Joxan Rekondo
1. Para Arizmendiarrieta, la persona es un ser imperfecto, y como tal sujeto de necesidades. Por eso, aspira a transformarse y transformar el entorno en el que desarrolla su vida, progresar y evolucionar. La libertad es el impulso de transformación, el valor más apreciado por la condición humana, el que proporciona diversas opciones de despliegue al potencial transformador inscrito en el interior de cada persona. En este sentido, el mensaje y obra de Arizmendiarrieta se corresponde con un “espíritu de confianza en el hombre y en su capacidad”.
El sacerdote de Markina no buscó perder el tiempo con los que se oponen a todo cambio, que no pueden apelar más que a una libertad disminuida. De otro lado, la crítica de Arizmendiarrieta a la teoría marxista del cambio social es que embarga la libertad humana hasta el final de la historia, cuando se pudiera alcanzar un orden social sin necesidades; escenario conclusivo que sería insostenible sin cerrar también posibilidades a la libertad y al progreso de las condiciones de dignidad humana. Nunca va a darse una situación, como aventuró Marx, en la que desaparezca toda necesidad vital humana (material o espiritual) y sea sustituida por la plena libertad. Libertad y necesidades son dos caras de la misma realidad. Es la relación dialéctica entre ambas la que hacen avanzar la historia. Sin libertad, no puede haber iniciativa ni creatividad para afrontar las necesidades humanas. Por el contrario, la promoción inacabable de la persona exige el empuje y la inspiración de la libertad.
2. Mounier afirmó que “cada vez que se la aísla de la estructura total de la persona, se deporta la libertad hacia alguna aberración”. El foco de esa estructura total de la persona se halla en la dimensión espiritual de los seres humanos que, además del componente firme y eterno de su propia dignidad, contiene un factor dinámico que le empuja al sujeto a la acción consecuente y a expandirse hacia dimensiones nuevas y superiores “en consonancia con la regeneración interior y social” [JMA]. Vivimos tiempos en los que la apelación a la dignidad personal es insistente. Ante esta demanda, la respuesta de Arizmendiarrieta animaría al aprovechamiento del potencial inscrito en el interior de cada persona para disponer libremente de sí misma – “disponer de sí en comunión con otros”, por supuesto -, de tal manera que pueda contribuir a llevar a efecto el proceso regenerativo, personal y social, que le concierne.
La libertad arizmendiana no equivale a la disposición sin límites de una soberanía individual al servicio de un deseo y voluntad caprichosos. No hay que olvidar que la soberanía en su definición más genuina implica liberación de responsabilidades ante otros. Cuando la libertad se asimila a la simple espontaneidad, puede resultar “una cadena para otros” [JMA]. En este marco, cuando crece y se radicaliza el individualismo [“bakoizkeria”, JMA], disminuye precisamente el alcance e impulso de la libertad. Por el contrario, el sujeto humano solo puede completar su libertad si la orienta hacia la promoción personal y comunitaria. No debemos perder de vista que, para esta concepción comunitaria, si la persona libre quiere progresar en el marco de “un régimen humano sin látigo y violencia…, tiene que aceptar la solidaridad como algo fundamental” [JMA]. La libertad y la solidaridad “no pueden ser valores oponentes, excluyentes, sino complementarios”, sentencia Arizmendiarrieta.
Hay que defender, desde luego, la libertad frente a las dependencias arbitrarias y las tutelas incapacitantes de la subjetividad humana. Pero, contra lo que se cree, hay dependencias que no son causa de dominación, sino que abren sendas de liberación. Una de ellas, decía Arizmendiarrieta, es la solidaridad, una atadura que si se desempeña con reciprocidad es auténticamente liberadora. La libertad solidaria no es un recurso retórico, es la condición necesaria para el ejercicio de la responsabilidad y el compromiso, para la consolidación de la cooperación y la unión para el logro del propósito común. Esta noción de libertad es cercana a la que postula la tradición republicana, que la identifica como ‘ausencia de dominación’ [Pettit]. Sin embargo, la concepción arizmendiana no se conforma con esa representación negativa (ausencia y barrera) de la libertad y la perfecciona con un significado positivo (presencia y acción) que interpela a la conciencia de la responsabilidad común y compromete al ejercicio de la solidaridad recíproca y la participación en la cooperación.
3. Son cuatro principios de significado universal (persona, comunidad, libertad, solidaridad) los que sostienen la experiencia que buscó impulsar Arizmendiarrieta. De acuerdo con su pensamiento, la integración de todos ellos se realizaría con arreglo al espíritu tradicional vasco, en torno a una idea de la libertad fundamentada en la protección de la persona individualmente considerada, pero como libertad que solo podría consumarse a través de la cooperación solidaria. De esta singularidad idiosincrática brotaría una fuerza “que se anida en lo más entrañable” de sus gentes, y que nos habría de llevar “en Libertad conduciéndonos a un Comunitarismo democrático, dinámico, eficiente” [JMA]. Libertad y Comunitarismo que destacó con mayúscula inicial.
Arizmendiarrieta probó suficientemente que, en torno a esta concepción de libertad, se puede catalizar un gran potencial cívico comprometido con la resolución de las necesidades sociales. El corolario natural de esta idea de libertad es el cumplimiento por cada persona de las responsabilidades para con el conjunto del grupo social con el que comparte coetaneidad y con la comunidad histórica a la que da continuidad en el tiempo. Son responsabilidades que solo al sujeto que es libre cabe demandar por causa de la propia libertad de la que dispone. Por un lado, “askatasun zaletasunak alkartasunera garoaz”. Por otro, “alkartasun bidez guaz azkatasun alde”. “Bakoitza bere buruaren jaube lanaren eta lanerako alkartasunaren bidez” [JMA]. Es decir, reproducidas a través del trabajo y la acción, el círculo que conforman la libertad y la solidaridad produce un efecto virtuoso.
4. A 110 años del nacimiento de Arizmendiarrieta, vivimos tiempos de demanda comunitaria, pero de claro retroceso de lo común. El individuo desvinculado que se cree libre, desafecto de lo social que le compromete, que limita la libertad de decisión a la circunstancia de elegir entre opciones sin sentido moral, … La responsabilidad, los compromisos duraderos, parecen haber perdido fundamento. La fragmentación social es la gran amenaza, en especial para las pequeñas comunidades como la nuestra. Las consecuencias de estos procesos son muy inquietantes. Se percibe una gran necesidad de transformación y reorientación del sentido moral y las condiciones de vida. Hay que recuperar un horizonte que nos ayude a orientarnos.
En las vísperas del Aberri Eguna hablamos de la construcción de un pueblo libre. A menudo, el debate se deriva hacia nuevas construcciones o estructuras y no ponemos atención en las tareas que nos corresponden a las personas. Un pueblo libre, un sentido de pertenencia común, un espíritu patriótico arraigado, unas empresas vinculadas al territorio, una comunidad de cuidados, … necesitan una cultura de la libertad y de la responsabilidad que implique a cada persona que forma parte del conjunto. Necesitamos referencias en materia de principios. Las que hemos citado en este artículo pueden parecernos categorías abstractas, pero provienen de nuestra experiencia histórica más reciente y han creado realidades que todavía subsisten. Pueden ayudarnos, por lo tanto, a fijar un camino y un horizonte para rearmar una cultura comunitaria en claro declive. De recurrir a Arizmendiarrieta, nos exhortaría a asegurar esas virtudes en las personas, en cada una de ellas, como condición para un nuevo resurgimiento comunitario: “Erria lurrak edo lurraldeak utsik ez dira, berton bizi garan gizakiok baño; erriaren askatasuna gizakion askatasuna da”.