José Manuel Bujanda Arizmendi
Este artículo lo escribí hace ya la friolera de 20 años, 20 sí, corrían entonces los primeros meses del 2002, casi toda una eternidad en el también devenir educativo, pero ya se intuía, ya se vislumbraba, el asomar de amenazantes y novedosos nubarrones en el horizonte de los que teníamos y utilizábamos tiza y pizarra como instrumentos indispensables e incuestionables de trabajo en las aulas de entonces. Aquel profesor, éste quien escribe hoy y ahora estas líneas, no llegaba entonces a la cincuentena, pero sus alumnos/as ya hoy en día rozarán la cuarentena. Las líneas que entonces novata y nerviosamente escribí estaban motivadas por inquietudes que ya entonces anidaban en aquel profesor de EEMMs en activo, ilusionado, comprometido en su quehacer, siempre preocupado y atento por lo que intuía de lo que se nos acercaba de una manera ciertamente inexorable, previsible e imparable. Ya pintaban bastos. Así lo decía yo hace veinte largos años, 20:
«En lo íntimo de las intenciones -incluso de las ilusiones- de los hombres y mujeres promotores de la enseñanza obligatoria y gratuita subyacía la profunda convicción ética de que con la difusión colectiva del saber y del conocimiento se iban a eliminar paulatinamente las desigualdades sociales y que paralelamente las ‘oportunidades iniciales’ que generasen el acceso a una mayor y más justa equidad social se generalizarían progresivamente. Pero hoy ciertamente estamos muy lejos de este objetivo. Y esta, por desgracia, comprobación fundamental, esta desilusionante constatación, por si sola bastaría para plantear en toda su magnitud una reflexión global sobre eso que todos entendemos por enseñanza o educación. Sí, la cuestión es demasiado compleja, ardua y difícil como para abarcarla en unas pocas líneas. Por lo tanto me permito ya que el papel lo aguanta todo transcribir una serie de reflexiones acerca de un desiderátum educativo que en todo caso se (me) resiste a marchitar.
Me permito pues reflexionar -aunque sea el tiempo que duren estas líneas- e imaginarme un sistema educativo fuera y a salvo de las leyes de la fatalidad económica: un hombre y una mujer, un niño y/o una niña, un joven, chico o chica, a salvo de las mutaciones tecnológicas que tienden a arrinconarlo cual maquinaria anticuada. Me permito soñar aunque fuera brevemente en un ser humano libre de la tiranía del rendimiento económico que deriva en desprecio social a los económicamente peor dotados. Me permito visualizar una persona autónoma de la presión de la ‘competencia’ que hace del prójimo un rival. Quisiera trazar el perfil de un ser humano por encima incluso de la predestinación social. Me concedo el placer de seguir pensando en la necesidad de un entramado enseñante, de un sistema educativo, que permita y facilite a todos los hombres y a las mujeres ser partícipes en el cambio a una sociedad más solidaria y justa por encima de cualquier otra consideración social, étnica, lingüística, de procedencia, ideológica o religiosa. Quiero seguir teniendo la necesidad de continuar creyendo en que la educación se puede convertir en un instrumento adecuado y encaminado a proporcionar al futuro adulto los medios de expresión, comunicación y concepción que le serán necesarios a lo largo de su vida.
Y me permito, también, dibujar un sistema educativo que tienda al desarrollo de la persona y no solamente de las facultades útiles para la feroz batalla por el empleo digno y el sustento. Un sistema educativo cuyo objetivo no se moldee tan unívoca y dócilmente a las necesidades que dicta con maneras inapelables la economía de mercado, sino que ante todo y por encima de cualquier otra consideración ayude a cada persona a comprender el mundo en el que vive, cultive esa ‘inteligencia de los conjuntos’ que llega a ser clave en la autonomía la persona y, así, ayudarle también a participar en la creación y reparto de la riqueza. Hablo de una educación realmente compensatoria que atacaría la raíz, y de raíz, las brutales desigualdades y barreras socioculturales que desde los albores de la vida separan, a veces sin apelación posible, a los mejor dotados económicamente de los más débiles. Vivimos en una sociedad que tiende, particularmente gracias a los progresos fulgurantes de los ordenadores y de la informática, a liberar a las personas de las tareas materiales, pero que a su vez exige una mayor lógica, mayor precisión y agilidad de inteligencia para adaptarse al cambio.
Ahora bien, cualquier lector que haya tenido a bien llegar hasta aquí podrá opinar, atendiendo a su propio sentido común y criterio, que gran parte de lo o aquí expuesto no es sino una relación más o menos entretenida de una serie de ideas bonitas, sin base real, y por lo tanto carentes de soporte en la sociedad actual. Cierto. La relación dialéctica real del individuo ante la sociedad actual, el rol de la educación en el sentido más amplio en el seno de dicha sociedad y sus mutuas interacciones son lo suficientemente complejas, espesas e interdependientes como para que cada cual estime la medida del desfase entre la utopía aquí expuesta y deseada por quien esto subscribe y la cruda realidad. Lo gritaba aquella pared: “Seamos realistas, pidamos lo imposible». Pero a pesar de todo, hoy y aquí, en los albores del siglo XXI, en Euskadi, aprovechando las competencias plenas que en Educación tiene el Gobierno vasco en cumplimiento del artículo 16 del Estatuto de Autonomía de Gernika, podemos hacer real en lo posible parcelas del desiderátum antes mencionado: el tramo de 0-3 años es reto serio y hay que acometerlo con las debidas garantías y partidas económicas, es preciso atender con todos los medios que podamos invertir y así hacer frente a la enorme diversidad de alumnado que pueblan nuestras aulas de Primaria.
Urge reflexionar y acometer con decisión y medios problemas enquistados en el tramo de 12-16, realidades profundas, novedosas y difíciles en nuestras aulas. Se precisa perentoriamente una respuesta adecuada a jóvenes provenientes de familias no debidamente estructuradas, confundidos y sin referencias, adolescentes con necesidades educativas especiales, chicos y chicas de estratos sociales desfavorecidos, estudiantes con dificultades de comportamiento para adaptarse o ‘encajar’ en lo académico Una respuesta real y adecuada a la población emigrante que como lluvia fina nos indica que la cuestión no ha hecho más que comenzar. Estimo que somos muchos los que consideramos que educar para un contexto de futuro significa preparar a las personas para el cambio y la transformación continua. Y esto no se logra exclusivamente incorporando al sistema educativo el último avance de la ciencia y la tecnología, sino fomentando la ética y el valor del cambio estructural de la adaptación permanente. Estimo también que procede una mayor coordinación interinstitucional, integración entre las áreas de educación, acción social, juventud, empleo y formación continua. Está en nuestras propias manos acometer con rigor y criterio los nuevos retos educativos que el devenir de la historia nos va deparando. Los profesionales que de una manera u otra vivimos y sentimos la enseñanza, cada uno desde su propia percepción, responsabilidad y capacidad, debemos ser capaces de estar a la altura de las circunstancias. El futuro de los ciudadanos vascos y vascas, y de este país nuestro vale el esfuerzo. Medios y voluntad no faltan. Estimo sinceramente, quiero creer y lo hago, que somos muchos los que concebimos la educación -parafraseando a Jean Piaget-como un proceso mediante el cual los alumnos van creciendo en autonomía moral e intelectual, cooperando con sus semejantes y en interacción con el entorno sociocultural en el que viven”.
Creo que matizando reflexiones expuestas, afinando retos y soluciones, la validez de las percepciones manifestadas mantienen sustancia, reflexión, proyección y permanencia.
Y termino con profundo asombro, pues se me hace incomprensible, igual que al Consejero de Educación del Gobierno Vasco Jokin Bildarratz, la convocatoria de una huelga (¿“preventiva”?) en la Educación Vasca tanto en la Pública como en la Concertada ante una futura Ley de Educación, que a día de hoy, por cierto, se desconoce totalmente su contenido, es decir que no se conoce, y que por no existir ni existe todavía, y en el que en su elaboración por cierto los grupos parlamentarios están en un proceso de negociación con actitudes ciertamente muy positivas. En fin.