Joxan Rekondo
Queremos una memoria que se integre en la conciencia colectiva del país, y pueda ser transmitida. Ahora bien, cuando nos referimos a la memoria, parece que nos conformamos con que sea expresión veraz del sufrimiento ocasionado por la violencia. No cabe duda de que la experiencia moral de nuestro pueblo no se reduce a esa condición trágica. El proceso histórico siempre deriva hacia la memoria enseñanzas negativas y positivas.
Sin duda, no somos indiferentes ante los fenómenos que sacuden el mundo global. Pero, no podemos afrontarlos si nos desentendemos de la resolución concreta de nuestros propios desafíos o si renunciamos a las mejores lecciones que provienen de nuestra particular trayectoria histórica. Descuidar esas dimensiones supondría la mutilación de las potencialidades (el desempoderamiento) del sujeto, en el nivel en el que se interrelacionan la actividad individual y la acción comunitaria. Cuestión que sigue siendo central en el tiempo en el que vivimos, en el que apelamos profusamente a la centralidad de la persona y la comunidad, precisamente por el decaimiento de su capacidad de agencia.
A lo largo del tiempo histórico, nuestra comunidad (y sus integrantes) ha mostrado una gran capacidad de adaptación y resurgimiento. Bajo la dramática caja de resonancia de la violencia política, sin embargo, ha operado un relativo silencio narrativo sobre el profundo sentido moral de muchas de las líneas de acción positiva que han contribuido al progreso que hemos vivido en el último medio siglo. Por eso, nos sería muy conveniente rescatar de esa marginalidad la narrativa nacional más potente que ha dado nuestra historia moderna y ponerla al servicio de las actuales necesidades del sujeto político vasco. El relato de reconstrucción de la posguerra era ingenuo y buenista para los que, con ETA, buscaron desarrollar una concepción alternativa. No obstante, el primero mostró una gran fortaleza vital y conectó con el espíritu resurgente de la mayoría de los vascos, y el segundo se ha derrumbado sin gloria alguna que pueda reclamar para sí.
Un buen rastro de la narrativa que ayudó a eclosionar el resurgimiento de la segunda mitad del siglo pasado puede hallarse en la comunicación pública del lehendakari Agirre. Uno de los recursos comunicativos más eficaces fueron sus mensajes de Gabon que por una u otra vía penetraban en multitud de casas vascas. En la atmósfera de repliegue forzada por la dictadura, estos mensajes se introducían en el ámbito que se consideraba natural y más propicio para que la conciencia comunitaria vasca pudiera resistir y recuperarse.
Un análisis de los mensajes publicados desde 1939 hasta 1959 nos proporcionaría las referencias principales de la narrativa que utilizó Agirre, arrastrando con ellas a una corriente social que las compartía, que se hallaba a la expectativa y dispuesta a la acción. De entre ellas, destacaría las ideas que siguen, por estar dirigidas a la misión de reconstruir el país. La condición decisiva de la conciencia. La esperanza en el futuro, evitando a toda costa la espera inactiva. La unión de las fuerzas vascas en torno al gobierno legítimo. La historicidad de la comunidad vasca, entendida como dinámica sucesiva entre tradición y progreso social. La opción determinante por una libertad comprometida, como corresponde a quien pretende participar activamente en la preparación de su futuro. La prevención ante la ilusión de que el auxilio exterior determinaría por sí solo el cambio político. Y finalmente, la apuesta inaplazable por la reconstrucción del país, ante la que ningún vasco debía quedar inactivo.
La conciencia. Las principales instituciones del país habían sido formalmente inhabilitadas y arrojadas al exilio. “El cuerpo ha sido tocado, el espíritu es más firme que nunca y triunfará indefectiblemente”, proclamó Agirre en el Gabon de 1940. La condición decisiva habría de residir en el espíritu. La fortaleza de la conciencia popular debía otorgar sentido a la lucha. La convicción era que ni la cárcel, ni el destierro, … podrían someter a un espíritu capaz de mantenerse bien arraigado. Sobre la firmeza de esa base, podría iniciarse la reconstrucción del cuerpo dañado.
La esperanza. Esa visión que enfatiza el valor de la conciencia se proyectaría hacia la esperanza. «Itxaron, sinistu eta ekin, … Itxaron, baina ez egonean… Sinismenak gogortuko dau itxaropena», dice el lehendakari en 1948. Se quiere un pueblo de luchadores convencidos y no de desesperados. No son pocos los que han dicho que la esperanza no es necesariamente optimismo, sino la fe persistente en que la lucha tiene sentido. En vísperas de su muerte, Agirre remachó esa idea: «no se confunda la causa Permanente de los Pueblos con las circunstancias desfavorables de un momento… Los pueblos se conocen la adversidad” (1959).
La unión vasca. Ante la adversidad solo cabe la unión de todas las fuerzas vascas, compartiendo lo que el primer lehendakari llamó ‘núcleo de legitimidad’, cuyo contenido debía incluir las cuestiones nacional y social (1943). Tras el periodo de guerras, se estableció el Pacto de Baiona, que marcó una orientación y programa políticos comunes. Simbolizaba la unión de los vascos en torno a sus representantes. El Gabon de 1945 enuncia la vigorosa idea del ‘Pueblo vasco en marcha’. Agirre busca el mantenimiento de la unión vasca con gran obstinación y quiere formular “una mística potente que sale de las entrañas de nuestra historia” (1946). El Congreso Mundial Vasco que se celebraría en 1956 se inscribe en esa constante dinámica que procura la unión vasca a través de la acción en común.
Poner la tradición en marcha de progreso: La potente mística a la que se aludía debía apelar a la transmisión en cadena de la identidad vasca, abierta a las demandas de las nuevas generaciones. Nuestra tradición tiene elementos de progreso (políticos, sociales y económicos), sin precisar materiales ajenos, se dice en 1940. «La tradición entre los vascos es la libertad y no la opresión» (1945). Siendo negación radical de la servidumbre física y espiritual, la tradición vasca no quedaría anquilosada. La libertad (personal y comunitaria) la haría marchar por la vía del progreso. Se confiaba en que este mensaje adhiriera a la mayoría de los vascos, al reflejar “su vieja tradición de libertad y [estar] acorde con las ideas universales que hoy mantienen los pueblos más prósperos y progresivos” (1955).
La libertad vasca es el eje en el que confluyen la tradición y el progreso social. A la lucha por la libertad le debemos la conservación de nuestra personalidad (1942). En los Gabones resuena insistentemente el mensaje de los Infanzones de Obanos: «los combates de la libertad solo se pueden ganar con hombres libres» (1943, 1950, 1952). Desde esa perspectiva, Agirre propaga que «la dictadura no es vasca, el militarismo no es vasco, la antidemocracia no es vasca y el totalitarismo, sea del color que sea, tampoco es vasco» (1949). La libertad vasca compromete y «no es una libertad sin contenido o en forma abstracta, sino que añade un hondo y auténtico contenido social» (1955).
Ante la expectación por una intervención exterior, el lehendakari expresa siempre una advertencia. Las grandes victorias son obra de muchos pequeños esfuerzos. “Ningún vasco debe quedar inactivo… y menos confiado en las virtudes exclusivas del auxilio exterior» (1945). Tras el agotamiento de la vía internacional, se activó una ‘acción popular directa y persistente’ (1947). A pesar de su “abandono de los principios morales” (1952), nuestros problemas solo tendrán solución en Occidente y Europa (1953). No obstante, se insiste en que “nos corresponde a nosotros, y solo a nosotros, traducir en actos el afán de libertad de nuestro pueblo… Sin odios, sin rencores, sin inútiles resentimientos…» (1956). “Asko dira kanpora begira daudenak. Ez daukagu indarrik munduko gauzak zuzentzeko. Guk gure bidea, euskal nortasuna eutsi eta zuzentzea, inoren begira egon gabe”, reclamó Agirre a la comunidad vasca (1958).
Gure bidea: la reconstrucción vasca. Ante la presión de la dictadura, la patria se salvaguardaría en los hogares. Sería vital conservar ‘el fuego [patriótico] en los hogares’ encendido (1942). Las casas vascas, conforman una extraordinaria reserva patriótica no asimilable por la dictadura. El euskera da la auténtica medida del espíritu reconstructivo vasco. «Diktadorearen aginpidea etxeko atean amaitzen da… Bildu zaitezte etxietan eta zabaldu, ikasi eta irakatsi bestiei gure euzkera» (1947) «Euskera da bide bakarra… Eutsi dagigun… Asi gaitezen geron etxean bertan» (1953). El mensaje de 1954 es muy valioso, ya que condensa perfectamente los principios que fundamentaron el posterior resurgimiento. Se convoca a la responsabilidad de cada vasco. Esta responsabilidad («lo mismo espiritual que temporal») debía comenzar en la casa, en la familia. Cada hogar, habría de ser un reducto «donde se mantenga incólume la noble causa de la supervivencia vasca». Igualmente, el deber de cada vasco se podría desplegar «desde el hogar al trabajo, desde el grupo de amigos a las asociaciones más amplias, desde medios extensos populares hasta círculos más especializados o selectos, desde la labor callada hasta el arrojo público cuando sea necesario y prudente». El patriotismo y la resistencia integraría así, además del compromiso con la libertad, toda labor que fuera útil para el renacimiento nacional, puesto que «en todos los sectores de la vida vasca existe un deber que cumplir».
En el marco operativo que definía el Gabon de 1954, el lehendakari anunció la convocatoria del Congreso Mundial Vasco. El objetivo principal del CMV fue cohesionar a todas las fuerzas vivas vascas en torno a la búsqueda de libertad política y reconstrucción vasca. Frente a las primeras insinuaciones favorables al uso de la fuerza, se reivindicó «el diálogo que acerca y construye frente a la violencia que divide y destruye» (1956). Había sonado la hora de la gran reacción vasca, «desde el orden espiritual y nacional al social y económico». Para Agirre, sin embargo, cifrar todas las expectativas en una evolución política inmediata era un error. Era imprescindible trabajar en la transformación de todos los órdenes de la vida social. “Politikari begiratzen diogu, konponbideak politikatik etorriko zaizkigulakoan. Politikaren emaitzak atzeratu ezkero, ez geratu ezer egin gabe” (1958).
Conclusión. Bajo esa orientación, a partir de finales de la década de los 50 del siglo pasado se desplegó en el país un potente proceso reconstructivo, en un movimiento reviviscente que enraíza con el activismo característico del tradicional auzolan y que impulsó un pujante desarrollo socio-económico y cultural, a los que después siguió la rehabilitación de la autonomía política (1979-80). La enseñanza principal de aquel proceso, del que todavía nos estamos beneficiando, nos lleva a pensar que la fortaleza de la actividad humana depende más de la condición subjetiva, enraizada en cada persona y articulada comunitariamente, que de determinaciones externas. Nuestra tradición muestra que, entre nosotros, esta condición resurge ante la adversidad. Trasmitámosla.
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“Asko dira kanpora begira daudenak. Ez daukagu indarrik munduko gauzak zuzentzeko. Guk gure bidea, euskal nortasuna eutsi eta zuzentzea, inoren begira egon gabe”,
Zein inportantea den ideia hori. Ez dago auzotar euskaldunak auzo-lanean elkartzea baino gauza abertzaleagorik, auzo-borroka saihestuz.