Joxan Rekondo
‘Txikiak handia bentzi leidi, asmoz eta jakitez’. En este lema, el ‘asmoz eta jakitez’ se refiere a los atributos inherentes al tiempo que el pequeño sujeto -nuestro propio pueblo- debería adquirir para poder vencer a los grandes desafíos y desafiantes que debe enfrentar para poder continuar su desarrollo histórico. ‘Jakite’ es saber o conocimiento acumulado, que provienen del aprendizaje de la experiencia y remiten al pasado, desde el más lejano hasta el recentísimo. Por su parte, ‘Asmo’ es plan y propósito, provisiones que se proyectan hacia el futuro.
Hay dos líneas políticas rivales que, apelando a los vascos, confrontan desde los años 60 del siglo pasado. Han dejado la experiencia constructiva del Auzolan (que el Gobierno Vasco ha adoptado como signo de identidad) y el trágico escarmiento derivado de la Matxinada. Todavía vivimos bajo el influjo de esa contradicción. Se está haciendo una revisión crítica deslegitimadora de la violencia injustamente causada. Pero, deslegitimar la actuación del antagonista violento es claramente insuficiente. A veces, da la impresión de que nos circunscribimos a la mera negación, acaso por una inseguridad en la solidez constructiva del propósito.
“Hay que mirar de frente a los acontecimientos, con doctrinas positivas y no negativas… a una doctrina es menester oponer otra, a unos resultados prácticos, otros”, decía el lehendakari Agirre. Necesitamos una revisión crítica de ese pasado reciente que todavía nos influye, revisión que adquiere una gran proyección patriótica y es absolutamente necesaria para el afrontamiento del futuro. Ahí se sitúa la gran potencialidad del Auzolan, que es la mejor representación de la fusión entre el espíritu histórico y el aliento de vitalidad renovadora que nos son necesarios para poder afrontar todo lo que nos requiere el mundo que viene. No es inapropiado que, ante el Aberri-Eguna, recordemos las ideas principales de uno de sus impulsores más notables.
Fundamentos del Auzolan moderno. La mejor formulación del Auzolan moderno está en los textos de Arizmendiarrieta. En ellos, el trabajo (como compromiso y acción cooperativos) es un valor que caracteriza a las comunidades concretas -empresa, pueblo y país- de las que participa la persona. No hay mención a la nación, pero sí a la patria. Una patria a la que asigna el significado de ‘solidaridad en el tiempo’. La patria es una “marcha hacia la tierra de promisión” que recoge en su seno el caudal que proviene del pasado para ponerla al servicio del futuro, de los hijos.
En esta definición de patriotismo se distingue la concepción de proceso histórico de la que Arizmendiarrieta no se despega jamás. Es un proceso sin quiebras traumáticas, con cambios que buscan profundidad a través de transiciones sin radicalidad, que obtiene del pasado materiales valiosos para el nuevo orden que busca en un futuro que se prepare sin aventuras, que se habría de programar considerando a todos aquellos afectados por lo que va a suceder. Una formulación ética que se anticipa a la cultura que propugna la responsabilidad ante el futuro que ahora mismo es predominante.
Esta visión evoca la antropología del hogar tradicional vasco, la institución de la troncalidad. La idea que subyace se sostiene en la trasmisión intergeneracional del ecosistema, en un estado similar o mejorado, y subraya el carácter vinculante de esta operación, no sujeta a la variabilidad circunstancial de la decisión humana. Un principio poderoso, imprescindible para afrontar los problemas modernos. No son pocos los que vuelven la vista hacia esta filosofía inscrita en humanismos tradicionales, a los que se reconoce ahora “que han mantenido una relación no predatoria con el tiempo y la tierra”.
En este contexto, el hogar común se proyecta en la patria, condensación del pasado y obligación ante el futuro, para cumplimentar adecuadamente la deuda que se tiene con la descendencia. Hay quienes entienden que la patria, de esta manera, solo puede ser de los hijos. Pero, Arizmendiarrieta no apela al total sacrificio del presente, padres e hijos son complementarios en la forja del futuro. Aunque a las gentes del presente, de acuerdo con la perspectiva de la troncalidad tradicional, les competa “corresponder a lo heredado o recibido más o menos gratuitamente con nuestro esfuerzo, para ensamblar el presente en el futuro, apoyándolo en la solera de nuestra tierra y transformarla en Pueblo o País revitalizado”.
Arizmendiarrieta realza el sentido práctico que se obliga a reformar lo que se puede cada día para “cambiar aquello que transformado pudiera sernos, mejor punto de apoyo para ulteriores evoluciones de toda índole”. La patria sería, en el presente, un ‘país de trabajo’ con un alto nivel de integración social, que no dejara margen para la división y confrontación de clases y castas. Desde un prisma comunitario, el trabajo se debe mostrar como un cauce amplio de integración solidaria. Arizmendiarrieta lo destaca frecuentemente.
Históricamente, los emigrantes vascos han aportado su aptitud para el trabajo como factor de integración en las sociedades que les han acogido. En sus escritos en euskera, convoca a comportarse de la misma manera con los inmigrantes que llegan al país, haciendo honor a la personalidad del país (‘euskaldunki jokatzea’). En este sentido, Arizmendiarrieta afirma que el trabajo ha operado como ‘una credencial de ciudadanía entre nosotros’. Esta figura del acogimiento al estilo vasco, más que a una concepción cosmopolita de la ciudadanía, evoca el paradigma de la Casa y la Vecindad tradicionales, radicadas en un ambiente o clima particular que se muestra abierto a la relación solidaria a través del trabajo. Como diría Azurmendi, es la patria constituida por el trabajo de sus integrantes.
El compromiso con el propio ámbito de convivencia es fundamental. Según el espíritu tradicional, la patria se hace desde dentro y no acreditando títulos y honores en escenarios lejanos. Dice Arizmendiarrieta que tal compromiso “ha de ser racional y consciente, nos tiene que llevar a crear un ‘nosotros’ comunitario y solidario”. Esta condición, que constituye la pertenencia, asegura a la persona una existencia bajo la protección de las provisiones comunitarias. Ahí está la sustancia del Auzolan. Que se origina a partir de una pertenencia común, ante la que asumimos unas responsabilidades recíprocas para la búsqueda de un bien común. Diríamos que de este modo coge fuerza el pueblo libre, la patria del trabajo, que avanza y se transforma sobre la base del compromiso de sus miembros con la acción solidaria a favor de su propia promoción personal y comunitaria. Así se conforma un pueblo libre de hombres libres, pues es el ejercicio libre de esa facultad de comprometerse el que hace que los seres humanos sean sujetos libres.
Si aceptamos que lo que mejor define al buen patriota es que trata de sacar el máximo provecho posible a los materiales del país, habría que decir que Arizmendiarrieta es un gran patriota. Definitivamente, no hay mejor material patriótico que el que se obtiene del propio trabajo de los que son compatriotas.
Somos un pueblo trabajador. Debemos nuestro bienestar al trabajo. El trabajo es iniciativa y emprendimiento, acción solidaria y transformación, y además es empleo. Todas esas formas en las que se presenta el trabajo son válidas para medir la contribución de cada uno al bien común social y a su transformación. No es posible transformar la sociedad sin promover la participación en la empresa y el empleo. A este último, corresponde devolverle la estima y la dignidad social, cosa que las personas logran cuando se emplean, cuando lo realizan en condiciones decentes y obtienen el reconocimiento social por la tarea que desempeñan. Sin estas condiciones, no cabe esperar avances en la transformación pretendida, pueden reaparecer las grietas sociales y tiende, en cambio, a diluirse la cohesión patriótica.