Guillermo Dorronsoro Ekoberrin
Era 1994 cuando cayó en mis manos un libro del irlandés Charles Handy, que luego fue traducido al castellano como “La Edad de la Paradoja: Dar Sentido al Futuro”. Desde entonces he vuelto muchas veces a sus páginas, que acertaron a describir con mucha precisión lo que estaba por venir.
En esencia, Handy nos describe la paradoja de un supuesto progreso en el que las personas acaban siendo piezas de un mecanismo gigantesco que cada vez entienden menos, y en el que la incertidumbre y la falta de sentido nos va vaciando por dentro.
Lo he releído otra vez en el inicio de este 2012 en el que cada día nos levantamos con noticias más pesimistas sobre el devenir de una economía que escapa totalmente a nuestro control. Los mismos que nos han vendido que la globalización era la solución de todos nuestros problemas, ahora nos dicen que somos nosotros el problema sin solución: hemos consumido por encima de nuestras posibilidades, somos poco competitivos, tenemos que apretarnos el cinturón, no tenemos dimensión para el mercado global…
Todas las paradojas de las que Handy hablaba hace casi 20 años han ido creciendo ante nuestros ojos, hasta convertirse en un gigantesco jeroglífico. Y ya nadie esperamos que el periódico de mañana nos traiga la solución. Miramos el futuro y nos preguntamos qué será de nuestra empresa, de nuestro trabajo, de nuestra familia.
Hay quien dice que el futuro está en los países emergentes. Allí no hay crisis, nos dicen. Otros hablan de Alemania, de otros países del norte de Europa: allí los sueldos son mejores, y sus empresas siguen necesitando personas preparadas. Euskadi no está tan mal, nos cuentan, siempre puedes compararte con el resto de Comunidades Autónomas…
Tienen razón, todo lo que dicen es cierto. Pero no resuelven el jeroglífico ¿verdad? Siempre podemos dejarlo y ponernos con el crucigrama, o con el sudoku. Mantenernos ocupados para no enfrentarnos a una pregunta que no tiene respuesta: ¿qué sentido tiene construir un futuro en el que nuestras hijas y nuestros hijos no sean más libres para elegir? ¿nos gusta ese futuro, nos vamos a resignar a que sea ésa nuestra herencia?
Charles Handy nos invitaba a ser valientes. A enfrentarnos a esas paradojas, mirarlas de frente, y no renunciar a encontrar un sentido. Y dejaba pistas muy valiosas: la defensa del modelo federal, la importancia de recobrar la ciudadanía, un nuevo modelo de trabajo en el que cada vez más personas se abren a colaborar en varios proyectos, un nuevo modelo de negocios en el que el afán de lucro no sea incompatible con otras causas más humanas.
Es evidente que el afán de lucro, el ansia de tener es algo que nos mueve a las personas, y que esa energía es útil para dinamizar la economía, para crear riqueza. En lo que nos hemos equivocado es en dejar que esa energía sea la única que aplica. En construir organizaciones en los que quienes llegan arriba y toman las decisiones son las personas cuyo motor es exclusivamente el lucro, y sin embargo aquellos que anteponen otros valores son castigados.
Nos toca corregir estos excesos y no va a ser fácil. Nos toca defender el modelo federal y la subsidiariedad frente a quienes quieren concentrar todo (para aplicar aquello del que parte y bien reparte, se queda con la mejor parte). Nos toca reivindicar la ciudadanía, nos toca reinventar nuestro puesto de trabajo. Nos toca defender nuestra industria, la economía real, frente a quienes juegan a especular. Nos toca defender a nuestra Euskadi, para que encuentre la respuesta a su jeroglífico. Nadie lo hará si no lo hacemos nosotros.
Nos toca dar sentido al futuro, dando sentido a nuestro presente. Te dejo la cita que abre otro de los libros de Handy “The Age of Unreason”: «El futuro que predecimos hoy no es inevitable. Podemos influir sobre éste si sabemos qué queremos que sea. Esta convicción es el motivo de mi libro. Podemos y debemos ocuparnos de nuestros destinos en este tiempo de cambio».
Pero si ni siquiera sabemos cómo se va a llamar nuestro futuro. ¿Se llamará Euskadi o Euskalerria? Cosas.