Imanol Lizarralde
(Continuación de «Lealtades y deslealtades (1)?»)
El segundo caballo de batalla que cita Arregi ronda el cumplimiento/incumplimiento del Estatuto de Gernika, lo que llama “la batalla por la narración de lo que ha sucedido con el pacto estatutario”. Para Arregi el nacionalismo ha elaborado desde Lizarra-Garazi una narrativa histórica mediante la cual pretende justificar sus acciones con la excusa del incumplimiento del Estatuto de Gernika.
A la hora de bajar a lo concreto Arregi no se atreve a negar toda la evidencia y dice que todavía quedan competencias por transferir, como la de prisiones. Pero “sobre todo quedan unas cuantas transferencias que tienen un elemento común: su financiación por medio de las aportaciones de trabajadores y empresas a la caja única de la Seguridad Social”. No hay transferencias, según Arregi, por el desacuerdo en los términos de lo que hay que transferir.
Según Arregi, el nacionalismo vasco “intenta escribir la historia de sus decisiones estratégicas de los últimos años –al menos desde la apuesta de Lizarra-Garazi- como consecuencia del incumplimiento estatutario por parte del Estado”.
Pero es que el nacionalismo vasco ha denunciado el incumplimiento estatutario desde hace bastantes años antes que esa fecha. En el año 1984 el entonces Lehendakari Carlos Garaikotxea ya hablaba de que “el Estatuto de Autonomía se está defraudando descaradamente” y como ejemplo ponía “las leyes unilaterales en materia de enseñanza, la ley de funcionarios, la pretensión de que las inversiones se planteen en los presupuestos generales del Estado, los impedimentos a que Euskal Telebista conecte con Eurovisión, o la no retirada progresiva de las fuerzas de Seguridad del Estado”. Eran los tiempos de la LOAPA, del espíritu restrictivo del 23f, de los reproches a Adolfo Suárez, por parte de socialistas y los entonces populares, de que con el Estatuto de Gernika se había concedido demasiado a los vascos y había que dar marcha atrás.
En noviembre de 1986, el Lehendakari Ardanza, que gobernaba junto con los socialistas, y bajo el cual Arregi era consejero nacionalista, decía que “el PSOE pretende conseguir por la vía de los hechos lo que no pudo por la vía legal es decir con la LOAPA”. En 1988 todos los partidos vascos, menos Herri Batasuna, firman el Pacto de Ajuria Enea el cual en sus apartados hablaba de “a través de una Comisión Institucional del Parlamento Vasco, se procederá, en un clima de entendimiento básico, a fijar, con el mayor consenso posible, los criterios del Parlamento sobre el alcance del pleno desarrollo del Estatuto”. Fue el político nacionalista Zubia quien estableció el listado de lo que había que transferir. Pero tal “comisión institucional” no llegó ni a formarse.
Las transferencias fueron moneda de cambio de las diversas necesidades de gobierno de los partidos españoles, tanto el PP como el PSOE, y algunas de ellas fueron donadas graciosamente (sin interpretaciones ni nada) a cambio del apoyo político del nacionalismo. La interpretación del Estatuto dependía, pues, de temas que nadan tenían que ver con el, en definitiva de la voluntad política coyuntural de los partidos españoles. Esa es la política que han seguido, y que seguramente seguirán, los partidos españoles respecto a las transferencias.
El incumplimiento del Estatuto es, pues, parte de la historia, igual que tiene que ser parte (aunque relativizada, deformada y parcialmente omitida) de la propia narrativa de Arregi. Resulta, además, reseñable que Arregi, que vivió todos los episodios narrados en este texto como alto cargo público o político nacionalista, no haga mención de estos hechos y pretenda asimilar la denuncia del incumplimiento estatutario como una deriva reciente de radicalismo del nacionalismo vasco. Eso es gravemente falso. Todos los Lehendakaris han denunciado el incumplimiento estatutario desde principios de los 80. Incluso el socialista Montilla denuncia el incumplimiento del nuevo estatuto catalán.
La deriva radical y sectaria de Arregi es mucho más aparente que la del PNV. Mano derecha del sector de Garaikoetxea en la época de la escisión del PNV, hombre de confianza del nuevo amo del PNV tras la escisión, Xabier Arzalluz, el pensamiento político de Arregi viene siempre dictado por sus propias ambiciones políticas, por la ambición frustrada de ser Lehendakari, más que a la adhesión a cualquier ideología. Ahora proyecta sus frustraciones por medio de una narrativa que consiste en el falseamiento puro y duro de los hechos.
Arregi siempre se ha movido por sus ambiciones personales. Ha sido un «carguista» más. No ha querido más que poder y poder. Primero lo intentó con Garaiko, fracasó, luego con Ardanza, volvió a fracasar, y por último con Patxi López.
Este es el ejemplo claro de esa clase de «intelectuales» que son capaces hoy de criticar sin medida lo que ayer defendían religiosamente. Nunca abrigan dudas… y menos sobre su ego. Tuve el «placer» de cenar a su lado hace un montón de años. Al enterarse de que yo simpatizaba con las ideas ecologistas empezó a tratar de ridiculizarme hablando del modo en que se hacía el foie que había sobre la mesa… El caso es quedar por encima de álguien para poder demostrar que él no es el maricomplejines que es… ¡brillante!. Psiquiátrico.