Juan Manuel Sinde (*) Ekoberrin
El conocido diario económico Financial Times abría a primeros de año una serie de artículos sobre “la crisis del capitalismo”. El propio diario se sorprendía en su presentación de que fuera precisamente un órgano tan favorable al sistema quien fuera a reponer un tema que ha estado fuera del debate intelectual desde los años 80. (Efectivamente, la caída del muro de Berlín en el año 89 sanciona definitivamente la economía de mercado y el sistema capitalista como los únicos capaces de generar progreso para la Humanidad de forma sostenida)
Sin embargo, argumentaba el diario que la naturaleza de la crisis económico-financiera que estaba soportando, sobre todo, Occidente exigía una reflexión que trascendiera el debate sobre medidas económicas de uno u otro signo y abordara otros aspectos de la vida de nuestras sociedades.
Entre los interesantes artículos publicados, quisiera destacar hoy el firmado por uno de los directores de la Universidad de Columbia que titula “El interés individual, sin moral, conduce a la destrucción del capitalismo”. Recuerda que en el origen del capitalismo, los calvinistas centro europeos perseguían el beneficio como prueba de su trabajo esforzado en este mundo, merecedor de su salvación en el otro, y ahorraban, después, ascéticamente para acumular riquezas que probaran la gracia de Dios y no para satisfacer sus apetitos consumistas.
El interés individual estaba , así , encuadrado en un código de valores morales, que también es posible encontrar en algunos grandes capitalistas norteamericanos que defendían que el patrimonio del empresario no era una propiedad personal sino una fiducia de la sociedad para su administración teniendo en cuenta el interés general.
El autor indica que en el siglo XXI las restricciones morales se han desvanecido y se defiende que el interés individual e incluso la avaricia sin límites es fuente de progreso para todos. El consumismo se ha convertido en la nueva religión laica, sustituyendo al humanismo, la ciencia ó cualquier otro valor y el egoísmo desenfrenado se ha convertido en la pauta de conducta de las personas económicamente más ricas.
Termina indicando que el capitalismo no está en riesgo por su falta de elementos innovadores ó de mercados que estimulen nuevos desarrollos, sino por la destrucción de la cohesión social, del medio ambiente, etc. que un egoísmo de corto plazo y sin contrapesos genera.
Aún siendo sorprendente una reflexión de este tipo en un diario como el citado, no es, ni mucho menos, la única voz que, desde experiencias de responsabilidad económica mundial, subraya las carencias éticas como uno de los desencadenantes importantes de la crisis.
Entre nosotros, Michel Camdessus, vasco de Iparralde y ex-Dtor. General del FMI, ya lo subrayaba en el año 2009, a la vez que recordaba la incidencia fundamental de la falta de regulación y de instituciones financieras adecuadas para una economía ya globalizada.
Pero si el problema tiene también una raíz ética.¿Cómo se puede abordar, máxime en un momento en el que las iglesias cristianas están perdiendo una parte relevante de su influencia en orientar la conducta de los ciudadanos de las sociedades occidentales?
Desde otro punto de vista, Tom Peters, experto mundial en management, subrayaba que para gestionar con éxito un cambio a nivel de empresa es preciso actuar sobre “sonrisas y sistemas”. Es decir, es preciso modificar tanto los sistemas y reglas de juego internas de la empresa como las actitudes de los empleados en la misma.
Es claro que, tanto a nivel de empresa, como a nivel general, si los empleados o los ciudadanos se sitúan ante la normativa vigente con una actitud de sortearla en la medida de lo posible, ésta pierde buena parte de su potencialidad. Aunque imprescindibles, no serán suficiente, por tanto, los cambios regulatorios y legales que se establezcan ni la ampliación de las funciones y recursos de las instituciones financieras internacionales para corregir los excesos del sistema.
Será necesario, por tanto, trabajar también para que las personas aceptemos unos códigos de conducta que, en este caso, sirvan para preservar los intereses colectivos y a largo plazo, sacrificando, siquiera en parte, intereses particulares y de corto plazo.
La forma en la que debamos actuar para conseguirlo es un elemento de gran interés para su reflexión. Tanto a nivel de las Iglesias occidentales como de otras instituciones civiles que aspiren a contribuir a la construcción de un sistema económico no sólo más eficiente sino más justo y sostenible. Y quizás por ello merezca una modesta aportación en el futuro.
(*) Vocal de la Asociación “Arizmendiarrietaren Lagunak”
La situación es tremendamente complicada porque en tales circunstancias cualquier solución sistémica -programa político, régimen económico, proyecto soberanista, etc.- que se pretenda encauzar tiene pocas probabilidades de salir adelante a falta de una actitud positiva por parte de una ciudadanía sumida en la apatía y el cinismo.
Tampoco se puede repartir un vademecum con el nuevo cuadro de valores morales del mismo modo que se mete un programa en un ordenador. Está claro que la recuperación habrá de comenzar desde el individuo, no tanto a través de un proceso de reflexión como mediante el arranque de alguna actividad personal basada en nuevos hábitos de conducta y un nuevo planteamiento.
En primer lugar el individuo debería reflexionar sobre todo lo que ha vivido durante los últimos treinta años. Se le prometió libertad, justicia social, vivienda, trabajo, altos niveles de consumo, derechos laborales y un estado del bienestar. El no tenía que hacer nada para lograrlo, simplemente votar a su partido preferido y sentarse a esperar.
¿Y qué es lo que ha conseguido? Perder su trabajo, su casa, sus ahorros, los fondos para el retiro, la sanidad y las prestaciones sociales. Y además de eso, una subida de impuestos para pagar el desmantelamiento del estado del bienestar. Y lo peor de todo es que no puede hacer nada para evitarlo, porque cualquier partido político idependientemente de su ideología está tan comprometido con eso que llaman «el sistema» que aunque quisiera no podría hacer nada por sacarle al ciudadano las castañas del fuego.
Por lo tanto el individuo tiene que darse cuenta, en primer lugar, de que está solo. Tiene que centrarse en su trabajo, en su propia mejora personal, en cómo resolver sus problemas del día a día, sacar a su familia adelante y quitar la nieve de delante de su acera. Porque nadie va a venir a quitársela.
Lo que él no haga, otro tampoco lo va a hacer. Y a partir de ahí salir del atolladero. Definir una nueva relación con cosas que hasta ahora se daban por supuestas, como el dinero, la política o el balance obligaciones-derechos dentro de un sistema de convivencia.
No hace falta revelar a la gente los valores que hacen falta. Ella misma los irá descubriendo en la medida en que se dé cuenta de lo necesarios que son para salir adelante en una época de crisis.
Muy interesante, gracias por la referencia. Igual te interesa:
http://www.cotizalia.com/opinion/el-observatorio-del-ie/2012/07/18/por-que-quiebran-las-naciones-7276/
El Observatorio del IE,
Por qué quiebran las naciones – Ignacio de la Torre
Hace unos años en Madrid el Senador Phil Gramm planteó por qué Argentina era más pobre que los EEUU cuando ambos países compartían riquezas naturales y una inmigración europea semi-cualificada. Se le ocurrió mirar el listado de las cincuenta familias más ricas en 1920 y compararlo con el actual. En EEUU quedaban 7 familias. En Argentina, 41.
Muchos investigadores han intentado analizar la génesis del éxito y del fracaso de las naciones. Las teorías de la “ética protestante” de Max Weber han sido refutadas por datos empíricos (las ciudades católicas alemanas son más prósperas que las protestantes a lo largo de la historia). Los recursos naturales han supuesto un arma de doble filo (la llamada “maldición del petróleo” que genera cleptocracias que impiden el desarrollo de un país). También se han formulado hipótesis como la meteorología, la geografía, la cultura… Sin embargo puede que todas estas teorías yerren.
Recientemente, los Profesores Acemoglu (MIT) y Robinson (Harvard), han publicado un sugestivo libro “Why nations fail”, en el que analizan porqué unas naciones son más exitosas que otras. La clave es si las instituciones desarrolladas son “integradoras”, generando beneficios económicos y sociales (libertad y otros) para el conjunto de la sociedad, o bien son “extractivas”, concentrando los resultados en una oligarquía dominante. Entre otros casos, estudian por qué las colonias inglesas en EEUU prosperaron más que las españolas en Hispanoamérica. Los españoles desarrollaron un sistema de explotación de la propiedad basado en mano de obra indígena sedentaria. El producto de la riqueza se repartía entre la oligarquía local y la metrópoli. Los ingleses, carentes de mano de obra (las tribus indias en Nueva Inglaterra eran nómadas, y no sedentarias como muchas de las que fueron sometidas por los españoles), desarrollaron un sistema penal que forzaba a los colonos a trabajar la tierra y a comerciar con la metrópoli a precios tasados, beneficiando así a la oligarquía, estableciendo terribles penas para el que no se atuviera a tan draconianas normas.
Pronto, los resultados fueron tan nefastos que se procedió a cambiar el sistema modificándolo por uno liberal que incentivaba la producción: se premiaba el trabajo, se primaba la libertad de precio y de explotación. Así, mientras los españoles desarrollaron un sistema “extractivo” que no provocaba la integración de la masa india en la causa común, los colonos americanos, sin integrar a los indios en el sistema productivo, desarrollaron un sistema económico integrador basado en la libertad (sólo para colonos, ya que en los estados del sur el desarrollo se basó en la importación masiva de esclavos), lo que provocó que hacia la independencia en 1776 las clases medias de las colonias del norte de los actuales EEUU eran probablemente las que mejor nivel de vida tenían en el mundo.
Este análisis explica por qué países bien gestionados como Botsuana han experimentado altas tasas de crecimiento frente a países caóticos como el Congo o Sierra Leona. También plantea estimulantes preguntas sobre el futuro del crecimiento chino y el de los EEUU, y el poder relativo futuro de ambas potencias (el sistema chino continúa siendo “extractivo” como se puede deducir de la ausencia de libertad y de la inmensa fortuna de la cúpula del Partido Comunista). También explica la caída de naciones como la Unión Soviética. Suscita, asimismo, unas reflexiones sobre las mejores políticas conducentes a erradicar la pobreza. El ejemplo icónico de Corea del Norte y Corea del Sur habla por sí mismo.
La clase política española dedicó las ingentes rentas irregulares producidas por la burbuja inmobiliaria a financiar gasto corriente (más contratados públicos y más instituciones públicas). Tras cinco años de crisis y 400.000 millones de euros de deuda añadida a nuestras espaldas nos han presentado sus recetas para tamaño desmán: trasladar masivamente el esfuerzo a la sociedad civil mediante masivas subidas de impuestos y cuestionables recortes de gastos (no se suprimen instituciones vacías como el Senado, diputaciones, televisiones públicas o empresas públicas, ni se cortan drásticamente las subvenciones, ni se reconfigura el peso de la clase política o del funcionariado).
Tras unas decenas de años de extraordinario desarrollo económico español, me preocupan las consecuencias que a medio plazo generarán semejantes medidas en nuestra nación. ¿Estamos desarrollando un sistema parecido al que desarrollamos en América hace cientos de años? ¿Trabajaremos los contribuyentes con la menor libertad que supone emplear cinco meses al año para pagar los gastos corrientes decididos por la clase política? La parte que sea más fuerte en este pulso (clase política vs. sociedad civil) decidirá probablemente si la nación española puede o no acabar como un estado fallido.
Comenté hace tiempo cómo Confucio instruía a sus discípulos sobre la política impositiva ideal, comentándoles que los ladrones de Indochina, al asaltar las caravanas, no robaban toda la mercancía, sino que dejaban una tercera parte, con el ánimo de que el comerciante llegara a su destino, se recuperara, y así podía volver a transitar la ruta de forma que el ladrón pudiera volver a robar.
Confucio planteaba que ante abusivas incautaciones de mercancías sólo cabía organizarse para limpiar Indochina de ladrones.
Feliz verano a todos.
JELen agur
Excelente artículo que comparto desde el título a la última línea.
Creo que no es que las personas tengan que reflexionar que deben sacrificar beneficio personal por el comunitario, sino que del esfuerzo personal se obtienen réditos personales y beneficios comunitarios. Y que las personas deben saber que el beneficio es mixto, no sólo personal.
Esta forma de plantearlo daría más sentido al rearme ético necesario, inevitable.