Imanol Lizarralde
El secuestro y asesinato de Miguel Angel Blanco representó la culminación de una estrategia de tensionamiento que la dirección político-militar de la Izquierda Abertzale, KAS, mantenía desde comienzos de los años 90. Frente a la crisis del “socialismo real” de fines de los 80, frente a la crisis organizativa de ETA y del llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco en los años inmediatamente posteriores, KAS puso en práctica la estrategia de la “socialización del sufrimiento” reflejada, en parte, en la Ponencia “Oldartzen” (cuya traducción castellana es “acometer”) con la intención de llevar la iniciativa y pasar a la ofensiva.
La enorme reacción surgida del interior del pueblo vasco con motivo al crimen de Miguel Ángel Blanco hay que entenderla en el contexto de la brutal campaña de “presión” que ejerció la Izquierda Abertzale sobre la sociedad y el resto de los partidos políticos. Iniciada con el asesinato del concejal del PP Gregorio Ordoñez, se extendió a los cargos políticos del resto de los partidos, aunque la amenaza de muerte se circunscribiera, primero, a los concejales del PP y luego a los del PSOE.
Oldartzen planteaba, por un lado, la dureza, frente a la sociedad vasca y frente a los partidos del Pacto de Ajuria Enea (todos aquellos que tenían representación institucional, excepto Herri Batasuna); y, por otro, una propuesta negociadora con dos interlocutores distintos: los partidos de ámbito vasco y el Estado. Con los primeros la Izquierda Abertzale negoció, en 1998-9, en Lizarra-Garazi, un acuerdo a favor de la autodeterminación, a cambio de una tregua de ETA; mientras ETA, en mayo de 1999, negoció con los representantes del Estado, que en eran los miembros del Partido Popular. A menos de dos años del secuestro-asesinato de Miguel Angel Blanco los líderes de ETA (entre ellos Mikel Antza) se sentaron en una mesa junto con los compañeros de este.
Por ello, en plena tregua de ETA, tras las elecciones al Parlamento Vasco de 1998, Arnaldo Otegi pudo decir, en tono triunfal, “estos resultados son muy buenos, y sobre todo visto lo que ha pasado en los últimos dos años”. La estrategia de tensión-socialización-del-sufrimiento/distensión-tregua-de-ETA parecía haber tenido un gran éxito.
Los estrategas de la Izquierda Abertzale habían planificado la utilización de los sentimientos de la sociedad y del resto de los partidos para que estos cayeran en la trampa de un acuerdo político con la promesa una negociación que diera como fruto la paz. Para que la promesa fuera más brillante, la realidad tenía que ser más dura. De ahí que tras la liberación de Ortega Lara, que mostró a la sociedad la brutalidad de un secuestro de casi dos años, viniera el de Miguel Ángel Blanco y su asesinato, después de una expectación llena de dolor y acompañada con el clamor del pueblo vasco para que fuera liberado.
La satisfacción de los líderes de la Izquierda Abertzale, que trastocaron el estado de ánimo de la sociedad, de todos los partidos y del mismo Gobierno Español a cambio de una tregua, se vio más tarde frustrada. Los acontecimientos de Ermua, como novedad, dieron pie a extraordinarias manifestaciones populares en España. En Euskal Herria las movilizaciones fueron la expresión más fuerte de un movimiento en contra de las acciones de ETA que venía de los años 80.
Estas se basaban en el liderazgo institucional del Lehendakari y el Gobierno Vasco, desde la presidencia de Garaikotxea con los asesinatos de De Dios Doval, Ryan y Martín Barrios. Esto se prolongó en las grandes manifestaciones tras la ruptura de la tregua de ETA en 1989, lideradas por el Lehendakari Ardanza, bajo cuyo mandato se estableció el primer consenso político en contra de la violencia de ETA mediante el Pacto de Ajuria Enea.
Los movimientos pacifistas, surgidos a fines de los 80, plantearon una movilización social que se añadió y se combinó con el liderazgo institucional vasco. El desbordamiento de Ermua marcó un punto de no retorno en la estrategia de tensión/distensión (o acción-negociación-acción) que comenzó en 1989 con la negociación de Argel.
Es verdad que después del crimen de Miguel Ángel Blanco vino la ruptura del Pacto de Ajuria-Enea, madre de consenso institucional anti-terrorista, que derivó en una polarización entre el efímero Pacto de Lizarra y la alianza constitucionalista. Flanqueó a esta última un movimiento como Basta Ya que hacía al nacionalismo responsable del terrorismo, rompiendo la línea de defensa ética llevada hasta entonces por Gesto por la Paz y el resto de organizaciones pacifistas.
Pero la efectividad del mecanismo tensión-distensión de la estrategia política-militar de ETA fue en descenso. Las promesas de paz de la Izquierda Abertzale no serían jamás tan brillantes y las duras acciones de ETA no serían tan efectivas. Tras el fracaso de Lizarra-Garazi, y el desmarque total del PNV y de EA respecto a la Izquierda Abertzale, cuando ETA reinició la lucha armada, la Izquierda Abertzale se vio enfrentada a las polarizadas elecciones de mayo del 2001 que marcaron su punto de menor apoyo político.
Fueron demasiados procesos de paz, demasiadas tensiones y distensiones, y demasiadas mentiras y promesas frustradas las que ocasionaron que ETA tuviera que cerrar la barraca. El secuestro-asesinato de Miguel Ángel Blanco, y la tremenda reacción popular que clamó justicia, culminaron el proceso del desprestigio moral de ETA, que venía de décadas atrás. La organización no pudo mirarse en el espejo de la historia con una mínima satisfacción. Se tuvo que borrar del mapa.