los derechos humanos contemporáneos: opresores y víctimas. Hace tiempo que los palestinos son los agredidos y los israelíes, los colonizadores. Entonces caemos en la cuenta de que poco importa cuán mal se comporten los primeros. Los segundos siempre estarán equivocados. No hay más palabras señoría. Esta es la sentencia que más se escucha en la ONU durante todo el siglo XXI en lo que respecta al conflicto árabe-israelí. La ONU ve mucho más flagrante la “ocupación” israelí que todos los perjuicios que puede provocar a la causa de los derechos humanos países como Rusia, Irán o Corea del Norte.

Para la actual relatora especial de la ONU para los territorios palestinos, la italiana Francesca Albanese, los actos de Hamás son una “resistencia justificada a la ocupación.” De la misma manera, califica los esfuerzos de las fuerzas policiales israelíes para detener a los terroristas, o incluso para mantener el orden en el Monte del Templo —el lugar más sagrado del judaísmo—como actos de “ocupación” que deben ser condenados por la comunidad internacional. En diciembre de 2022, la indignación israelí por los comentarios de Albanese –que siempre cae en saco roto en la comunidad internacional- alcanzó su punto álgido cuando la relatora, intervino a través de zoom en una conferencia organizada por Hamás en Gaza, durante la cual espetó a los respetables miembros de la organización: “tenéis derecho a resistiros a esta ocupación.” Los representantes de Israel en la ONU informaron de que Albanese había utilizado la expresión “lobby judío”, vocablo indicador del más abyecto de los antisemitismos.

Pero Albanese no pierde el tiempo cuando de defender los derechos humanos se trata. En su cuenta personal de Twitter escribía: “Israel no puede reclamar su derecho a defenderse de la gente a la que oprime y cuyas tierras coloniza.” No necesitamos rompernos la cabeza para recurrir a ejemplos sobre el más racista antisemitismo y judeofobia. La relatora de la ONU es un torrente de argumentos. Que la pongan como ejemplo en las escuelas de Israel, junto al Holocausto y Memoria de Israel Gutman, para evitar que los vagones hacia la cámara de gas vuelvan a funcionar nuevamente algún día. Pero semejante demostración judeofoba y desprecio por los derechos humanos no podía quedar sin el consiguiente ditirambo hacia la relatora. Hay codazos para salir aplaudiéndole en la foto. En enero de 2023, una declaración de 116 organizaciones de derechos humanos -sí, 116-, y de la sociedad civil, instituciones académicas y demás grupos diversos, elogió los “inmensos esfuerzos de Albanese hacia la protección de los derechos humanos en el territorio palestino ocupado y en la sensibilización sobre las alarmantes violaciones diarias de los derechos de los palestinos.” Semejante coro de indignados solo puede ser congregado en el momento en que alguien como Albanese, ha recibido una crítica de los judíos –del looby judío como dice ella-. Entonces, vemos que la relatora tiene la piel muy fina para la crítica. Y moviliza a la afición para su defensa ante semejante afrenta del supremacismo judío. Quien espere de la ONU imparcialidad, cordura, espíritu democrático y compromiso con los derechos fundamentales de las personas ya puede ir tocando otra puerta. Los gobiernos occidentales aún entienden la ONU como una versión hipermoderna de Los siete sabios de Grecia. Nada más lejos de la realidad. El racismo más multisecular contra los judíos sale ahora por boca de aquellos que nos sermonean a sueldo por nuestra falta de compromiso para con los derechos humanos en el planeta. El judenfrei hoy, ha llegado a la ONU

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