Jon Urtubi
Con Hamás como ganador de las elecciones en 2006 en la Franja de Gaza, comienza una nueva fase en el conflicto. La fase que hemos explicado, está dominada por la iniciativa israelí para acabar con el problema de la “ocupación”. Los hechos demuestran que Israel propone ir retirándose paulatinamente hacia la línea verde. Un único motivo ha impedido que ese proceso haya germinado en algo más ambicioso para los palestinos. La continua guerra prolongada mantenida antes, durante y después de cada tentativa de acuerdo sobre el terreno y con propuestas concretas. Con Gaza despejada de judíos –nadie se interesa por los cristianos que se encuentran excluidos allá por la sharia de Hamás-, Gaza se ha convertido de facto, desde 2006 en una base de lanzamiento de misiles hacia territorio israelí. Hacia la población civil israelí queremos decir. El Domo de hierro, el escudo anti misiles que protege Israel ha impedido durante estos últimos 15 años que las víctimas civiles hebreas hayan sido más numerosas. Lo mismo ocurre con la frontera del Líbano, donde Hezbolá, el ejército armado más poderoso de la zona y brazo terrorista del régimen iraní presiona el frente norte. Y lo mismo con el frente sirio, donde Al Nusra somete a Israel a esporádicos escarceos militares.
Con la vuelta al poder de Bibi Netanahyu se inició una regresión a la política de asentamientos más acorde con la fase 1967-1990. El líder del Likud consideró que la mejor forma de enterrar la hoja de ruta de Oslo era promover nuevos asentamientos en Cisjordania que fueron apoyados electoralmente en el país ante la persistencia de la violencia terrorista. Esa política errática e irresponsable no ha hecho más que engordar los argumentos de quienes acusan a Israel de emplear la fuerza bruta ocupando territorios que van más allá de la línea verde del 48. El periodo 1993-2007, implicó una fase de reversión de la conquista territorial característica del periodo 1967-1977, que se abandonó gradualmente por medio de los importantes acuerdos de paz con los vecinos Egipto (1978) y Jordania (1994). Israel, mitigada la amenaza imperialista árabe, no estaba interesada en una ocupación que le suponía más contradicciones internas –amén de la deslegitimación internacional- que beneficios.
El periodo llamado “de Oslo” deja como resultado el asesinato de un primer ministro, la escisión del principal partido político del país, el Likud y un reguero de sangre como respuesta. En todos los momentos donde Israel optó por el acuerdo político, -hasta asumir muertes, escisiones y convulsiones sociales en el país-, la violencia se recrudeció. Todos los intentos israelíes por acordar con los propios palestinos un proceso de retirada a las líneas de partición de 1948 fueron contestados con un recrudecimiento de la violencia árabe. Toda posibilidad real de retirada acordada fue torpedeada por la intransigencia árabe. A todo avance posibilista palestino se dijo que no. Excepto a gestionar el dinero para la autonomía de Gaza y Cisjordanía.
En Gaza no hay ocupación de territorio. Es una mentira que repiten tantos y tantos políticos occidentales, que se niegan, o no tienen tiempo o coraje para contrastar su pensamiento con la realidad. El control de Israel sobre la Franja está relacionado con el hecho de que desde 2006, ese territorio no es más que una lanzadera de misiles contra la población civil israelí. Fue el propio ejército israelí quien sacó de allá a 7000 israelís -teniendo que emplear la violencia en algunos casos-, que vivían en Gaza desde tiempos inmemoriales. La franja está dominada y gobernada por entero por Hamás desde hace 14 años. Todo el dinero proveniente de subvenciones occidentales es gestionado por el gobierno de Ismail Haniya, líder de Hamás, quien amasa una fortuna difícil de superar por nadie, mientras condena a su propio pueblo a la indigencia y miseria más absoluta. Existe toda una caterva de occidentales de izquierda dispuestos a venerar como referente moral a todo multimillonario -lo mismo ocurrió con Osama Bin Laden-, con la única condición de que ese dinero no lo haya conseguido produciendo riqueza para los demás. Mientras los gazatíes para los cuales la autonomía podía haber sido fuente de estándares de calidad de vida y servicios básicos, se quedaron tan mal como estaban, los árabes palestinos que viven en Israel, lo hacen como ciudadanos occidentales y tienen como árabe-israelís, su propio partido con representación parlamentaria en la Knesset. De hecho, Israel trata y considera a los árabes-palestinos que viven en Israel, con mucha más dignidad a cómo lo hace Hamas con los ciudadanos de la franja.
En occidente, se habla de territorios. Más allá, la religión ni siquiera es considerado como factor del debate. Pero resulta que, si se deja fuera de la ecuación el elemento religioso a la hora de interpretar de lo que sucede en Oriente Medio, es imposible captar la realidad de las cosas. Hablar de oriente medio sin hablar de religión es no conocer el problema. Hablar de judíos para los fundamentalistas islámicos, es hablar de occidentales en tierra del islam. Hay que expulsarlos. Desde Occidente se analiza el conflicto como si fuera un problema de tierras. De ocupación. El occidental analiza el problema ponderando los hechos con su propia balanza cultural. Ese camino no puede más que conducir al error, cuando no, a la manipulación más interesada que emplea el conflicto árabe-israelí como gasolina contra el sistema de libertades occidental.
El sentimiento de pertenencia a la nación palestina no es un elemento nuclear en la sociedad árabe en Oriente Medio. Puede ser muy útil para los intereses políticos detrás de la impostada solidaridad con la causa palestina. Podemos hablar de 5 capas de identidad en Oriente Medio. La primera capa de identidad no la proporciona el hecho de ser palestino, sino la pertenencia al clan. La pertenencia a una comunidad palestina, tampoco forma parte del segundo nivel de conciencia de los habitantes árabes de oriente medio. Sino su posicionamiento en la religión del islam, es decir, si uno es sunnita o chiita. La tercera capa de conciencia está formada por la relación de los musulmanes con las demás religiones a las que consideran como erradas en el mejor de los casos, o en el peor, como en el caso del yihadismo, que hay que acabar con ellas. La cuarta, y después de todas las demás, está el sentimiento de pertenencia a Palestina. Y, en quinto y último lugar está el sentimiento de pertenencia árabe.
Prescindir de este marco cultural que conforma las capas de identidad en oriente medio es no respetar a aquellos a quienes se dice defender. Ya interpretamos nosotros los occidentales, la realidad por ellos. Todos los asaltantes del sábado, gritaban “Allahu Akbar”. No se escuchaba soflama alguna por ninguna causa palestina. Entonces, nos damos cuenta que debemos de prescindir de la información que nos proporciona lo que vemos, para sustituirlo por verdades políticas que pertenecen a otros. Curiosa forma de colonización cultural de la izquierda revolucionaria de los países occidentales, la que prescinden de todo lo que no sea palestino en lo que conforma la identidad en el palestino de oriente medio; el clan, el sunismo-chiísmo, la relación del islam con las demás religiones y la conciencia árabe. Estrechamos nuestro angular para captar la realidad de las cosas y reducirla a una combinación binaria que nos puede facilitar el trabajo. Pero eso, ni nos acerca a la verdad ni nos permite el discernimiento cabal y ponderado.
Pero, tampoco la conciencia palestina se conforma al modo occidental. Pensar así, implica una colonización occidental de la conciencia palestina, algo a lo que la izquierda pro palestina hace frecuentemente. En nuestros países, los elementos culturales, políticos y religiosos de la identidad quedan subsumidas en la libertad de conciencia. Nada de esto ocurre en la Franja de Gaza. Se trata de una sima entre la cultura occidental de libertades y un sistema totalitario -el de Hamás-donde la libertad de conciencia del ciudadano está ausente, porque tampoco existe un concepto de ciudadanía política tal y como la entendemos en Occidente. Esto ni se entiende, ni se quiere entender fuera de oriente medio. El fundamentalismo islámico es minoritario en el mundo musulmán, de hecho, son los musulmanes quienes más número de víctimas aportan en el mundo a manos del yihadismo político. Pero, el fundamentalismo islámico es mayoritario en el medio oriente. Y, este es un dato fundamental a la hora de comprender las posibilidades de convivencia que existen entre una población occidental como la israelí y otra que posee los rasgos que acabamos de describir.
Los datos de población en oriente medio no engañan. En 1920, había 80 millones de cristianos viviendo en medio Oriente. En 2023, hay 11 millones. ¿Dónde están los otros 69? En otro lugar. Sencillamente porque el fundamentalismo islámico o los expulsó –cuando no los asesinó-, o fueron convertidos de manera forzosa al islam ¿La ciudad de Belén contaba hace cien años con una población cristiana del 84%. Hoy está por debajo del 30%. ¿Qué ha sido de los cristianos de Belén? Podríamos dar más y más datos. Ahora, para quienes están interesados en los Derechos Humanos en la franja de Gaza. ¿Qué ocurrió con los cerca de 4500 cristianos que vivían en la franja de Gaza bajo el mandato de Hamás? Que, hoy son menos de mil ¿Es este un problema de territorios?
Pero, vayamos a algo más importante. Hay otro elemento invisible que condiciona la toma de conciencia de la población occidental sobre todo lo que haga referencia a Israel. La judeofobia ¿Pero, existe todavía el antisemitismo? En las sociedades occidentales, parecía ser un problema superado. Hoy, escuchamos que los judíos no están discriminados, tienen su propio estado y viven rodeados de comodidades. Gustavo Perednik nos alerta sobre el carácter hipermoderno del vocablo. La judeofobia, produce lo que llama una “disonancia cognitiva.” La disonancia cognitiva consiste en contemplar algo que vemos en la realidad, lo entendemos, pero nos cuesta interiorizar. Lo que ocurre es que como no se puede procesar ni interiorizar, se actúa como si eso que ve, no existiera o no se estuviera produciendo.
Somos testigos de cómo allá donde se organizan como colectivo, allá donde salen a la calle, los judíos siempre desfilan con protección; la policía, el ejército, las sinagogas se protegen de manera especial… La judeofobia acarrea una doble realidad. Por una parte, se niega que los judíos estén discriminados. Pero en todas partes donde tienen una aparición pública, les acompaña un séquito disuasorio. El discurso dice: los judíos no están discriminados. Nadie está contra los judíos. Son imaginaciones suyas. En todo caso, si alguien está contra ellos, será por lo que ellos han podido hacer de nocivo. Siempre será una reacción. La judeofobia, como elemento cultural, es el fenómeno que produce esa disonancia, que nace de una sociedad que niega el antisemitismo como ideología, pero cuyas expresiones niegan la mayor. La judeofobia está presente cuando los judíos se sienten discriminados, y no existe un marco ideológico y cultural que les proporcione cobijo, más allá del que proporciona el estado de Israel.
La judeofobia es la nueva expresión del antisemitismo. El antisemitismo es el prejuicio y el estigma sobre los judíos –hay otros pueblos semíticos, pero el vocablo siempre se asoció a los judíos-. El antisemitismo fue una herramienta potente en la evolución de las expresiones más reaccionarias de la derecha política. Hoy, nadie afirma el carácter inferior de la raza a la que pretende atacar. Busca otros argumentos. Pero la judeofobia, como he dicho, está emparentada con el antisemitismo. La judeofobia nace de una idea preconcebida que anidó en nuestras conciencias, propiciada en su forma más primaria por el fundamentalismo yihadista, pero de forma más sofisticada por la izquierda revolucionaria occidental. ¿Cuál es la idea? Los judíos controlan el mundo. El judío es rico, frío, supremacista y no tiene consideración por el otro. ¿Cuál es la entidad política que aporta la organización, el entramado institucional que hace posible que ese supremacismo funcione de forma activa? El estado de Israel. Israel, por tanto, es el imperio. Quien agrede a Israel, quien atenta contra él, ejerce una lucha justa contra los oprimidos de esa máquina de matar que es el imperio de Israel. Por tanto, toda revuelta contra Israel, todo acto de ataque a Israel es un acto de autodefensa. No estamos ya ante el antisemitismo del XX, que por muy modernas que fueron las formas de exterminio industrial ejecutadas por los nazis, posee una raíz multisecular. Estamos ante una expresión moderna donde confluyen los elementos excluyentes del yihadismo político con los de la izquierda revolucionaria occidental. La declaración de la vicepresidenta de España, Yolanda Díaz, no es solamente una expresión de falta de empatía –con mujeres y niñas violadas, asesinadas y decapitadas-, y un absoluto desprecio a la cultura de los Derechos Humanos, es toda una expresión sofisticada de judeofobia, que implica toda una forma de adaptación del viejo y sempiterno antisemitismo hispano multisecular.
La judeofobia es un odio de grupo que no fluye para discriminar a la víctima, sino que la destruye. La vida de un judío queda cosificada, constituye la expresión de todo lo malo que anida en el mundo y que está representado en el estado de Israel. La judeofobia posee un matiz moderno, el que aporta una gran parte de la izquierda occidental –el caso español aquí es muy destacable frente a los demás países-, que se amalgama con los axiomas del yihadismo. La judeofobia es alimentada en los medios de comunicación. Los periodistas, antes de que los cadáveres de los inocentes israelíes hayan sido contados, muestran su impostada preocupación sobre el devenir que espera a los habitantes de Gaza. Es la negación de la víctima. Es el robo del carácter de víctima a la víctima. Es la adjudicación de la condición de víctima a los perpetradores de la masacre. El mismísimo Heinrich Himmler se sorprendería ante semejante operación de ingeniería del intelecto y la ideología. Aplaudiría con fervor el renovado antisemitismo de sus nuevos protagonistas por haber refinado un producto que él puso en funcionamiento de la forma más primaria y elemental. Con manifestaciones como la de Madrid, a los 1200 asesinados de Israel se les ha borrado el rostro. De eso se trata. De un acto de justicia para con las verdaderas víctimas. Las que produce Israel.
La judeofobia tiene otras expresiones culturales. Es lo que llama Perednik, la cleptohistoria. Consiste en robar su historia a Israel. De esto también sabemos los vascos. A nosotros también se nos postró ante los designios oficiales de la ciencia hispánica que tenía la fuerza para decir lo que era historia y lo que no, de lo que es un idioma serio y digno y el que no lo es. También nuestra historia debía nacer con el matrimonio de Fernando e Isabel, el momento cumbre de la historia reservada para nosotros y donde saltábamos del mithos vasco al logos hispánico. Lo mismo ocurre con Israel. Israel viene de la nada. Es un grupo de invasores financiados por los poderes ocultos norteamericanos e internacionales que han explotado y expulsado a un pueblo que trabajaba pacíficamente la tierra en palestina exhibiendo unas virtudes primarias que fueron mancilladas por el invasor. Esto es el relato comprado por una gran parte de la prensa europea. Los invasores son los israelíes. Trajeron consigo ciencia, tecnología, dinero y poder militar. Es natural que en unas pocas décadas lograran invadir, conquista y expulsar a los palestinos de todos los territorios que ocuparon. Esa es la verdadera historia de los judíos, una historia de robo, asesinato y usurpación de tierra. Pero, sabemos que cuando se roba la historia, se roba la biografía. Cuando se borra la biografía, se borra el sujeto. Y cuando se borra el sujeto, estamos preparados ya para decir y escuchar cualquier cosa. Aquí estamos hoy, tras la masacre de los inocentes a los que han borrado el rostro.