Mikel Arriaga (Profesor e investigador)
La ideología de lo políticamente correcto.
Estamos ante una nueva ideología de lo políticamente correcto, en la que el mayor exponente lo encontramos en las redes sociales y en los medios de comunicación. Detrás de una jerga superflua encontramos discursos carentes de sustrato, carentes de datos, y con un perverso ánimo de manipular a las masas negándose el uso de la razón para así poder aglutinar a todos los individuos en un colectivo oprimido y, a su vez, opresor de todo aquel que, recurriendo a la razón, los datos y las evidencias cuestione los nuevos dogmas.
En los últimos tiempos es habitual encontrarnos con conceptos como feminismo, micromachismo, empoderamiento, marxismo con perspectiva de género, lenguaje inclusivo, heteronormatividad, transfobia, deconstrucción de la masculinidad heteropatriarcal, feminismo de tercera generación, minorías sexuales, etc. Todos ellos supuestamente muy elaborados pero que carecen de un sustrato arraigado en el conocimiento y en la esencia de conceptos derivados de la reflexión y el pensamiento.
Ante esta corriente de lo políticamente correcto, unos rituales, unos hechos diferenciales y fuertemente arraigados como son los Alardes de Irun y Hondarribia chocan fuertemente con ella. Son una aberración a los ojos de cualquier sentimiento progre que así se precie. No encuentran su lugar. Y de forma habitual, sin mucho razonamiento, se suele tender a rechazarlos o a tratarlos de machistas, fascistas, heteropatriarcales, heteronormativos, instrumentos opresores de la norma sexual imperante, actos que perpetúan la hegemonía del status quo dominante, y un largo etcétera.
Sin embargo, los Alardes han perdurado y han superado incluso cambios de paradigma de ámbito histórico como son la modernidad, la revolución socialista, las guerras mundiales, la revuelta del 68, y alguno más. A pesar de ello, en la época actual están recibiendo un ataque furibundo por parte de los medios de comunicación, que están sucumbiendo ante tácticas de corte revolucionario para intentar desacreditar, difamar, destruir y, en última instancia, hacer desaparecer estos rituales centenarios de corte étnico-folklórico que forman parte de una esencia antropológico-religiosa.
Es ahí, en el ímpetu de estos ataques, donde sobre todo vemos el sentido de esos intentos de etiquetar de cierta manera los Alardes, de subrayar su carácter heteropatriarcal opresor, y su naturaleza machista discriminatoria (supuestas etiquetas en ningún caso probadas con datos o razonamiento). De este modo, se puede afirmar a todas luces que, evidentemente todas estas etiquetas son hipérboles falsas y difamatorias. Mas no se tiene en cuenta que judicialmente se ha declarado de forma tajante y rotunda que no es un acto o una manifestación discriminatoria de género (2). Recordemos brevemente lo que nos dice esta sentencia en sus artículos sexto, octavo y noveno:
SEXTO
El Ministerio Fiscal también propugna la desestimación del recurso de casación. Llega a esa conclusión a partir de la consideración del Alarde como una expresión del derecho de reunión y manifestación. Siendo así, señala, asiste por igual a una u otra asociación y dice que «existiendo distintas concepciones sobre la manera en que deba llevarse a cabo tal manifestación, no puede aceptarse que exista el derecho de quienes lo conciben de una forma determinada a integrarse con quienes lo entienden de otra manera diferente cuando no haya acuerdo sobre esa integración». Advierte que esto último es lo que ha sucedido y señala que «no cabe hablar de discriminación o de lesión del derecho de igualdad por parte del acto administrativo recurrido» pues la celebración del Alarde Tradicional «no impide o dificulta a la Compañía Jaizquíbel celebrar por su cuenta e iniciativa otro Alarde en que predomine el aspecto lúdico o festivo y desfilen hombres y mujeres en compañías mixtas».
OCTAVO
En el caso que se nos ha sometido, según se ha anticipado, la prohibición de discriminaciones por razón del sexo no exigía que el Alcalde de Hondarribia denegara la autorización solicitada por quienes querían promover el Alarde Tradicional ni que la subordinara a que aceptaran la integración de la Compañía Mixta Jaizkibel. Cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre el particular, no parece que pueda afirmarse que la celebración del Alarde en su concepción llamada tradicional suponga en términos de derecho una desigualdad para las mujeres contraria al artículo 14 de la Constitución .
NOVENO
(…) sí lo están los que ejercen esas asociaciones al desplegar su actuación tomando parte en el Alarde Tradicional porque el ejercicio de derechos de libertad y participación, como los que aquí están presentes, por parte de unos individuos o grupos no puede conducir a obstaculizar o impedir el ejercicio de esos mismos derechos por otros cuando es posible que cada uno lo haga a su manera. Con esta precisión, es correcto afirmar que no encuentra acogida en el artículo 14 de la Constitución la pretensión de que la Compañía Mixta Jaizkibel se integre en el Alarde Tradicional ni la de que, de no ser así, sea prohibido porque colisionan con el derecho de sus promotores a organizarlo y llevarlo a cabo conforme a sus propios criterios.
En definitiva, no hay discriminación por razón de sexo en este caso porque el Alarde Tradicional es una actividad privada (a); su celebración no impide a quien lo desee organizar Alardes o marchas con otras características (b); tampoco cabe alterar las que han definido los promotores de ninguno de ellos a no ser que incurran en alguno de los supuestos en que la Ley autoriza al poder público competente a hacerlo, lo que no sucede aquí (c); ni, mucho menos, impedir que tengan lugar pues, según la Sentencia recurrida y por lo que hace al autorizado, no concurre causa que justifique la denegación de la autorización solicitada al amparo de la Ley vasca 4/1995, ni tampoco, subrayamos nosotros, a la luz de los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución (d).
Aun así, se insiste en este aspecto, en que es una discriminación por cuestión de género, y se genera una ola de opinión uniforme y represiva que arrolla a todo aquel que ose cuestionar con datos y hechos la nueva ideología de lo políticamente correcto, convertida ya, hoy en día, en un elemento sagrado y casi de culto. Sin duda, hay verdaderos intereses en calificarlo como un problema de género cuando en realidad es un asunto de convivencia, ni más ni menos. Repito resumiendo mucho lo que dice la sentencia: “no cabe hablar de discriminación”.
Pero está claro, los Alardes son unos elementos idóneos para padecer el ataque de esta nueva corriente de lo políticamente correcto que no es más que el caballo de Troya para moldear las sociedades occidentales en pos de instaurar un nuevo orden social.
Todas estas actuaciones y difamaciones por parte de los medios de comunicación están encaminadas a instaurarse en unos escenarios donde los debates prohibidos, el pensamiento reprimido y el tabú impuesto impiden hablar de forma libre, distendida y relajada sobre algo tan sentido, querido y arraigado como son los Alardes en la comarca del Bajo Bidasoa, donde estas representaciones rituales jamás habían sido identificadas con ideología alguna.
Imperio de lo políticamente correcto frente a los argumentos de la razón.
La corrección política es una combinación letal de múltiples aspectos que arrasa la razón y consigue hundir en el fango el debate intelectual para dar paso a la pantomima sentimentaloide que conquista las mentes de las personas de una masa social concreta a base de repetir ciertos mantras en los medios de comunicación audiovisuales y escritos. Porque esto es la corrección política, la imposición sobre la razón y los argumentos, laminando cualquier posible dialéctica intelectual.
Para ello es posible que se utilicen diversas técnicas, entre ellas puede estar la utilización de los significantes vacíos descritos por Ernesto Laclau, que parece que dicen o representan algo y, en realidad ni dicen ni transmiten nada y son ideales para poderlos rellenar de cualquier significado semántico, concretamente de conceptos aptos para la manipulación de las masas, anulando, como hemos dicho antes, cualquier dialéctica intelectual. Además, aquellos que no abrazan tales imposiciones, se encuentran ante las masas de acoso que de una manera superficial tratan de negar y ridiculizar a la persona sin ni siquiera entrar en el fondo de sus argumentos. Ejemplo típico, los favorables al Alarde Tradicional son tratados como machistas, de pensamiento atrasado y anclados en el modelo de género binario de imposición heteropatriarcal. Sin derecho a réplica.
En esta sociedad de papel de burbuja en la que todo ofende, cualquier comentario ácido contra lo políticamente correcto se vuelve en un gesto revolucionario y se hostiga hasta la saciedad al “hereje” que se atreve a discrepar. En cierto modo esto es lo que ocurre con el asunto de los Alardes de Irun y Hondarribia respecto a la opinión pública, la sentencia popular está zanjada y se sataniza a quienquiera que sea disidente sobre este tema, por mucho que tenga de su lado una sentencia judicial. Y detrás pueden venir exabruptos como los que se han lanzado desde Jaizkibel Konpainia diciendo que a ver si van a tener que llamar a los cascos azules de la ONU (3) para poder desfilar, que no pasa ni pasará nada si esto ocurre en un futuro (el desfilar junto al Alarde Tradicional). Es más, posiblemente se utilice también este argumento de los cascos azules para defender lo indefendible.
Es una táctica perfecta: manipulación de la masa para que después sea esta el acicate para crear presión y coaccionar a la facción disidente con lo políticamente correcto.
La masa te acusa, te juzga y te condena. Tres en uno a gran velocidad, ¡mejor imposible! Ni siquiera los procesos inquisitoriales se atrevieron a tanto. En los tiempos actuales, siempre se está acechando al disidente y al que es contrario a la corriente imperante de lo políticamente correcto, cualquier halo de rechazo a los nuevos dogmas es perseguido y encerrado en la oscuridad para posteriormente ser ejecutado. Vivimos en la posverdad absoluta, en la que los datos y las evidencias no cuentan para nada si van en contra de los dogmas de lo políticamente correcto. Por ello, en el tema de los Alardes, al ir en contra de la corriente mayoritaria del feminismo, ni siquiera una sentencia del Tribunal Superior de Justicia (2) sirve para algo o cuenta de modo alguno. Para lo políticamente correcto esta sentencia en firme es una mera anecdotilla que hay que desechar. Posverdad auténtica, y la poscensura más cruda en estado puro.
La tiranía de la masa no solo destruye el valor intrínseco del individuo, sino que provoca el final del debate intelectual, la creatividad y el progreso. Resulta imposible poder detectar la solución idónea a los problemas de nuestro tiempo si solamente escuchamos una opinión. Si la masa, a través de prejuicios, impone un relato único sobre cómo debemos enfrentarnos a un problema, es probable que la solución expuesta sea equivocada.
La tolerancia represiva que exponen amplios segmentos de la sociedad menos dispuestos a escuchar otros puntos de vista impide que el ciudadano pueda desarrollar libremente una idea. Yo preguntaría, ¿cuántas personas ajenas al ritual de los Alardes tienen una opinión formada, con todos los puntos de vista existentes sobre la cuestión en discordia? ¿Cuánta gente no ha tragado ya el discurso de lo políticamente correcto que le impide ampliar otros puntos de vista?
Ante tal nudo gordiano se llamó a una intermediaria foránea. Observó, investigó y llegó a la conclusión de que el problema en Hondarribia (en Irun parece que el asunto se ha resuelto) era un problema de convivencia (4). Pienso que este problema de convivencia se podría solucionar con dos Alardes, como se hace en Irun. Sin embargo, Jaizkibel Konpainia niega que sea un problema de convivencia e invocando el mantra de la corriente de lo políticamente correcto insiste en que es un problema de género, y que se tiene que solucionar con un único alarde tal y como Jaizkibel Konpainia plantea (5). Este es un ejemplo inequívoco de tolerancia represiva con el apoyo intrínseco de los medios de comunicación integrados en la ola de lo políticamente correcto.
Y en esta ola de lo políticamente correcto se está implantando una especie de poder cultural con tintes totalitarios. Esto es detectable en la implantación de un telón de hegemonía cultural que lo cubre todo. Bajo este telón de hegemonía cultural (a casi todos los niveles), el disenso pasa a ser ilegítimo.
(2)- https://vlex.es/vid/derechos-fundamentales-discriminacion-26667196
(4)-https://www.diariovasco.com/bidasoa/hondarribia/piden-alarde-hondarribia-20190807201428-nt.html