Asier Alea Ekoberrin
La naturaleza dual de la Unión Europea, con una serie de economías estrechamente integradas en torno a un núcleo central franco germano rodeado a su vez por un grupo de economías periféricas, es un desafío al que la UE ha debido hacer frente prácticamente desde su nacimiento con el Tratado de Roma. Esta dicotomía ya planteó desarrollar una “Europa a dos velocidades» en el camino de la convergencia económica. Una opción que se desestimó pero que parece que algunos quieran retomar en el actual marco de crisis.
“Un Mercado, Una moneda”. Este fue el categórico y deliberado título del informe en el cual la Comisión Europea establecía en el lejano 1990 una serie de simples directrices para el desarrollo armonioso de las economías europeas dentro de una unión monetaria que culminaría el mercado único europeo. La unión monetaria no introdujo sin embargo mecanismo alguno para luchar contra las grandes disparidades regionales. La Comisión admitió la necesidad de un reajuste del papel de las finanzas públicas centrales de la UE para compensar los posibles aumentos en las disparidades regionales, no solo para capear con perturbaciones externas puntuales, sino también para afrontar el potencial incremento en los problemas estructurales en algunas regiones que el Euro pudiera causar o acentuar.
Si las economías de Osaka o California, por poner dos ejemplos, sufren una recesión económica que afecta con especial virulencia a estas dos regiones, los ciudadanos de ambas zonas envían menos yenes o dólares de sus impuestos a Tokio o Washington y, al mismo tiempo, ambas áreas reciben una mayor transferencia de sus respectivos gobiernos centrales. En la medida en que la disminución de la actividad económica en estas dos regiones sea mayor que la recesión que puede estar también afectando al país en su conjunto, el resultado de este sistema de estabilización fiscal es una transferencia permanente a las regiones afectadas. Osaka o California carecen de una política monetaria independiente que les permita recuperar la competitividad perdida pero la política fiscal nacional contribuye a estabilizar la situación atenuando las consecuencias.
Un mecanismo europeo de redistribución fiscal y/o un presupuesto es por lo tanto un activo esencial. Pero aun siendo este un instrumento básico en cualquier unión monetaria, si una situación de deterioro económico se dilata en el tiempo y las zonas afectadas son incapaces de liberarse de su dependencia de los fondos federales compensatorios, la transferencia de fondos puede entonces mitigar e incluso maquillar los efectos del paulatino declive económico, pero no solucionar (incluso cabría defender que ayudan a perpetuar) los problemas estructurales de estas regiones.
Desde el informe Padoa-Schioppa a finales de los ochenta, los indicadores económicos muestran obstinadamente que las ayudas a las regiones europeas menos desarrolladas han contribuido a mitigar las disparidades en renta per capita existentes dentro de la UE, pero han ayudado poco a desarrollar el potencial de estas zonas que era, al fin y al cabo, el principal objetivo de estos fondos de cohesión. La inalterabilidad de un tejido económico inadecuado en regiones frecuentemente agrícolas del sur (aunque no únicamente) ha derivado en unas condiciones económicas adversas que se retroalimentan y perpetúan.
En un marco supranacional de libre circulación de la mano de obra, el fenómeno migratorio está frecuentemente protagonizado por personal altamente cualificado. Esta circunstancia es especialmente cierta en la actual Europa en la que el conocimiento de idiomas y los incentivos que requeridos para que se efectué un movimiento de trabajadores de un país a otro son altos. Esto conlleva una polarización de los recursos en el que las regiones menos desarrolladas tienen que sumar a su situación de desventaja un goteo continuo de la migración de unos recursos humanos locales compuestos por gente joven, emprendedora y altamente cualificada, hacia las economías más competitivas de la UE.
Una diferencia inicial entre la productividad intrarregional o una crisis específica y prolongada en la demanda de un tipo de bienes producidos en una región, puede provocar la causalidad circular y acumulativa mencionada y aumentar paulatinamente la disparidad regional, asentando el declive.
Una crisis prolongada puede de hecho socavar la estructura económica de aquellas economías que, como Euskadi, cuentan de partida con un estimable nivel de competitividad, con lo que los efectos aquí descritos pueden ser extrapolables si no se toman las medidas adecuadas. Llegados a un punto de deterioro del tejido económico, los efectos adversos de esta causalidad circular y acumulativa puede someter a un país con una estructura económica inicial competitiva a un lento (y muchas veces mitigado por fondos federales) aunque inexorable, declive económico y social.
La creación de un presupuesto federal europeo no debería suponer el fin de unas políticas fiscales locales que no solo contribuyen a contrarrestar los efectos de crisis temporales, sino también a luchar contra desajustes estructurales. La fiscalidad puede conseguir lo que otros mecanismos de redistribución logran en otras uniones monetarias y a menudo con mayor efectividad incluso a la hora de generar actividad económica. Una política fiscal autónoma permite fomentar la inversión privada y, al fin y al cabo, los flujos privados de inversión también pueden desempeñar un papel de estabilización económica en un contexto atractivo para las inversiones.
Las miras actuales están centradas en la estabilización, pero no basta con estabilizar la economía, como los presupuestos federales pueden aspirar a hacer, hay también que transformarla. Se debe generar un ecosistema propicio para seguir creando empresas y fomentar la inversión. A la espera de esa “Cena para salvar la Unión Europea”, a la que Sixto Jiménez se refería en este mismo foro, en la que los líderes europeos actúen como tales y completen el inconcluso proyecto del Euro, las políticas fiscales locales continúan siendo el instrumento de reactivación económica más efectivo del que disponen los gobiernos, sobre todo los de aquellos países a los que el haber mantenido una disciplina presupuestaria en los años previos a esta crisis les ha otorgado una estabilidad financiera suficiente para acometer esta tarea. Seguro que a todos nos viene al menos un nombre a la cabeza.
Nombres que nos vengan a la cabeza …
Euskadi, noski !