Patxi Agirre
Comienza a convertirse en un lugar común la pretensión reiterada de una parte de la historiografía vasca y española por intentar vincular al nacionalismo vasco con determinadas formas de violencia política. Hace unos meses asistí a un seminario en el que un reputado historiador quiso sentar cátedra afirmando sin ningún tipo de base científica que las ponencias políticas presentadas por EAJ-PNV en su Asamblea Nacional de Iruña de 1977, reflejaban la ideología de ETA. Ahí es nada.
Hoy, enfrascado en la preparación de un nuevo trabajo histórico, he tenido la oportunidad de analizar la obra del historiador catalán César Alcalá, asiduo colaborador de la cadena radiofónica COPE y del diario La Razón, titulada Las checas del terror sobre la violencia ejercida por distintas organizaciones de adscripción republicana durante la Guerra Civil española.
En dicho trabajo, analiza el Sr. Alcalá la creación y desarrollo de las llamadas checas, centros de detención, encarcelamiento y tortura, no gubernativas la mayoría de ellas, que fueron controlados por fuerzas políticas y sindicales anarquistas, comunistas y socialistas. Sin entrar a realizar otras valoraciones sobre la calidad del libro, este desbarra la realidad al vincular al mundo abertzale con el control de algunos de estos centros presidiarios escenario de múltiples atrocidades y crímenes («Incluso el PNV tuvo, en Madrid, su propia checa») y aseverando que «socialistas, CNT, UGT, FAI, POUM, ERC, PNV, PSUC… todos establecieron sus checas teniendo en cuenta las instrucciones aprendidas gracias a los agentes rusos». Así, sin matices, café sin colar para todos.
Siendo tan evidente la tendenciosidad que se vislumbra en tales consideraciones, tendenciosidad que busca trasladar la idea de un alineamiento histórico del nacionalismo vasco democrático con la violencia política, conviene a mi juicio, desenmascarar siquiera someramente estas falsas afirmaciones.
Las checas de la Guerra Civil tienen su origen en las siglas en ruso ChK, correspondientes a la «Comisión Extraordinaria para la Lucha contra la Contrarrevolución y Sabotaje de Toda Rusia» creada por Lenin en 1917 como instrumento de terror y represión para afianzar el poder comunista. León Trotsky, colaborador de Lenin en aquellos momentos, declaró en 1918, «elimine a los contrarrevolucionarios sin piedad, encierre a los sospechosos en los campos de concentración».
Con estos antecedentes, resulta absolutamente inverosímil que un partido como el PNV de la época, de orden y católico, profundamente social humanista, que a través de la corriente ideológica demócrata cristiana buscaba la aplicación en el terreno político de una tercera vía entre el liberalismo capitalista conservador y el socialismo colectivizante, creara ninguna checa o asumiera «instrucciones soviéticas» en la Guerra Civil. Nada más lejos de la realidad.
Para justificar estas falsedades, el Sr. Alcalá toma como gran referencia la llamada «Causa General» una investigación abierta por el franquismo en 1940 para documentar e instruir los delitos cometidos por el «contubernio rojo-separatista» durante la contienda bélica española. Un amplio informe que, aunque pueda tener valor como fuente histórica, no dejaba de ser una indudable herramienta de propaganda para los facciosos.
En cuanto a las Milicias Vascas Antifascistas en Madrid, estas se habían formado en septiembre de 1936 por iniciativa del navarro de Iruña Vicente Lizarraga, que recibió los parabienes de José Antonio Aguirre e Indalecio Prieto para su creación. Uno de sus primeros responsables fue el también navarro Emilio Alzugaray, comandante de artillería retirado y escapado del Protectorado de Marruecos al estallar la sublevación. Integrado por personas de diversa extracción ideológica (aunque principalmente socialistas y comunistas), entre los jefes de las milicias estaban el abertzale navarro capitán Frutos Vida y el donostiarra y militante socialista Alfonso Peña.
Estas milicias instalaron su cuartel general (nunca puede ser considerado una checa) en el Hogar Vasco de la Carrera de San Jerónimo número 32, centro cultural fundado en 1923. Además, estas milicias colaboraron con la Delegación del PNV en Madrid intentando rescatar de las checas a diversos detenidos.
En todo momento, dichas milicias mantuvieron una estrecha relación con el Gobierno vasco y el ministro Irujo se interesó especialmente por esta unidad militar. El 25 de marzo de 1937, Irujo escribió al lehendakari un telegrama sobre la propuesta de confeccionar un folleto «para presentar colaboración heroica Milicias Vascas Madrid esperando deducir algún día consecuencias políticas».
Pero si estos datos no resultaran suficientes, la política desarrollada por el Gobierno vasco y por el representante del PNV en el gobierno de la República, es absolutamente ilustrativa de que la praxis del nacionalismo vasco fue justo la inversa de lo que Las checas del terror pretende avalar torticeramente. Desde su constitución en octubre de 1936, el Gobierno de Euzkadi presidido por el lehendakari José Antonio Aguirre se aprestó a poner en práctica su política de humanización de la guerra, impulsando con la mayor celeridad acciones dirigidas a tal fin, uno de cuyos ejemplos lo tenemos en el convenio de colaboración cerrado con la Cruz Roja Internacional con el objetivo de canjear prisioneros con los rebeldes.
Y en el gobierno republicano, una de las primeras tareas del ministro sin cartera Manuel Irujo fue la de intentar liberar a cuantos religiosos detenidos pudo, contando para ello con la inestimable ayuda de un abertzale de Algorta apellidado Ostria, «que durante meses recorrió sin descanso las checas y prisiones de la Dirección General de Seguridad». Tal como relata el nacionalista alavés Jesús Galíndez (asesinado en 1956 en Nueva York por orden del dictador dominicano Trujillo) «a Irujo le fueron a llorar los familiares de todos los detenidos, republicanos y fascistas, sospechosos e indiferentes, curas y seglares, vascos y españoles». En aquellas primeras semanas como ministro, tiempos en los que el «terror rojo» republicano registró su momento cenital, Irujo se alojaba en el Hotel Panamá de la actual Gran Vía –frecuentado por pistoleros de la checa de la Calle Fomento 9– intentando salvar la vida de algunos fascistas navarros «camuflados al socaire del ministro».
En 1937, el delegado de la Cruz Roja Internacional Marcel Junod se entrevistó con Manuel Irujo (ya entonces ministro de Justicia) para exponerle la dura situación que se vivía en las cárceles republicanas. Daba cuenta al estellés de una carta escrita por un preso de la checa de Santa Úrsula en Valencia que hablaba de que «nos colocaron unos grilletes y nos llevaron a la cripta, dejándonos desnudos entre huesos de cadáveres y excrementos». Irujo, después de leer la misiva, expuso: «Lamentablemente, temía que estuviese ocurriendo esto. He hecho todo lo que he podido, pero no soy dueño de la situación en todas partes. En cada provincia, en cada ciudad, en cada casa, e incluso en cada familia, hay un enemigo que nos traiciona. Si aflojamos un instante la vigilancia, estamos perdidos».
En 1959, Irujo recibió desde Lleida una carta de agradecimiento del religioso marista Inocencio Pérez, «por haberme sacado de la checa de Santa Úrsula de Valencia, donde permanecí 5 meses, y haberme salvado la vida».
Dicen que el mayor éxito de los relatos historiográficos consiste en la capacidad de trasmutar la historia propia en la historia misma. En esta ocasión, el Sr. Alcalá, no lo ha conseguido.