Joxan Rekondo Pyrenaeus-eko Talaian
1. En un artículo de hace algunos años, escribí que nuestro pueblo ha conocido espirales de conflicto que parecían sin fin, como los que se han sucedido en los últimos doscientos años. ¿Forma parte este antagonismo de nuestra antropología? Para que la respuesta a esta pregunta fuese ajustada a la realidad de los hechos, debiera de dar cuenta exacta del duro trabajo de instituciones y movimientos políticos y sociales para crear referentes que prevalecieran sobre los partidarios del antagonismo perpetuo y la dialéctica autodestructiva. Son referentes de iniciativas y procesos desarrollados aquí para neutralizar el riesgo de polarización violenta o para desactivar conflictos armados.
Una conclusión anticipada. Algunos de estos referentes que voy a citar no cayeron en la trampa de pretender mediar (o tender puentes) entre los antagonistas, sino que los neutralizaron a través de nuevas dinámicas socio-políticas, cuyo denominador común es una gran implicación popular, llegando a articular un ‘cauce central’ de reintegración social. Aquí cuatro ejemplos históricos en los que se originaba ese movimiento de superación.
El primero. La aparición al filo del siglo pasado de los grandes movimientos modernos de masas –nacionalismo y socialismo- que contribuyó a la definitiva sustitución de la espiral belicista carlista-liberal por una confrontación repolarizada, aunque sin propensión bélica, en torno a programas sociales y políticos de gran capacidad de movilización popular. Los nuevos temas de conflicto se canalizaron a través de instrumentos de participación y movilización que implicaron a sectores cada vez más amplios de la sociedad, empujando a su vez al sistema político a dar un salto democrático hacia el sufragio universal.
El segundo de los ejemplos se refiere a la guerra del 36. Tras la sublevación de julio, a la par que se demostraba que la escalada bélica era irrefrenable, la lucha se desenvolvió cada vez más en términos de revolución frente a reacción, y reacción contra revolución, entre posiciones irreconciliables cuya espiral de enfrentamiento derivó en el estado hacia la persecución, la matanza y la destrucción indiscriminadas. En Euskadi, mientras tanto, el Estatuto de Autonomía instauró una autoridad democrática, de composición plural, que realizó una acción de gobierno muy alejada de esa inicua dinámica. El que los historiadores han llamado ‘Oasis Vasco’, de la mano del lehendakari Agirre, se caracterizó por el mantenimiento del orden público, por el ejercicio del pluralismo político, por su oposición a la política de ‘tierra quemada’, y por un respeto notable a las libertades. En definitiva, el Gobierno Vasco buscó, en las excepcionales condiciones en que se gestó y gobernó, la línea de ‘cauce central’ en una política de fidelidad democrática, empeñada en la humanización de la guerra.
El tercer ejemplo proviene de la experiencia de la resistencia vasca ante el franquismo. La demolición del régimen no podía venir de la intervención de las potencias mundiales. La unidad estratégica de los republicanos se disolvía por todas partes y la resistencia se desmoronaba en el resto del Estado. En estas condiciones, ante la incitación de algunos sectores a que la resistencia intensificara la confrontación, recurriendo a todo tipo de medios y desplegando una espiral de ‘acción-reacción’, iniciando una guerra de erosión que podría haber ocasionado terribles consecuencias para los vascos, el nacionalismo y Agirre optaron por no avalar una conducta de este estilo y apostar por una línea de ‘cauce central’, una línea resistente sin holocausto revolucionario, una postura resistente de afirmación democrática y construcción social y política. Afirmación democrática por cuanto la actividad del Gobierno Vasco expresaba la ilegitimidad del régimen de Franco. Construcción social y política, al consolidar en el país una sociedad civil de naturaleza resistente que, evitando el choque frontal con la dictadura, se involucró en la construcción de una infraestructura económica, social y cultural que estimuló un verdadero resurgimiento nacional.
Y el cuarto ejemplo, el último y más reciente de todos, se refiere a la gestión de la transición vasca. Pese al esfuerzo descrito en el ejemplo anterior, la Euskadi de finales del franquismo parecía estar a merced de una espiral de violencia sin solución. La concentración de tensión armada, de ‘toma y daca’ terrorista, producto de la acción revolucionaria y de la represión contrarrevolucionaria (estatal o paraestatal), podía llevar a la ruina a todo un pueblo que sólo esperaba la oportunidad de expresar su voluntad democrática, para dejar claro su inapelable rechazo a quienes alimentaban la espiral en su nombre. Al tiempo, el pueblo vasco y la mayoría de las fuerzas políticas apostaron por el desarrollo democrático del ‘cauce central’. Como cabía esperar, al recuperarse las instituciones quebradas por la dictadura, el proceso democrático en Euskadi implicó la ruptura política. La autoridad democrática, perseguida y condenada por la dictadura, fue reconocida por la nueva legalidad. La nueva sociedad política vasca se fraguó como un pacto entre constitucionalistas y críticos con la constitución de 1978, un pacto que buscó resolver los problemas que presentaba la constitución objetada por la mayoría de los vascos. El acuerdo fue posible porque la nueva norma vasca instituyó al pueblo vasco como sujeto político. A ese pueblo vasco pertenecería, según la disposición adicional del Estatuto, la determinación de su futuro que debería, no obstante, implantarse en referencia al ordenamiento jurídico.
Se puede alegar que los cuatro ejemplos citados triunfaron de una manera limitada y relativa. Es innegable que todavía hoy no han sido superadas algunas de las causas (o disculpas, que de todo hay) subyacentes de los antagonismos que entonces amenazaron, y lo siguen haciendo ahora, a los vascos. Contra la sostenibilidad de las soluciones históricas apuntadas han jugado sujetos de diverso perfil, tratando de minar las bases ética (carácter personalista y comunitario de la convivencia) y democrática (principio de la voluntad popular) que las sostenían. Pero, los cuatro son ejemplos extraídos de nuestra propia historia que muestran que despolarizar nuestra sociedad y nuestra política exige reconstruir un cauce central poderoso que orientado de acuerdo con el curso de la corriente social principal y que socave la quietud intransigente en la que se asientan las orillas. Si funcionan adecuadamente –es decir, si son el reflejo fiel de la voluntad popular- las instituciones son el cauce por el que se canaliza la corriente principal de los procesos políticos. De hacerse así, se fuerza a todas las políticas a desaguar en ese cauce aportando un caudal de integración social que habría que mantener abundante para que pueda disolver toda tentación belicista.
2. El desbloqueo de la paz y la convivencia vascas hoy es imposible mientras todo se subordine a la lucha que se libra, con esquemas ideológicos polarizados, entre los que no se quieren mover de sus posiciones. De seguir de esta manera, lo más seguro es que la paz, real por el cese de las acciones terroristas, se vea acompañada de una peligrosa escalada de frentismo político, que puede llegar a exasperar los viejos antagonismos aunque sea con otros medios. No es difícil apreciar la diferencia que hay entre la acción violenta y la confrontación no violenta. Pero, si precisamente el objetivo es agudizar esa confrontación, no deberíamos olvidar que “una sociedad también puede desgarrarse por la no violencia”, según señala el experto Galtung.
La gestión de la paz está atravesando un momento delicado. El Gobierno Vasco parece que quiere desempeñar dos funciones, una de iniciativa y otra de intermediación. La primera se asienta en la capacidad de acción de las instituciones vascas, a partir de los programas del departamento de paz y convivencia del propio Gobierno y de la actividad parlamentaria de la ponencia de paz. No hace falta ser un lince para comprender que ambas vías están siendo boicoteadas sistemáticamente. Activar el suelo ético, desarmar a ETA en Euskadi,… dependían de la movilización de aquellas. Como consecuencia de la tenaza, al nacionalismo que gobierna le ha quedado muy poco margen de maniobra para desplegar la función de iniciativa.
Al Gobierno Vasco le queda la intermediación, facilitar la interlocución entre ETA y el estado de acuerdo con un modelo de proceso que no despolariza por sí mismo y que le cierra el acceso al protagonismo que le correspondería atendiendo a la representación popular que ostenta. De hecho, el protagonismo de la izquierda abertzale (y ETA) y el Gobierno de Madrid está sobredeterminando de tal manera la cuestión de la paz, que está obligando al Gobierno que debería liderar nuestro ‘cauce central’ a bascular entre aquellas dos posiciones (minoritarias en Euskadi) para conquistar pequeños espacios de liderazgo. El cauce central, sin embargo, no debiera ser un espacio intermedio, sino el canal por el que discurre la corriente de trabajo principal.
3. De los 4 ejemplos históricos aludidos podemos concluir que una línea de fortalecimiento de cauce central debe contar con un fuerte sostén social. Ahí se situaría el caudal social que hoy mismo proviene de otros protagonistas de paz al margen de las élites, que han sido muy importantes al abocar a ETA al cese definitivo y serán agentes fundamentales para socializar los términos en los que materializarán la paz y la convivencia deseadas.
Conviene buscar un cauce de salida de ese escenario de confrontación bipolar con la vista puesta en una convivencia sostenible, que aborde las relaciones sociales desde abajo; y que las aborde sin el corsé restrictivo de la ‘agenda formal del conflicto’ y sin que estén coartadas por componendas o frentes acordados en cumbres políticas inaccesibles al común. No todo está acabado fuera de la actividad que el Gobierno Vasco (y otras instituciones vascas) pudiera desarrollar en los ámbitos de la iniciativa institucional o la intermediación.
Nos queda la carta más relevante del cauce central, el plebiscito de la conducta cotidiana, que conlleva la implicación de la sociedad civil, sin tutelas de Foros Sociales prefabricados, buscando que la misma gente participe en la resolución de lo que considera más valioso (valores éticos, empleo, cultura y educación…) para el desarrollo de su vida en sociedad y rehabilitando las relaciones deterioradas a través de actividades cooperativas a pie de calle. Así, quedaría activado el cauce central que nos habría de llevar del riesgo de la confrontación bipolar a la seguridad de una convivencia sostenible.
Impresionante artículo.
Bejondeizula, Rekondo!
Humanista eta abertzale moduan eskertzekoa da Agirre lehendakariaren teoria eta praktikaz egiten ari zaren errekuperazioaz.
Hau irakurri ondoren gorputz teorikoa ikusten dut. Baina lana dugu hau zabaltzen, gure artean jende gehiegitxo dago alper izaeraz edo ta iraultzaileen ikasbideei jarraiki, beti estatuari eta estatutasunari begira dagoena. Beti gora begira dabiltzan kide horiek azkenean erori egiten dira.
“Modelo propioak” indartu behar ditugu. Gureak diren etxeak, baserriak , elkarteak, enpresak indartu behar ditugu. Horra hor gure burujabetasuna. Lanean jarri behar gara. Desfileak, korroak eta antzekoak alper eta iraultzaileentzat utziz.
Modelo propioak indartu behar homen ditugula diozu larburu,desfileak eta antzekoak alperrentzako utziaz».
Bada arrazoirik zure esanetan,
Eta badira beste arrazoia batzuk ere herri hau jasotzeko.Beldurren gainetik,kanpora atera ta,jendeari esan eta agertzeko ABERTZALEAK ere bizi direla alegia.Alferkeriak ez dira ez herria jasotzeko tresna egokienak,beldurrak eta konplexuak ere desegokiak diren bezala,agian biak uztartuaz , desfileak eta modelo propioak alegia lortuko dugu ainbeste aipatzen dugun Burujabetza.