Josu de Letona
La Guerra Civil española dispone de una larga y no siempre lúcida filmografía. La película «Mientras dure la guerra» de Alejandro Amenabar consigue eludir las tentaciones habituales de las hazañas bélicas, la moralina, la exaltación de diversos cuerpos francos, el seudo esperpento o los ejercicios de penoso humor negro. Y aunque los hechos narrados no ocurrieron tal cual, el espíritu de lo filmado es, a mi entender, fiel, en lo esencial, a los hechos históricos.
Tengamos en cuenta el contexto: poco antes de la guerra, las dificultades de la sociedad española para admitir un sistema de democracia representativa eran notorias, tanto por parte de la izquierda (que el año 31 creó una Constitución a su medida que no puso a votación popular e intentó su propio golpe en Asturias) como por parte de la derecha (que también lo había intentado con Sanjurjo). Un intelectual tan poco sospechoso de clericalismo o de amor al ejército, como Pío Baroja, llegó a decir «toda esa decoración falsa; toda esa mentira que, si no la ha engendrado la República, le ha dado una vida, hace que la gente, creyéndola una gran cosa, se lance a matar y a morir (…). Este tumor o este absceso formado por mentiras, es de desear que lo saje cuanto antes la espada de un militar».
La película nos muestra a Unamuno (Karra Elejalde) junto con su amigo y contertulio del café Novelty el clérigo protestante, Atilano Coco, representado por Luis Zahera, abominando de los excesos de la República, habiendo dado dinero a favor de los militares, restituído al rectorado de la Universidad de Salamanca por los alzados, del que había sido destituído por Manuel Azaña. En casa, Miguel vive con sus hijas María (Patricia López Arnaiz) y Felisa (Inma Cuevas) y su nieto Miguelín (Arnau) las contradicciones políticas de la España dividida. Al mismo tiempo, el alcalde de Salamanca, Casto Prieto (Mariano Llorente), es detenido sin otra causa que su filiación socialista (sería fusilado por ello quince días más tarde) y su esposa Ana Carrasco (Nathalie Poza) pide ayuda a Miguel de Unamuno. Mientras el Estado Mayor Conjunto se reúne para decidir la estrategia para tomar el poder, donde el general Millán Astray (Eduard Fernández), la mano derecha del general Franco, propone elegir al propio Franco como líder a pesar de la oposición del general Cabanellas (Tito Valverde), quien teme que Franco elimine la República para cambiarla por una dictadura. Cuando Atilano desaparece repentinamente, su esposa Enriqueta informa a Miguel de Unamuno sobre su arresto, mientras que su discípulo Salvador Vila (Carlos Serrano) intenta alertarlo sobre las verdaderas intenciones de la revolución militar: convertir a España en una dictadura rígida. Como Francisco Franco (Santi Prego) es nombrado Jefe de Estado Mayor del Ejército español y Unamuno decide hacerle una solicitud especial, después que Salvador también es apresado de forma violenta y humillante. Este es el hilo de los hechos que llevan al climax de la intervención de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad y su enfrentamiento con el jefe de la legión Millán Astray.
La gran caracterización del actor vasco Karra Elejalde del Unamuno de sus últimos meses refleja la personalidad del escritor sin traspasar el exceso o la caricatura, cosa que con Unamuno no es nada fácil: maniático de la papiroflexia, cascarrabias profesional, ególatra de libro (en una entrevista telefónica afirma: «yo no he traicionado a la república; la república me ha traicionado a mí»), la película nos muestra sin pudor la inopia en la que se encontraba el escritor bilbaino sobre los entresijos del alzamiento (tras un contacto con nuevas autoridades militares, cuando su familia le pregunta por Franco, el dice: «ese no pinta nada»).
Fuera de este filme, recordemos que también es verdad que fue susceptible de los halagos que le vinieron de la Falange (y concretamente del jefe de la misma, el propio José Antonio Primo de Rivera) aunque le dijo personalmente, de forma quizá ingenua: “yo solo soy un viejo liberal que he de morir en liberal”, concluyendo: “confío en que ustedes tengan, sobre todo, respeto a la dignidad del hombre. El hombre es lo que importa; después lo demás, la sociedad, el Estado”. El tiempo le mostraría amargamente la futilidad de esas esperanzas.
Es notable la representación de los generales alzados y, sobre todo, la gran caracterización humana del que iba a ser el Generalísimo Franco que ensambla a la perfección la personalidad histórica y la dramática. Sensible, a veces vacilante y casi timorato, evita la inflexibilidad que derribó a otros dictadores de la época. Es callado, paciente y sabio en un sentido tortuoso, no moral. Aprende de los demás y cambia según sea necesario.
Es el ejecutor de la racionalidad católico-española con la que justifica la escabechina de la guerra civil. Recordemos que el supuesto campeón del catolicismo, el monarca Felipe II había veces que no hacía caso de los consejos de sus confesores. Seguidor de esa lógica, de torturar los valores religiosos al servicio de una conveniencia puramente terrenal, después que Franco comenta a su hermano Nicolas la necesidad de una guerra larga y una represión sangrienta para calmar las pasiones de España, le vemos que se apresura a arrodillarse a rezar el rosario con su mujer Carmen y su hija Nenuca. En una blasfema inversión de la doctrina, antes de la comisión del pecado está pidiendo ya el perdón. Importa muy poco que esa viñeta sea histórica o no: es fiel al espíritu de los hechos. Y además la guerra fue larga y la represión sangrienta.
Quiero recordar una anécdota del capellán de gudaris Julio Ugarte, encarcelado en el Toledo nacional, que ante la multitud de fusilamientos, fue requerido para dar los últimos ritos junto con un cura fascista. Cuando los fusilados se contaban por centenares mostró al otro cura su horror; este le respondió: “pocos son”. Franco (en consonancia con lo que nos cuenta Bartolome Bennassar acerca de las peticiones del general Yague y del Cardenal Gomá de que suavizara la represión) no hace caso del ruego de Unamuno por sus amigos. Pero cuando este se atreve a recordarle el aserto evangélico de que “hay que cuidar de los enemigos”, Franco le responde, sin sombra de cinismo, que estos recibirán la confesión y los últimos sacramentos.
El general Millán Astray es pintado con la truculencia de un hombre bregado en las brutales masacres de una contienda colonial (de próxima reproducción entre sus conciudadanos) y además lleva las insignias del mutilado de guerra. Parte de la película gira entorno a la rivalidad entre este y Unamuno. El jefe y fundador de la legión le espeta a la cara el desprecio por los intelectuales y por su supuesta cobardía. Esa salvaje provocación será uno de los detonantes de la intervención final de Unamuno.
No acontecerá sin antes un vía crucis particular. Le vemos clamar ante la cruz del Cristo que tanto amó. Antes de llegar al palacio arzobispal para entrevistarse con Franco, al igual que Yuri Zhivago en la URSS estalinista, tiene un ataque de ahogo, como si esa situación que le deja sin contertulios, le dejara también sin aire que respirar.
La película es “centrista”, admite la razón de Unamuno frente a los desmanes de la República y la brutal represión del Alzamiento Nacional. Reproduce, ligeramente modificada, una de sus frases: “esta es una lucha entre el fascismo y el bolchevismo que son síntomas de la misma enfermedad mental”. En este sentido, Arturo Pérez Reverte, con justo criterio, señala la “ecuanimidad” como principal rasgo y como una rareza del corralito hispánico. Se nos muestra que los alzados no son monstruos sino seres humanos con razones propias y con ideales nobles. Vemos a Franco conmovido por la suerte de sus compañeros de armas, los resistentes en el Alcazar, a los que pensaba abandonar. A Carmen Polo, su mujer, salvando a Unamuno del linchamiento. El propio provocador, Millán Astray, quiere salvar a su enemigo.
Es una pena que mediante los vericuetos de la deconstrucción algunos medios de la derecha española pretendan imitar los peores aspectos de la izquierda y, por la inexistencia de grabación o de documento completo, nos quiera escamotear el sentido y la grandeza moral de las palabras de Unamuno en el famoso discurso de la Universidad. Tenemos el testimonio del entonces falangista Dionisio Ridruejo, presente en el acto, que confirma los grandes rasgos del discurso que conocemos por medio del exiliado Luis Portillo. Pero si no dispusiéramos de nada de esto, nos bastaría su destitución del rectorado y de la concejalía que efectuó el franquismo inmediatamente y las bandas energuménicas que insultaron a Unamuno en los cafés y en la calle; sabríamos, por ello, que tal discurso no fue un juego floral, sino una afrenta hondamente sentida por el fascismo que, pese a todo, no tuvo arrestos para asesinar al escritor bilbaino. Aquí se produjo una paradoja de las que tanto gustaba: un régimen cuya base era la coacción policíaco-militar se encontró impotente frente a un mero hombre. Hizo así un homenaje involuntario a la fuerza moral de la personalidad y las palabras de Unamuno. Pues si lo hubieran matado, las hubieran confirmado. Y sin matarlo, tras conocer el drama y la tragedia, llegan hasta nosotros con la confirmación de la verdad.
Los sucesores de los nacionalistas vascos que en esa misma guerra trataron denodadamente de poner en práctica la compasión, la justa doctrina cristiana y la humana dignidad por las que clamó y murió Unamuno, debemos enorgullecernos de su figura y vindicar lo mejor de ella, que es lo que tenemos en común, la simple adhesión a los valores humanos en momentos muy críticos. Demos gracias a esta película. Nos devuelve a Unamuno en su hora final que fue su mejor hora.
Estupendo análisis.
Siempre nos cayó bien Unamuno y de hecho en mi colegio teníamos su obra en las bibliotecas de cada curso.
Al margen de ver quién se apunta iconos para sumar al relato conveniente, el profesor Ángel Bahamonde –de adscripción emocional «roja» según él mismo se encarga de recordar en cada aparición pública– cuenta que, en las primeras 24/48 horas, del justo alzamiento para unos y golpe infame para otros, el gobierno de España recibe la siguiente información y toma algunas decisiones.
1. Ni Francia, ni Inglaterra ni Portugal tienen mucho interés en que la República resulta victoriosa –en manos de Rusia– y así se lo hacen saber al Gobierno de España. Franco aprovecha esto y de inmediato trata de asegurar la frontera con Portugal que logísticamente sería fundamental.
2. El Gobierno de España en ese breve plazo licencia a todos los soldados de Reemplazo y permite con su inacción que los oficiales y suboficiales de la Armada en Cartagena sean ahogados con lastres en los pies por los tripulantes de izquierdas. Entrega armas a los socialistas, anarquistas, comunistas y separatistas y establece contratos a largo plazo con Rusia.
Es decir, unos errores estratégicos de gran calado e insuperables en lo que a pérdida de ese concepto de Legitimidad Otorgada («virtud» dice el Suntzu) se refiere. Sin ella, sin el «dao», no se puede entrar en guerra porque la pierdes con seguridad. La República, tiró por la borda su ya escaso saldo en 48 horas.
Francia, en consecuencia de su neutralidad, solo deja abierta la frontera para mercancías durante unos 200 días de los casi 900 que dura la guerra. Cuando ésta termina hay en la frontera –llevaban allí más de un año– unos 300 aviones rusos en cajas y pagados a precio de oro nunca mejor dicho.
Cuando algún alumno pregunta a D. Ángel cómo es posible cometer tantos errores estratégicos cruciales en tan poco tiempo responde en voz baja y cabreado: «¡Porque estaba todo el gobierno dividido y ellos enfrentado!».
Al final, la unión es una gran fortaleza. Es uno de los problemas que se derivan de la fragmentación.
Manu, antes de mencionar la unión tendrías que decir que el Alzamiento se alzó en nombre de la unión y que su unión fue a la fuerza matando a mucha gente. No se debió matar a tantas gentes en nombre de la unidad de España.
Hay que reconocer que los republicanos y franquistas mataron a mucha gente. Fue una guerra muy cruel. Unamuno se pronunció en contra de los dos sistemas.
Y por mucho que te pueda doler, es verdad que el PNV fue el único partido en el Estado que trabajó para defender por los derechos humanos de la gente. Que Unamuno fuera bilbaino y vasco (también cristiano) no es baladí.
Hay que reivindicar a gente como esa. Comprendo que haya españoles que os cabreéis por ello, pero vuestra reacción también es humana.
Lo del articulista es de traca, traer a colación al imbecil de Perez Reverté además de condenado por plagio y ponerle como un sabio de la guerra civil es de ignorancia supina.
Unamuno estuvo por la causa franquista, de hecho donó dinero para la sublevación mejor llamada golpe de estado devenido en guerra civil por la resistencia del pueblo.Si cambió de parecer fue porque fusilaron en un tiempo récord ( menos de 3 meses) a todo su círculo de amigos, habría que ver su reacción sino hubiese sucedido tal cosa, aunque eso dada la represión existente ( historiadores serios hablan de holocausto) podría haberse dado más adelante sin duda alguna.
El PNV tardó en sumarse a la resistencia republicana y en ello fue determinante Irujo y fue fiel al gobierno legítimo con el lunar del pacto de Santoña denunciado por todos los estadistas republicanos importantes.
Lo que dice el fatxa de turno tiene el mismo valor que la seudo historiografía postfranquista, es decir cero patatero.
JELen agur
Ni puta idea, Pere.
Ni el PNV tardo en adherirse en la defensa de la democracia (que era un desastre) ni Santoña es ningún lunar.
No se puede hablar de los vascos sabiendo tan poco de ellos.
El lunar es imponer el socialismo extranjero como algo propio y encima matando. No es lunar, es una mierda impresionante.