Joxan Rekondo
Pese a la derrota en la guerra, la línea de comunicación política del lehendakari Agirre logró crear un ambiente social de victoria moral. La Navidad era un tiempo propicio para que sus mensajes pudieran penetrar en la intimidad de multitud de hogares vascos, en los que perduraba inmune el sentido patriótico vasco. La Casa Vasca afirmaba su condición tradicional de ‘tuto refugio’ (Fuero de Bizkaia), luchando por mantenerse impenetrable para la dictadura y sus agentes. Durante el largo tiempo que duró el franquismo, fueron miles los hogares que constituyeron la plataforma clandestina que, junto a cuadrillas y asociaciones populares, conformó el movimiento que activó abiertamente la reconstrucción del país, sin que necesitaran ser instruidos por vanguardias ilustradas.
¿Qué ocurrió? ¿Cómo fue posible ese desbordamiento de lo que pretendía ser un régimen rigurosamente organizado para el control de todos los espacios de vida social y para el consiguiente sometimiento de la población civil? Puede haber una explicación que se refiere a la condición humana en general. Parece claro que una realidad efectiva de dominación -aunque se pretenda total- no mutila todas las posibilidades humanas. Frankl diría que las personas mantenemos un reducto de libertad espiritual orientado a la búsqueda de sentido de vida, y que resulta inexpugnable para el represor.
Íntimamente relacionados con la razón anterior, pero enraizados en nuestra realidad singular, se podrían proponer otros dos argumentos que deberíamos tomar en consideración. En primer lugar, la tradición patriótica y democrática se mantuvo viva y se logró transmitir de forma intergeneracional. En segundo lugar, la comunicación persistente de Agirre contribuyó decisivamente a la articulación de ideas y actuaciones que se alinearon en torno a una orientación subjetiva convergente. Entre los vascos, describiría el lehendakari, se estaba produciendo una “síntesis esperanzadora” (Gabon, 1955), que integraría en la lucha a gentes educadas en la idea cristiana de la sociedad civil junto a otras que, desde otra perspectiva, compartían un humanismo fundamentado en la libertad, la justicia social y la paz.
Uno de los elementos medulares, junto con la conciencia, de la comunicación de los ‘Gabon’ de Agirre es precisamente la Esperanza. Realmente, la Esperanza se proyecta a partir de la conciencia y de la acción. “Itxaron, sinistu eta ekin, … Itxaron, baina ez egonean… Sinismenak gogortuko dau itxaropena”, proclamó el lehendakari en 1948. Con el empuje de ‘una comunidad de sufrimiento’, que era la realidad incuestionable que buena parte de los vascos vivían en la época, el primer lehendakari quiso ver “la Esperanza del futuro… [que]… marcará el camino asegurado de la total y definitiva recuperación vasca en la justicia y en la libertad” (Gabon, 1940). Una Esperanza que se dirigía a repetir “una vez más una de esas recuperaciones que registra nuestra historia en los pasados siglos y que asombran por su vitalidad y rapidez” (Carta a Aznar, 12 mayo 1944).
La evolución hacia la liberación no se podría producir por sí misma, sino con la implicación activa de todos. Todos los vascos estaban llamados a cumplir con su deber, individual y colectivamente. Y “en esa determinación inflexible residen los motivos de Esperanza” (Gabon, 1954). La Esperanza no remitía a un estado de quieta espera hasta la intervención de fuerzas externas. “Ningún vasco debe quedar inactivo”, exhorta Agirre (Gabon, 1945). La fuerza decisiva está aquí: “Nos corresponde a nosotros, y sólo a nosotros, traducir en actos el afán de libertad de nuestro pueblo” (Gabon, 1956). No es solo resistir. La resistencia como única vía de lucha no lograría voltear la condición de subordinación que se padecía. Había que revertir esta situación con un activismo formidable que fuera capaz de desbordar las capacidades de represión del régimen. De ahí que el propósito que se manifiesta en el crucial mensaje de Gabon 1945 sea “movilizar desde el primer día el potencial espiritual, moral y económico de nuestro pueblo, llamando a todos a la tarea de reconstrucción porque a todos necesitamos”.
La convocatoria a la Esperanza era reiterativa en todos y cada uno de los mensajes que, en estas fechas, dirige al pueblo vasco. En estos textos, se conjuga junto con otros atributos que deben acompañarla para la acción: deber, responsabilidad, compromiso. Apelar a la Esperanza sin ellos es promover un optimismo vano y sin fundamento. Para el lehendakari, las implicaciones que estas demandas tienen para la acción política (que pueden desarrollar partidos, instituciones y resistencia en general) no eximen de la necesidad de actuar en todos los sectores de la vida vasca, involucrando “desde el patrono al obrero, desde el estudiante al profesor, hombres, mujeres, niños” (Gabon, 1953). En este contexto de efervescencia de la movilización social reconstructiva, era lógico que la provocación consciente de una espiral de acción violenta que se alimentara e hiciera frente a una reacción represiva fuera calificada como “solución de los desesperados” (Alberto Onaindia, 1969).
La Esperanza no prefigura un paraíso en la tierra. El humanismo de Agirre y su generación mostraba una gran confianza en las posibilidades del ser humano libre, cuya existencia se entendería en el marco de un orden que lo transciende. Barandiaran significaba esta visión (“Euskal gizabidea”) con las expresiones “ez gara betirako – “ez gara gure baitan”. Es imposible eliminar la imperfección de las personas y, por lo tanto, jamás se agotarán sus necesidades. En este contexto, adquiere relevancia la libertad que habría de compenetrarse con el compromiso y la solidaridad, para que pudiera concluir en un despliegue de energía creativa para el afrontamiento de las viejas y las nuevas necesidades humanas, de tal manera que progresemos hacia el horizonte que marca la Esperanza.
¿Vivimos hoy un periodo de desesperanza? Lo que sí es visible es que cada vez está más extendido el miedo ante el futuro. Cunde un profundo desencantamiento en relación al pronóstico de progreso perpetuo. Es un ambiente que puede atrofiar la creatividad espiritual que necesitamos para impulsar la lucha por un desarrollo humano que alcance a todos. La Esperanza es la fe obstinada en que esa lucha tiene sentido, y que no se limita al logro del avance material. Se habla mucho de ética, pero no deja de aparecer una escisión entre lo material y lo espiritual que está siendo demoledora para el futuro de la condición humana. El enunciado de Agirre “itxaron, sinistu eta ekin”, apelaba a la fe. En un tiempo más próximo a nosotros (5-diciembre-1995), Vaclav Havel -en un discurso en Hiroshima- revindicaba análoga y contundentemente: “sin experimentar lo transcendental, la Esperanza y la responsabilidad humana carecen de sentido”.
«Durante el largo tiempo que duró el franquismo, fueron miles los hogares que constituyeron la plataforma clandestina que, junto a cuadrillas y asociaciones populares, conformó el movimiento que activó abiertamente la reconstrucción del país, sin que necesitaran ser instruidos por vanguardias ilustradas.»
En nuestras ikastolas, en nuestros centros de enseñanza, en nuestras universidades etc. esta asignatura sigue sin darse.