Imanol Lizarralde (*)

La Izquierda Abertzale pretende hacer ver que los “gudaris” de ayer (los que combatieron en la guerra civil en 1936) enlazan con los supuestos “gudaris” de hoy (los militantes de ETA). Así se establecería una genealogía en la que los últimos recogen y representan la legitimidad que tuvieron los primeros. Esta propaganda fue incluso impulsada por jelkides que se apartaron del PNV y desembocaron en Herri Batasuna, como Telesforo Monzón. El propio Mario Onaindia lo recogió en su intervención del Juicio de Burgos. La cosa envuelve la mitología de la épica del fusilamiento de Txiki y Otaegi.

Hay una canción de Monzón, dedicada al jefe de ETA Eustakio Mendizabal, Txikia, que así queda hermanado con Candido Saseta, el comandante de gudaris del Ejército Vasco, muerto combatiendo en Asturias. Otros hermanamientos aducen a que muchos militantes de ETA tuvieron padres gudaris y que sus hijos e hijas siguieron el camino de sus progenitores al abrazar su militancia. Es verdad que, durante un tiempo, existieron entre el PNV y ETA relaciones de tipo casi familiar. E incluso es posible que hubiera gente que tuviera como motivación inicial de su militancia semejante inspiración.

Sin embargo, los proyectos de ambas organizaciones chocaron desde el principio. En el terreno ético por las restricciones que imponía la moralidad cristiana a la lucha armada; en el terreno político por la adscripción de ETA, a partir de 1968, a la ideología marxista; y en el terreno institucional pues ETA no reconoció la legitimidad del Gobierno Vasco. A pesar de todo, la violencia originaria que supuso la implantación de la dictadura franquista, permitió a los militantes de ETA hacer acopio de parte de la memoria resistente vasca contra el franquismo. La asunción de la organización armada de símbolos nacionalistas (como la ikurriña, la canción Eusko Gudariak, el recuerdo de Gernika…) le sirvió para beneficio propio. Todavía en 1971, ETA consiguió hacer bascular a sus filas a 200 militantes de la organización juvenil del PNV, Euzko Gaztedi.

Pero el mito del “gudari” de hoy, preparado sobre el terreno, poseía algunas incongruencias. El “gudari”, en el caso de los militantes de ETA, era también el guerrillero revolucionario, el Che Guevara transplantado a estos pagos. Tanto Txabi Etxebarrieta como Txikia como los siguientes mártires de ETA eran marxista-leninistas que luchaban por la revolución, que era vasca pero que también formaba parte de la revolución mundial. En este sentido, los militantes de ETA mismos se encontrarían mucho más a gusto de figurar junto con Cristobal Errandonea o Jesús Larrañaga, milicianos comunistas vascos en la guerra civil, que, como ellos, combatieron por la revolución, y consideraban “burgueses” a los gudaris del PNV.

Otra incongruencia toca una cuestión esencial, ligada al mismo nombre. Los “gudaris” eran miembros del “Euzko Gudarostea” o Ejército Vasco, que se encontraba bajo el mando del Lehendakari Agirre. Se trataba, pues, de los miembros de un ejército formado por una organización democrática, como el Gobierno Vasco, que, combatiendo al fascismo, recogía sensibilidades diversas. A pesar de que ETA, en 1959, reconoció la autoridad del Gobierno Vasco, más adelante la repudió. ETA actuó al margen de esa representación democrática. Cuando en 1980 se restaure el Gobierno Vasco y este disponga de unas fuerzas armadas propias, como la Ertzaintza o Policía Vasca, ETA actuará, desde el principio, en contra del monopolio democrático de la fuerza que encarnaba.

Sin autoridad democrática vasca a la que obedecer no existen los “gudaris” por mucha fanfarria estética que adorne a los que pretenden acogerse a esa denominación y envolverse en su bandera. ETA obedecía a KAS que era el Bloque Dirigente de una facción, la Izquierda Abertzale, que no representaba al pueblo vasco sino sólo a sí misma. Y además ETA combatió a las fuerzas armadas de la autoridad democrática, a la Ertzaintza, causándole muchos muertos y sometiéndola al esfuerzo de persecución que sufrían sus objetivos.

¿Por qué la Izquierda Abertzale intentó apropiarse del mito del “gudari”? Por el buen recuerdo que dejaron los gudaris de 1936 entre los vascos. Esto se debía a que lucharon en una pelea desigual, con medios muy limitados, contra un enemigo que incluía a gente tan respetuosa con los derechos humanos como las tropas moras, la aviación nazi, los fascistas italianos, los falanguistas y los requetés.  A la Izquierda Abertzale le interesa capitalizar el término “gudari” sin que recordemos a los miles de soldados vascos que lo acuñaron. ¿Por qué razón? El contraste moral entre los gudaris de 1936 y ETA sería devastador. Incluso Jon Juaristi tuvo que reconocer que, en una guerra muy cruenta, los gudaris lucharon “sin mancharse con la sangre de inocentes ni de enemigos inermes”. ¿Podríamos decir lo mismo de ETA?

¿Y de ser, quienes serían los “gudaris” de hoy? No otra cosa fueron, además de mártires por la libertad de nuestro pueblo, los ertzainas Genaro García Andoain, Joseba Goikoetxea, Montxo Doral, Mikel Uribe y tantos otros que, siendo, institucional y familiarmente, descendientes directos de los luchadores de 1936, cayeron en el combate de la defensa de su misma causa en una etapa posterior. Ellos fueron los que combatieron a ETA cuando esta organización extorsionaba, perseguía y mataba a los ciudadanos vascos.

Los homenajes a Txiki y Otaegi pretenden proyectar el espejismo de una ficción refutada por las decenas de años en los que ETA siguió actuando en contra de la autoridad vasca y sus fuerzas armadas. Existe una genealogía nítida que une al Lehendakar Agirre con el Lehendakari Imanol Pradales. Es nuestro deber, como demócratas vascos, hacerla resaltar, para evitar las confusiones interesadas. Sin autoridad democrática no hay legitimidad en el empleo de la fuerza. El himno del soldado vasco corresponde a una fuente cuya corriente persiste gracias a la sangre de los verdaderos mártires de la libertad vasca. Esos mártires defendieron a los ciudadanos vascos, a sus instituciones democráticas y al Lehendakari. Esos son los gudaris.

(*) Historiador

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