Joxan Rekondo
1. La representación icónica del lehendakari Agirre es abundante en espacios políticos e institucionales. Sin embargo, cuando preocupa la conciencia colectiva, deberíamos cultivar un poco menos la iconolatría hacia aquella generación excepcional e interesarnos más por el pensamiento que generaron, por cómo lograron socializarlo con éxito y por lo que puede aportar a la continuidad de nuestra comunidad en la historia.
Para Agirre, pensar y comunicar políticamente era hacerlo desde el lugar y la linealidad histórica en los que estamos enraizados. La comunicación que realizó no resultó líquida ni mudadiza, sino que recurrió a ideas y convicciones que conectaban con la experiencia y esperanzas de la comunidad narrativa a la que se dirigía. Veamos los mensajes de Gabon, por ejemplo. En ellos, se ve que enlaza con la tradición democrática vasca y la proyecta al futuro, legitima la preparación para la lucha e implantación del proceso democrático, rinde cuentas de la gestión del año y presenta perspectivas de futuro.
La comunidad narrativa a la que se dirigía se estableció a partir de los hogares vascos. Bajo la presión de la dictadura, el sentido patriótico se resguardó en un conjunto de hogares vascos, el ámbito que se consideraba primordial para que la conciencia comunitaria vasca pudiera resistir y recuperarse. “Franko diktadoria da, baña bere aginpidea etxeko atian amaitzen da” (1947). Los hogares no estaban aislados (los contactos funcionaban a través de las redes de resistencia y de los Servicios del gobierno), y los mensajes del lehendakari lograron extender una orientación narrativa convergente. Se había perdido la guerra, pero se había ganado en el relato. Como consecuencia, durante el largo tiempo que duró el franquismo, fueron miles los hogares que constituyeron la primera plataforma clandestina, a partir de la que luego, durante el tercer cuarto del siglo veinte, se activó y desarrolló la reconstrucción del país.
Es clave la narración que se inicia en Turtzioz (manifiesto junio 1937): “el territorio habrá sido conquistado; el alma del Pueblo Vasco, no; no lo será jamás” y “hemos obrado noblemente… ningún despojo es imputable al Ejército vasco”. Es importante no perder de vista esta cuestión, puesto que la primera ETA surge desde la crítica a la estimación de ese comportamiento noble en la guerra. Ahí se produce ya un corte ético.
Alrededor del relato de Agirre, se consolidó un ambiente social de victoria moral, pero sin dar juego a victimismos ni supremacismos. Se buscaba la cohesión interna de la sociedad vasca, con el objeto de superar el distinto posicionamiento de la gente corriente a un lado u otro de las trincheras y recuperar un sentido de pertenencia compartido.
2. La idea central de esta narrativa era la persona libre. Es decir, una persona con conciencia de sí misma, discernimiento moral y conducta responsable. Es la persona ‘burujabe’. En torno a este eje se vertebran las demás ideas. La tradición vasca es libertad para las personas, se puede leer a Agirre en textos diversos. En el fuero, esta libertad aseguraba barreras que protegían a los individuos contra los abusos y la dominación. Pero la libertad también es responsabilidad y participación democrática ante lo común, en todos los ámbitos de la vida social. Es decir, es democracia y sentido de comunidad. La comunidad, los vínculos que la cohesionan, solo son sostenibles a partir de una deuda en común. El sujeto libre es el que tiene deberes. Nos debemos recíprocamente la libertad y esta nos compromete con el bien común. Conocer esta concepción vasca de la libertad y su vertebración comunitaria (bien representada por la expresión auzolan) nos ayuda a entender el resurgimiento social y cultural del tercer cuarto del siglo XX, al ver cómo se hace operativa en la realidad concreta.
Muchas de las deficiencias que se atribuyen a formas sociopolíticas se podrían resolver con la mayor implicación de las personas, -como sujetos libres, activos y responsables- en su propia promoción y autogobierno. Las sociedades democráticas fallan porque fallan las personas, concluía Agirre. Podríamos afirmar que, para esta generación, la democracia significaba más una búsqueda permanente de transformación e integración de las personas que una muralla a levantar ante los que la amenazan. En condiciones de libertad, la mejor defensa de la democracia necesitaría promover cultura y virtudes democráticas en las personas, asociar y movilizar demócratas, evitando lenguajes y conductas de trinchera: “la democracia y la libertad son términos positivos y son solución suficiente en frente de estos falsos dilemas” (1947).
3. A partir de 1945, la comunicación pública de Agirre alimentó progresivamente una narrativa que instaba a la unión política para organizar la resistencia e impulsar la reconstrucción del país. En teoría, la resistencia como mera oposición al régimen no lograría transformar la situación de dominación mientras no se produjera un vuelco en el poder. Pero, se estaba produciendo una desnacionalización acelerada que requería no solo resistir, sino reconstruir. Resistir para reconstruir o para renacer. Había que comprometerse a trabajar en todo tipo de ámbitos. Esperar, para iniciar la reconstrucción del país, al derribo o derrumbe del régimen era resignarse al retroceso en la identidad y condiciones de vida de los vascos.
El lenguaje del lehendakari no apelaba a la demanda de derechos, sino a adoptar deberes y compromisos. Había muchas cosas que se podían hacer sin esperar la autorización de nadie. Los vascos no podían limitarse a acciones de demanda o protesta, y debían activar esferas de autogobierno real. De esta manera, la comunidad narrativa sostenida durante años eclosionó y vivificó una multiplicidad de entidades y organismos en diversas esferas de la vida social.
El momento de activación se podría situar alrededor de 1956. La convocatoria del Congreso Mundial Vasco consiguió catalizar energías sociales en todos los sectores y generaciones, dentro y fuera del país, que vivieron con gran expectación la convocatoria, participaron en la gran Asamblea de París, y buscaron desarrollar sus conclusiones después del Congreso. Landaburu -que fue ponente de la comisión cultural del Congreso- diría después que se estaba viviendo un extraordinario ‘momento psicológico’.
4. La comunicación pública de Agirre contribuyó eficazmente al proceso de subjetivación en el que se fundamentó el resurgimiento. Se estaba produciendo un enorme fenómeno de transformación comunitaria y se estaban abriendo vías de participación democrática en todos los ámbitos sociales (cultura y folclore, educación, socioeconomía, …). En efecto, lo que se estaba realizando no era mera resistencia. Hoy podríamos identificarla como una vigorosa dinámica de ‘resiliencia comunitaria’, que favoreció la resistencia, recuperación y transformación interna de la propia comunidad vasca. El ‘poder de los sin poder’, que diría Havel.
Sobre estas bases, la actividad asociativo-cooperativa se multiplicó, frenó la desnacionalización e invirtió su dinámica, generando un proceso participativo que democratizó -sin dirigismos- amplios ámbitos de la sociedad civil. Parecía que todo el mundo sabía lo que debía hacer, sin necesidad de supervisión de vanguardias ilustradas. Era un pueblo en marcha, con un alto nivel de autoorganización y dinamismo social, que fue arrebatando progresivamente espacios de libertad del control de la dictadura. Agirre no vivió el momento cumbre del proceso, pero el empuje del mismo provino de los fundamentos que el lehendakari ligaba con el avance del sentido patriótico (comunitario) y democrático: con la promoción de las personas en el centro, la resolución de la cuestión social y el resurgimiento nacional.
Finalmente, este gran impulso facilitó el proceso institucional que dio inicio a la segunda época del Gobierno Vasco, cuyo regreso únicamente pudo producirse tal y como había predicho Agirre, a partir de “la expresión legítima de la voluntad libre” de los vascos, materializada en 1979. La recuperación del autogobierno en 1979 y el retorno de las instituciones democráticas en 1980 no fueron sino la conclusión lógica de la pujanza de aquel proceso. En definitiva, era el gobierno que necesitaba aquel ‘pueblo en marcha’ para completar su desarrollo social con unas instituciones democráticas elegidas libremente.