Mikel Arriaga (Profesor e Investigador)
Tradición renovada por las pruebas de la lucha
La irrupción de una determinada política en una fiesta popular constituye un acontecimiento antropológico de primer orden, pues permite contemplar el fenómeno de cómo las transformaciones político-sociales influyen en el desenvolvimiento de los ritos tradicionales. La Izquierda Abertzale, surgida a fines de los 60, tomando fuerza en las próximas décadas, rompe con el nacionalismo vasco tradicional, adopta una ideología revolucionaria derivada del Mayo del 68, y representa un nuevo movimiento con una nueva ideología.
Se ha hablado de la Izquierda Abertzale como de “religión política” o “religión de sustitución” (Izaskun Sáez de la Fuente, 2002). Sin embargo, tal acepción puede considerarse equívoca. El objeto de “culto” de la Izquierda Abertzale no es un pueblo vasco, real o imaginario, sino el mito revolucionario, la política entendida como revolución. Recordemos que para los filósofos del 68 que hemos analizado no hay política sin revolución, y sólo la revolución es política verdadera. Por eso Derrida, con su obra acerca de Marx (Espectros de Marx, 1994) quiso refutar a Francis Fukuyama y su teoría sobre el fin de la historia. La historia no finaliza, dice Derrida, porque la escala de transformación global que vindicaba el Manifiesto de Marx todavía no se ha consumado. La única política real en un mundo del capitalismo global sería la que sustituyese a este por una especie de “socialismo global”.
Desde al menos 1968, la Izquierda Abertzale adoptó la perspectiva de “pensar globalmente y actuar localmente”. El culto a la Revolución presupone la aplicación de la idea global-general de la Revolución a lo local. De esa forma, asumió el “nacionalismo revolucionario” marxista-leninista propio de los movimientos de liberación del Tercer Mundo y lo aplicó para Euskal Herria. Abandonó la etiqueta de “nacionalismo” por la de “abertzalismo” con la intención de romper de forma radical con un nacionalismo vasco tradicional de raíces cristianas y democráticas.
Esa ruptura también quiso ser una sustitución. La ruptura con un concepto secular del pueblo vasco arraigado en tradiciones seculares presupone, asimismo, la sustitución de tales tradiciones por un proceso de vaciamiento de las mismas. En el caso de la nación vasca y en el de la fiesta del Alarde, la política-revolución quiere quedarse con la cáscara pero desechando el contenido. Y el contenido a eliminar es la propia confianza popular de continuidad y de vinculación con los antepasados. La política-revolución, al suponer una disrupción de todos los órdenes, también es enemiga de la idea de un origen. La identidad “vasca” de la política-revolución se realiza, por ello, como una identidad inventada.
Es lo que vemos en los casos de los Alardes de Irún y Hondarribia. El modo consuetudinario de gestionar las fiestas locales fue violentado por una minoría que en nombre de un principio político quiso imponer su criterio. Los derechos de las mujeres se erigieron en la razón, puramente formal, de la sobreposición de lo político sobre lo consuetudinario. La Izquierda Abertzale, al no poder decidir directamente la naturaleza de las fiestas, pretendió hacerlo por medio de un “sujeto interpuesto” como representa Jaizkibel Konpainia o el movimiento del llamado Alarde Mixto. Y aunque quiera ocultarse u obviarse, la intromisión de la Izquierda Abertzale es nítida y clara. No es baladí ni casualidad que la Kapitana de Jaizkibel Konpainia, Oihana Etxebarrieta, sea a su vez diputada de EH Bildu en el Parlamento Vasco.
Se puede objetar a esta perspectiva diciendo que la irrupción de “lo político” pone al descubierto otra política, la política dominante hasta entonces en esos pueblos. Hay parte de verdad en este aserto. Pero la “política”, entendida como primacía de una reivindicación política, entendida como la equivalencia política-revolución, no es una entre dos opciones (socialismo/capitalismo, machismo/feminismo) sino es una entre variadas opciones políticas. Y la política no se da sólo a nivel global o sólo se piensa globalmente.
Existe un nivel político de lo puramente local, con una genealogía perfectamente discernible, en la que las generaciones pasan el testigo de unas a otras tanto a nivel de trabajo comunitario como en materia de organización de fiestas y eventos. En este sentido, la “política” dominante en el Alarde Tradicional es la que representa la “costumbre”, lo consuetudinario, una política no sujeta al eje Estado-Instituciones, ya que (el actual conflicto lo ha demostrado) se organiza al margen de estos y representa a la mayoría de ambas localidades. La Tradición, tanto allí como en el conjunto del País Vasco, es la “costumbre” que actúa al margen o en los márgenes del derecho formal o del propio sistema político.
Es verdad que la “costumbre” en Euskal Herria se erigió en modo de organización, con la organización foral confederal, que desde lo local construyó escalas de representación conectadas de abajo arriba. Hoy en día, la dualidad Gobierno Vasco-Diputaciones es ejemplo de ello. Y también es verdad que la “costumbre” siguió funcionando en épocas de eclipse democrático, como por ejemplo la dictadura franquista, en la organización de las fiestas populares actuó de manera independiente del sistema político. Es un fenómeno que se dio en Irún y Hondarribia y en el conjunto del País Vasco, tras la guerra civil, fueron las comunidades locales las que rescataron las tradiciones de la indiferencia u hostilidad del sistema franquista, para el cual todo lo vasco y particular (todo lo susceptible de una cohesión social que no respondiera a una conciencia puramente españolista) resultaba sospechoso.
El fenómeno del Alarde Mixto nace de grupos que la Izquierda Abertzale designó como representantes del “feminismo[1]” y que encaminó para que impusieran su modelo de fiesta. Representaban la minoría de una minoría que con el pretexto de un criterio político general (“La razón nos lleva a reivindicar la presencia de la mujer en el Alarde porque en ningún sitio se nos debe discriminar”) pretendió forzar la forma comunitaria de decisión acerca de las fiestas de ambas localidades.
Para los representantes del Alarde Mixto es evidente que un principio político se sobrepone a la ley de la costumbre y de la mayoría. Aquí reside el aspecto de diferencia cualitativa entre esta política y la política de la costumbre. La política entendida como revolución debe necesariamente “forzar” y “generar conflicto”. El tema del “derecho” se ha convertido en una cuestión jurídica, en la que la judicatura ha tenido que admitir la legitimidad de que unos vecinos (en este caso la mayoría de los de Irún y Hondarribia) tienen derecho a organizar su fiesta como quieran. De forma paradójica, la fiesta comunitaria ha podido persistir gracias a que se haya declarado fiesta privada. Pero para la política revolucionaria la coexistencia ya es una derrota. Por eso persevera en afirmar que existe un problema. Para este paradigma, el problema es que la mayoría pueda regirse sin ser condicionada por su mandato. Porque la política-revolución posee vocación de sustituir el todo por la parte como si esta fuera el todo. Y en realidad no hay conflicto de género. Recordemos lo descrito anteriormente por la antropóloga británica Jenny Pearce, simplemente es un problema de convivencia. Cuestión negada por Jaizkibek Konpainia, que existe por el imperativo ideológico de que se perciba el enfrentamiento como un problema de género y de discriminación hacia el sexo femenino.
Al dividir el eje social entre opresores y oprimidos, la política-revolución postula una escisión del cuerpo de la comunidad, en la que los unos (Jaizkibel Konpainia) serían los oprimidos y los otros (Alarde Fundazioa) los opresores. Esta imagen maniquea o caricaturesca es la que se ha enseñoreado en los medios de comunicación y la representación que hacen de este conflicto. Estas páginas tratan de verificar que la realidad resulta más compleja que un relato de machistas y feministas. Como antes el nacionalismo, el feminismo resulta instrumental para un grupo/colectivo cuyo cometido real y práctico es gestionar la vida comunitaria y política de un determinado entorno, rompiendo con las formas de organización hasta entonces vigentes. Para ello, la política-revolución aplica una metodología leninista probada en múltiples luchas, cual es plantear la enormidad de un problema (¡la discriminación de la mujer!) como medio de silenciar cualquier tipo de debate y convertir el conflicto en una lucha de poder entorno a una razón moral incontrovertible.
Para la Izquierda Abertzale, la lucha por condicionar el Alarde ha sido una más entre muchas otras. En otros casos, como por ejemplo, en el de imposición de un modelo de gestión de residuos, el caso del Puerta a Puerta (2012), cuando Bildu regía la Diputación de Gipuzkoa, entonces también se pudo observar esa voluntad de dominación-domesticación del cuerpo social, esta vez el pueblo guipuzcoano, con la bandera del ecologismo como razón moral incontrovertible (no existe el derecho a contaminar, se decía). Como los casos de Irun y de Hondarribia, en contra de estas directrices, se alzó una rebelión cívica exitosa. Sin embargo, para un antropólogo, más que esta intervención de la política-revolución, que es un fenómeno global, cuyas coordenadas responden de modo estricto a una ideología reproducida por grupos de poder internacionales, resulta más interesante la actitud del propio Alarde Tradicional.
Desde lo que sólo puede denominarse una “economía moral” particular -que prescinde de las imposiciones de lo global- el colectivo del Alarde Tradicional ha sabido gestionar la continuidad de su propia fiesta, siendo fiel a una costumbre-comunidad que, pese a todo, persiste, tratando de mantener el hilo que le une con los antepasados. Esta resiliencia a la homogeneización y a presiones sociopolíticas de fuerza tremenda resulta admirable y digna de mención. Comprobamos que la religión del “progreso” y la técnica, madre de la política-revolución, no es omnipotente. El intento de subvertir la tradición topa con la horma de su zapato. En este caso vemos que las “milicias forales” que aparecen representadas en el Alarde han combatido duramente el “contrafuero” de la intromisión externa. Se demuestra que la “tradición” no es estática, sino que también se gana en la lucha.
[1] Los grupos organizados entorno a la denominación Bidasoako Emakumeak (Margaret Bullen, “Las mujeres y los Alardes de Hondarribia e Irún”, Arenal, enero-junio 1997, p. 126).
Efectivamente el problema es de convivencia.
“para la política revolucionaria la coexistencia ya es una derrota”
“Jaizkibel Konpainia interpreta el que haya dos alardes como una derrota.”
En los eventos deportivos, lo mismo que en los rituales histórico-antropológicos de corte lúdico-festivo, caben todo tipo de “equipos”: masculinos, femeninos, mixtos… Hay muchas formas de “equipo”, todos tienen derecho a configurar el suyo (siempre que respeten los otros) en la forma que consideren más adecuada, para la representación de su espectáculo.
Lo intolerable es intentar vender “verdades revolucionarias” como la siguiente:
“La mayor parte de las personas que hoy estamos vivas hemos conocido un Alarde más o menos semejante. Se abre con la Escuadra de hacheros, unidad especial, integrada por hombres de aspecto imponente (…) Es arriesgado hacer un análisis sociológico de sus integrantes – en su mayor parte alta burguesía, por aventurar un dato – pero está claro que formar en sus filas constituye un alto honor social y simbólico”. Mercedes Tranche (Bidasoako emakumeak).
¡Vaya con la alta burguesía de Hondarribia”!
La opinión de Mertxe Trantxe es conocida en este mundillo. Es una opinión parcial, manipuladora, falsa, torticera, con ánimo de crear mala imagen, y sobre todo, subjetiva y no probada en ningún caso. Se podía resumir simplemente con la palabra FALSA. Por favor, no entremos en juegos de mentiras, de pequeño o de amplio calado, esto no lleva a ningún lugar susceptible de ser resolutivo para el conflicto.
Artículos interesantísimos.
Pero se debería ahondar un poco más en el papel de los medios de comunicación. El gran daño y la gran manipulación que están ejerciendo parece pasar desapercibida. Son el gran acicate de la bronca y el enfrentamiento. No hacen más que amplificar el eco falso de la consigna revolucionaria que intenta imponer la opinión de que los Alardes Tradicionales van en contra de un derecho fundamental. Si así fuera, judicialmente el asunto ya estaría resuelto, con una sentencia firme y un mandato ejecutivo de pronta aplicación, y no es el caso, esto no ocurre. Estamos ante la gran mentira y la enorme falsedad de los mass-media en pro de una causa que vulnera la mayoría de la opinión y de la actitud de las personas de la comarca del Bajo Bidasoa.
La actitud de todos los medios de comunicación hasta ahora ha sido la que bien nos comenta Arriaga: “Al dividir el eje social entre opresores y oprimidos, la política-revolución postula una escisión del cuerpo de la comunidad, en la que los unos (Jaizkibel Konpainia) serían los oprimidos y los otros (Alarde Fundazioa) los opresores. Esta imagen maniquea o caricaturesca es la que se ha enseñoreado en los medios de comunicación y la representación que hacen de este conflicto.”
Los medios de comunicación simplemente se han quedado en este nivel de análisis, y no hacen más que insistir vociferando estas proclamas, poniendo en práctica dos máximas: “miente, que siempre algo queda” y también “una mentira repetida hasta la saciedad termina convirtiéndose en verdad” (al más puro estilo Joseph Goebbels).
Y como bien nos dice Arriaga, en realidad no hay conflicto de género, simplemente es un problema de convivencia, de ponerse de acuerdo en unos mínimos respetándose mutuamente. Cuestión negada por Jaizkibek Konpainia, que existe por el imperativo ideológico de que se perciba el enfrentamiento como un problema de género y de discriminación hacia el sexo femenino.
La dictadura de lo políticamente correcto. Con el tema del plan de igualdad del ayuntamiento de Irun han montado un circo terrible. Hasta el punto de que Miren Etxebeste de Podemos, la delegada «igualdad» del ayuntamiento(que vetó a una persona en un acto por ser partidaria del alarde tradicional)dice que el alcalde Santano del PSOE ha usurpado sus funciones con el apoyo del PP y PNV eliminando las referencias al alarde previamente trabajadas por asociaciones locales de la órbita de la izquierda abertzale. Todo un espetáculo.