Recientemente acaba de publicar nuestro compañero Mikel Arriaga el libro “Reflexiones Sobre Los Alardes de Irún y Hondarribia – Una Mirada Crítica -” . Libro que versa sobre el polémico asunto que ha generado este problema de convivencia en la comarca del Bajo Bidasoa, y que parece ser que vuelve a estar en boga estos días de verano. Seguidamente incorporamos en varias partes el prólogo del libro que trata de mostrar parte del contenido del mismo.
Jon Elgezabal
El origen del problema.
Una tarde de verano, paseando por las calles de Irún, me llamó la atención un cartel en la pared en el que distinguí hileras de personas retratadas a tamaño de foto-carnet. Me acerqué para verlo con más detalle: pude contemplar las caras de las diversas personas del Alarde de Irún, hombres y mujeres con su nombre y, encima, la acusación: “Estos son los responsables del Alarde Tradicional que niegan los derechos de la mujer”. ¿Cuál sería la fecha? Mediados de los años 90.
Recuerdo la impresión de familiaridad que me produjo. Dije para mí: “Ahora les ha tocado a estos”, pues en aquel tiempo era usual ese tipo de carteles. Los había visto en las paredes de mi pueblo con las fotografías del alcalde y los concejales del PNV y de EA. También, listados de nombres con números de teléfono al lado y peticiones expresas de que a esos cargos públicos se les llamara y se les “recriminara”. En la esquina de una calle de Donostia, al lado del antiguo Astoria, un día sí y otro también, se colocaban los carteles de Jarrai amenazando a las ETT. También apareció la foto de algún empresario puesto en la picota pública porque en su fábrica en crisis se había gestado una lucha sindical.
Me remito a aquellos años porque en ellos se encuentra la raíz de este problema que dura hasta hoy. La campaña contra el Alarde (no puedo calificarla de otra manera), la “lucha sectorial” del Alarde (como se puede llamar utilizando el vocabulario bélico de la izquierda abertzale), tuvo su origen en los años más duros de la, así llamada, “socialización del sufrimiento”. Para el que no lo sepa, este término sirve para identificar la época en la que la izquierda abertzale impulsó de forma masiva el entrenamiento de jóvenes convenientemente fanatizados que se dedicaban a la práctica del sabotaje, la amenaza, el ataque y el combate callejero con diferentes policías.
Este despliegue de medios humanos buscaba esencialmente dos acciones: 1) presionar para que, desde la sociedad, se viera y se impulsara una negociación con ETA en condiciones ventajosas; y 2) crear aparatos informales de tipo político-policial, al estilo de los “comandos de acción directa” de la Cuba castrista, que sirvieran para reprimir y reconducir las actitudes más condescendientes de la población vasca.
No hay más que pasar las páginas del Egin de aquella época y fijarse en las noticias, casi diarias, que traían las reivindicaciones de las acciones de sabotaje y de Kale Borroka: comercios o bares quemados o atacados por no cerrar en día de huelga o no pagar la bolsita de los presos o porque sus dueños acudían a manifestaciones pacifistas, coches quemados por pertenecer a los infractores de estas normas, actos de violencia menor denunciando la situación de los presos… Las llamadas telefónicas amenazadoras eran también el pan nuestro de cada día.
Es por eso que vi con creciente estupor la serie televisiva Alardea, en la que precisamente se acusaba del uso de esos medios a aquellos que los padecían o padecieron primero: los componentes del Alarde Tradicional, que yo, con estos ojos, vi como sujetos de amenaza y escarnio público.
La aportación de Mikel Arriaga.
Es verdad que la lucha que se dio entonces en Irún y Hondarribia tuvo, para la izquierda abertzale, consecuencias del todo inesperadas. Concretamente en Irún, la Plaza de Urdanibia, donde tenían lugar sus francachelas, se vació de gente. En ambas localidades, la izquierda abertzale fue testigo de la deserción de muchos militantes. El boicot a establecimientos y a la relación social con algunas personas señaladas del Alarde Tradicional e incluso, en algunos casos, la amenaza y el ataque, no fueron monopolio de los simpáticos agresores de siempre. Cuando los comandos de Kale Borroka intervenían allá, si se celebraba algún acto a favor del Alarde alternativo, no quedaba, como todavía no queda, más remedio que reclutar a gente de otras localidades. A costa de alguna reivindicación abstracta como los derechos de la mujer, la paridad o la igualdad, aplicada de forma flagrantemente anacrónica a una fiesta de tipo popular-religioso, la izquierda abertzale perdió cualquier posibilidad de ascendencia política dentro de esas localidades.
La prolongación de esta lucha, después de que ETA se autoliquidara y los grupos de violencia callejera perdieran su prominencia, responde a la voluntad de la izquierda abertzale de matar dos pájaros de un tiro: castigar a esas localidades insumisas, y ponerse sobre los hombros el manto de lo políticamente correcto, para seguir ejerciendo el papel de Gran Inquisidor de Euskadi. Visto desde la distancia que permite la historia, resulta clamorosa esta mutación: los adalides de las masas claman contra las masas, los valientes delatores de la represión ahora piden a los cuerpos represivos que repriman.
La impunidad con que la izquierda abertzale persistía en este tema parecía no tener más respuesta que las declaraciones puntuales de las organizaciones partidarias del Alarde Tradicional. Mientras tanto, una serie de televisión –financiada con dinero público–, algunos libros, la implicación de figuras públicas y una campaña a la que dio pábulo una prensa acomplejada fueron los agentes que la izquierda abertzale utilizó, removiendo cielo y tierra, para que la presa de estas fiestas populares no se le escapara de las fauces. En otra típica pirueta de desvergüenza, la izquierda abertzale pretendía frustrar la voluntad mayoritaria de las gentes de Irún y Hondarribia por medios institucionales y audiovisuales, creando una realidad virtual que nada tiene que ver con la que se vive en esas localidades.
El trabajo de mi amigo Mikel Arriaga cuenta esta historia desde una perspectiva muy peculiar: la de un antropólogo que analiza, desde su disciplina, esa fiesta y el conflicto que lleva aparejado desde hace años. Cuál sería mi sorpresa al leer en el blog Aberriberri sus aportaciones. Vuelan por encima de aquellas contingencias, aunque hagan alusión a ellas.
Estimado Jon,
No tengo un criterio claro, aunque creo que soy consciente de que la mayor parte de la población de Irún y Hondarribia apoya el alarde tradicional. Realmente, lo que me da rabia es que el debate se intente enmarcar como algo que va en contra de la igualdad de mujeres y hombres.
Creo que es rebajar el debate igualitario. ¿Qué . pinta Emakunde? (No hablemos solo de la I.A.). Emakunde sabe de sobra que hoy por hoy la igualdad real no se alcanzará hasta que no consiga un equilibrio en los cuidados y atención al hogar, y en la igualdad salarial en la empresa privada. ¿Por qué no se dedica a combatir estas cuestiones en lugar del postureo de los alardes.
En fin, que me parece un debate ficticio. Por lo demás, si alguien quiere ser escopetas, que lo sea. Y si quiere ser cantinero.. pues también, que es una fiesta.