Gabriel Otalora
Siguen adelante los trámites parlamentarios sobre la ley de eutanasia que afecta a las personas con una enfermedad «grave e incurable» o, en su caso, «crónica e invalidante» y que provoque un sufrimiento «intolerable». La finalidad legal de la proposición de ley es hacer compatibles el derecho a la vida y el derecho a «la dignidad, la libertad o la autonomía de la voluntad», según consta en el preámbulo del texto y desde la base al derecho a una buena muerte.
Para solicitar la eutanasia se propone que no sea un requisito que el médico dé su permiso, ya que la decisión de presentar esa petición será del paciente. Lo que sí se contempla en el borrador legal es que los facultativos que intervienen en el proceso tengan el deber de determinar que el paciente cumple los requisitos; y la posibilidad de la objeción de conciencia.
El tema es serio, sin duda: personas llenas de lucidez atrapadas en medio de enfermedades irreversibles y con grandes dolores que disparan el sentimiento de inutilidad, depresión o la falta de sentido vital, poniendo a prueba sus fundamentos éticos y morales y los de sus familiares. Contra lo que cree mucha gente, la eutanasia activa así entendida, está prohibida en casi todo el mundo. Cosa distinta es alargar la vida de modo irracional (distanasia) u otorgar al paciente todos los tratamientos para disminuir el sufrimiento y eviten largas agonías (ortatanasia).
Cada vez que no se acepta que una persona tiene valor en sí misma se abre la puerta al precipicio del utilitarismo (tanto vales, tanto cuentas) que nos aboca a dejar de respetarnos y a considerar inútiles y costosos a colectivos enteros. Precisamente porque cada ser humano es valioso por serlo, su autonomía es una consecuencia de su dignidad. Pero algunos lo entienden al revés: la dignidad es una consecuencia de la autonomía, sin valorar demasiado las consecuencias. Es una de las razones por las que soy contrario a la eutanasia activa.
El problema es serio y por eso hay que verlo también desde otro ángulo que apenas se habla, quizá porque no se han hecho los deberes cuando estamos a las puertas de la eutanasia legalizada. Me refiero al derecho a los cuidados paliativos, al que una gran parte considerable de la población no tiene posibilidad de acceso ante la escasa implantación hospitalaria del mismo. Cuidados paliativos en sentido amplio, es decir, atención médica, social, emocional y espiritual que la enfermedad plantea, incluyendo los cuidados para enfermos terminales. Cuando las personas se sienten mejor en estas áreas, tienen una mejor calidad de vida y la eutanasia deja de ser una prioridad en muchos casos.
Según datos de la Sociedad de Cuidados Paliativos y la Asociación de Enfermería y Cuidados Paliativos (abril 2019), casi 80.000 personas que necesitaban cuidados paliativos, no los recibieron. España queda muy por debajo de los estándares de los países desarrollados. El problema añadido es que, incluso cuando exista una ley que acompañe a la tramitación de la ley de la eutanasia, si no está dotada de presupuesto, la universalización de este derecho puede quedarse en papel mojado.
Como afirma la Organización Mundial de la Salud (OMS), los cuidados paliativos son pilares esenciales en la atención en los pacientes en fases avanzadas y terminales, como en el caso del cáncer, por ejemplo. En este sentido, Los médicos tienen que recibir mucha más formación sobre el proceso de morir en la carrera universitaria, sobre inteligencia emocional. Junto a la necesidad de medicalizar el sufrimiento en el final de la vida, deben coexistir los aspectos más subjetivos (valores, emociones, cuidados, etc.) para tratar a cada paciente desde todas las dimensiones de la persona: bio-psico-social y espiritual. Si todos los enfermos terminales tuvieran la posibilidad de solicitar y recibir este derecho de los cuidados paliativos, es posible que no fuese necesario la regulación legal de la eutanasia como la garantía de la muerte digna. Pero para que exista una decisión libre y se respete la dignidad en el proceso de morir hace falta que exista la alternativa de unos verdaderos cuidados paliativos. Esto exige, claro, repensar nuestra concepción de la dignidad humana y el uso que hacemos de la libertad, porque el resultado no es indiferente. Poner punto final a la vida es tan importante como nacer. Existen muchos avances en torno al parto y morir es igual de importante. Es fundamental contar con la posibilidad de ayuda a que toda persona se sienta querida hasta el final, que sepa que no está sola y que no sufra en la etapa final de la enfermedad.
JELen agur
Es interesante preguntarse de donde proviene la orden de promover el aborto o la eutanasia por colectivos (movimientos “progresistas” de izquierda) tan motivados a la protección del débil, de los colectivos marginados, de desplazados, en paro, sin vivienda, sin pensión digna, que se movilizan día sí y día también por una sanidad digna de calidad.
Luego promueven un aborto con unos presupuestos insignificantes numéricamente, pero que abren la puerta al aborto libre real.
Si se abre de la misma manera una eutanasia con presupuestos que la sanidad tiene que cubrir y por lo tanto resueltos, cuál es el límite que el poder político se va a imponer a la hora de decidir cuándo acabar con una vida y cuando no?
Si se aplica a la eutanasia el mismo rasero que se aplicó al aborto, lo negaran, pero la defensa de la vida se ha acabado.
Vives porque eres útil.