Koldo Martinez
Quizás haber vivido mi infancia conocedor de la existencia de una carta que mi aitona -la verdad es que no sé si le llamaría aitona o aittaitta o aitatxi porque le fusilaron cuando mi ama, la mayor de cuatro hermanos, tenía 10 años, y casi casi ni ella tuvo pues tiempo de llamarle aita- había escrito la víspera de que lo fusilaran. Una carta que estaba presente en nuestra vida pero que yo leí a escondidas un día tras buscarla minuciosamente y encontrarla bastante bien guardada y oculta en un cajón. Yo tenía 10 años. Y aún recuerdo la impresión que me causó y la influencia que tuvo en mi desarrollo personal.
Recuerdo que lloré desconsoladamente y que no pude compartir mis sentimientos con nadie porque la había leído sin permiso, a escondidas, y no quería que me riñeran por ello. La carta comienza diciendo que “Bien sabe Dios mi inocencia en el grave asunto que se ventila y por cuyo desenlace me asaltan graves temores, pero acato gustoso la divina voluntad y me someto a sus designios, perdonando de todo corazón a los que me colocan en este trance”. Esas palabras no han hecho de mí un creyente pero sí alguien que detesta la injusticia sea quien sea quien la sufra.
Por eso me duele, me duelen mucho las acciones de recuerdo y de homenaje a sólo unas víctimas, a “las nuestras”. La verdad, la justicia, la reparación son conceptos universales que transcienden lo particular, “lo nuestro”, para alcanzar a todas y todos. Víctimas son mi aitona, detenido en Arrasate en el 36 y fusilado junto a otras personas, entre ellas varios sacerdotes, y enterrado, si es que así se puede llamar al hecho de ser echados en un agujero, en una fosa junto a la tapia del cementerio de Oiartzun, aunque no lo sabremos con certeza hasta que Aranzadi analice los 26 cuerpos de allí exhumados.
Víctima de otra barbarie totalitaria es también, entre otros muchos, Isaías Carrasco, concejal en Arrasate, cuyo homenaje en el Ayuntamiento se hizo esperar 10 años y 9 meses desde que un terrorista le descerrajara cinco tiros. Tan mío es mi aitona, como Isaías. Tan de todos es -o debiera ser- mi aitona como Isaías. Me duele tanto la injusticia que cometieron con mi aitona como la perpetrada con el padre de Sandra.
Este domingo estaré en Arrasate en el homenaje a los 124 fusilados hace 85 años en el valle de Leniz, pero estaré, lo confieso, moralmente intranquilo. Intranquilo porque los convocantes, a quienes agradezco de corazón y reconozco el mérito de haber organizado este acto de memoria durante tantos años, se sumaron hace unos días al homenaje -o lo que fuera- a Henri Parot, uno de los más sanguinarios asesinos de ETA, alguien que estando en prisión pidió a la cúpula de su organización que incrementara los asesinatos.
Ni mi aitona ni los miles de fusilados o arrojados vivos desde barrancos en el 36 se merecían terminar sus vidas así. Tampoco los 853 asesinados por ETA. Todos ellos murieron en el altar de la sacrosanta cruzada totalitaria que con distinto signo promovieron unos y otros. Dos cruzadas -la misma, diría yo- en la que la legitimidad para sesgar una vida venía dada por el mero hecho de que las víctimas no compartían las mismas ideas que los victimarios, lo que deslegitima cualquier ideología, sea cual sea su color.
Cicerón escribió que “la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos”. Y es que la amnesia y la desmemoria no son el instrumento más adecuado –ni ética ni políticamente– para la superación de las violencias ilegítimas y sus consecuencias, ni para el destierro del odio de nuestras vidas, ni para la construcción de la convivencia ni para la profundización de la democracia ni para asegurar la no repetición de aquellos horrores para nadie. Y es que no puedo olvidar las últimas palabras de esa carta: “pido que mi sangre seque la ira de los hombres y reine la paz”. Palabras que muchas víctimas dijeron y escribieron. Palabras que otras víctimas no tuvieron ocasión de decir ni de escribir.
Por eso me duele, me duelen mucho las acciones de recuerdo y de homenaje a sólo unas víctimas, a “las nuestras”, y por eso mi corazón está partido, porque quiero y deseo estar en el homenaje a mi aitona, pero me repele que a estas alturas volvamos a ser banderizos. Reivindiquemos a nuestros muertos, pero no nos olvidemos de nuestros vecinos también vilmente asesinados. Por eso estaré este domingo en Arrasate. Y en el alma llevaré dos flores, una para mi aitona y otra para Isaías.