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Jon Elgezabal

El nuevo escenario que se abre se inicia ya mismo con la composición de las instituciones. En este ámbito los portavoces de Bildu y los diversos altavoces mediáticos de la izquierda abertzale muestran los mismos parámetros ideológicos de los tiempos de plomo. Bildu está dispuesta a que Asiron sea alcalde de Iruña quitando al candidato más votado que es de UPN. Pero no quiere que pase lo mismo respecto a Maddalen Iriarte en la Diputación de Gipuzkoa. Según GARA, tal cosa “no sería ética”. O como dice la misma Iriarte: “no es legítimo”. Es legítimo que Podemos vote a Iriarte pero no es legítimo que el PP vote a Eider Mendoza.

Esta perspectiva remarca dos rasgos típicos de la Izquierda Abertzale: el doble rasero y la exclusión: no vale para ellos lo que vale para los otros; y los votos del electorado del PP de Gipuzkoa son impuros. Aquí la Izquierda Abertzale deja asomar el componente totalitario de su ideología. Arnaldo Otegi decreta que hay “un cambio de ciclo”, en el que el PNV va a ser descabalgado y la presencia institucional de Bildu abrirá un nuevo tiempo. Es él quien decide el curso de la historia vasca. Porque, según esta visión, los componentes de la Izquierda Abertzale son los sujetos de la historia. Nadie más es protagonista de la historia. Ellos son el pueblo en exclusiva. Así lo proclamaba su lema electoral “El mejor alcalde, el pueblo”.

La visión de Bildu y de sus dirigentes representa la actualización de la función mesiánica que la Izquierda Abertzale se ha dotado a sí misma desde principios de su historia. Esto no cambia. Los estrategas de Bildu, para lograr cumplir el primer mandamiento del manual bolivariano, que es tocar poder como sea, exportan el modelo que ya ha ejerció en algunos pueblos a la generalidad del país: insuflar o ayudar a crecer a una serie de fuegos en temas sensibles, como Osakidetza, Educación o el ámbito de los jubilados, que causa un efecto corrosivo en nuestra sociedad. Una guerra de baja intensidad enmascarada en cuestiones sociales. Ni propuestas ni dinámicas constructivas, sino iniciativas dentro de la sociedad que han logrado, hasta cierto punto, generar una sensación de cansancio y desencanto. Mientras Bildu confía en la movilización de su electorado, que apenas ha subido respecto a las elecciones del 2019 pero cuya perseverancia le otorga la posibilidad de la victoria. Este editorial de GARA representa, mejor que nada, el estado de ánimo que se pretende extender:

«Iñigo Urkullu ha amoldado el partido a su carácter reaccionario, malhumorado y obsesivo. Tiene un poder supremo y autónomo. Ha superado a Juan José Ibarretxe y va camino de superar a José Antonio Ardanza en el cargo, pero no se adivina cuál será su legado. A este ritmo, puede ser una herencia trágica para su partido y un balance pésimo para el país… A la falta de ideas, a la mentalidad reaccionaria, a la soberbia, se le suma que el sistema clientelar está gastado. No cumple lo que promete, lo hace mal, no se ha invertido y es tarde. Han hipotecado la capacidad institucional a cambio de negocios. Tienen la tentación de compartir costes, pero no se atreven. A saber qué habrá ahí. Osakidetza es un indicador. La Ertzaintza otro.»

Pongamos el espejo de estas reflexiones sobre la Izquierda Abertzale: ¿Es qué Arnaldo Otegi no lleva en el poder más tiempo que Urkullu? ¿Cuál es su legado? ¿Su balance para el país? ¿No detenta un poder supremo y autónomo en Bildu? ¿Su mentalidad revolucionaria no es tan reactiva como cualquier mentalidad reaccionaria? En cuanto a Osakidetza ¿hay algún servicio de salud en el mundo occidental que no haya sido afectado por la pandemia? Y la Ertzaintza ¿es qué la Izquierda Abertzale no hace todo lo posible para desprestigiar a ese cuerpo? Lo cierto es que Urkullu consiguió recuperar la interlocución con el Gobierno Español (que Bildu ha seguido), retomó la política industrial de Juan José Ibarretxe que ha permitido superar con éxito la crisis del 2008 y la de la actual Pandemia. Urkullu como Lehendakari, junto con Uxue Barcos como presidente de Navarra, dieron carpetazo ético y democrático a la autodisolución de ETA. En la actualidad mantiene un país con un nivel de bienestar económico y estabilidad institucional envidiable. Mientras tanto, Bildu quiso encaminarnos por el camino del Procés catalán, cuyas consecuencias saltan a la vista.

Es de prever que en algún tiempo futuro Bildu alcance responsabilidades de poder mayores que las actuales. Podría llegar a presidir alguna Diputacón o incluso el Gobierno Vasco. El impulso de cambio y alternancia son consustanciales al sistema democrático. Y, dentro de la sociedad vasca, parte de este reflejo natural puede ser razón del actual éxito electoral de Bildu. El PNV ha visto su proyecto político, basado en los derechos históricos y el Estatuto, realizado y consolidado. Bildu, se mimetiza con esta situación, aunque, como vemos en el caso de la composición de las instituciones, sigue sosteniendo sus constantes ideológicas.

El problema no es que gobierne Bildu. Sino que nuestra sociedad posea la suficiente fuerza como para aguantar los niveles de destrucción social que pudieran derivarse de su gestión de lo público. La abstención de estos últimos comicios nos muestra una sociedad cada vez más descontenta y desmovilizada. En este contexto ¿Cuál tendría que ser la función de un partido nacionalista? Reforzar a la sociedad mediante un impulso patriótico que otorgue trascendencia a lo cotidiano. Teniendo en cuenta los grandes retos de la supervivencia de la identidad vasca en tiempos de extrema globalidad. Para ello, resulta necesario encarar los más graves problemas que nos afectan como pueblo (euskera, natalidad, monopolio de la izquierda abertzale de las redes sociales…). Ya se ha formulado tal concepto como Gobernanza Colaborativa, donde se contemplan la cooperación e interacción entre instituciones y sociedad. En estos momentos, la labor del nacionalismo  consiste en reforzar y dar sentido patriótico a la sociedad.

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