Gabriel otalora
Un terremoto es algo más que un movimiento telúrico cuando llega al nivel máximo de vulnerabilidad humana, económica y sociopolítica ante la devastación que genera. Haití sufrió esta tragedia hace diez años, matando a trescientas mil personas y dejando a millón y medio sin hogar. Los símbolos más importantes del país fueron destruidos por el terremoto, incluida su capital Puerto Príncipe, además de perder el 70% de su economía. Los haitianos se quedaron literalmente sin el locus que unía sus existencias físicas, pero también las afectivas y existenciales que generan el sentido de pertenencia. Al derrumbarse todo, es difícil imaginarnos que la realidad vaya a peor cuando ya era el país más pobre de América.
No es el único terremoto que hemos conocido, pero sí uno de los que más víctimas y daños ha causado, con el agravante de la pobreza endémica y la mala suerte del perdedor al que todos los males le afligen. Su historia no es precisamente de éxitos teniendo en cuenta que la democracia en Haití sigue siendo una utopía. El seísmo solo agudizó la situación anterior poniendo a la vista lo que ya se venía sufriendo desde muchos años antes.
Parecía que su independencia de Francia era el camino esperanzador para convertirse en el segundo país independiente de América. A Haití nunca se le perdonó ser una nación libre y gobernada por esclavos rebeldes negros cuando había sido la colonia más productiva de Francia en la segunda mitad del siglo XVIII con una población esclava de 700.000 personas, el 85% del total de sus habitantes. El precio económico pagado a Francia por el reconocimiento diplomático -un abuso multimillonario- fue tan exorbitante que el nuevo país nació en la ruina, endeudado y sin capacidad para invertir. Por si todo esto fuera poco, la ocupación haitiana por parte de Estados Unidos no resolvió ninguno de los problemas fundamentales que tenía el país; al contrario, jugó un papel decisivo en el subdesarrollo de Haití.
La historia más reciente desde Duvalier para acá no ha sido mejor y una década después del terremoto, el país vive en situación de emergencia alimentaria y sin que hay mejorado el riesgo catastrófico ante los desastres naturales. Por todo ello, el mayor problema de Haití no fue la falla que ocasionó el terremoto. La catástrofe dejó dos millones de personas que siguen en una precariedad extrema porque el peor desastre es la realidad endémica de marginalización extrema que ha tocado fondo, visualizada solo por el terremoto.
Sucesos sísmicos similares no provocaron una cantidad de muertos y daños como los que asolaron Haití, ni siquiera aquellos que registraron magnitudes sismográficas más elevadas. De hecho, si hubiese ocurrido exactamente lo mismo en Japón, las consecuencias hubiesen sido muy diferentes. Es la vulnerabilidad causada por la pobreza lo que mantiene a Haití a la cola de la pobreza mundial, con un Estado débil, permanentemente afectado por crisis políticas y conflictos, muchos de ellos determinados por intereses extranjeros, que generan escenarios de precaria gobernabilidad y corrupción sistémica.
Las causas del terremoto de aquel 12 de enero de 2010 a las 16.53, hora local, estaban en la superficie y siguen ahí, ancladas en el subdesarrollo histórico y la falta de interés internacional por su codicia y rapiña coloniales. Se trata de realidades que ya existían antes del desastre volcánico y que recuerdan la situación de muchos otros países sumidos entre la miseria y la indiferencia general. El hambre, el terror la esclavitud y el fracaso, recuerdan la tetrarquía comunista que manejaba Lenin; y se parece bastante a las consecuencias del colonialismo moderno ultraliberal y consumista porque, sin duda que los extremos se tocan.
Aquel terremoto en Haití debe aportarnos algunas enseñanzas y encender muchas luces rojas en el presente. Sobre todo para ser conscientes de que muchas tragedias no se crean en un minuto devastador. Y de que la acumulación y el crecimiento insostenibles que hacen fracasar cumbres climáticas tienen que ver directamente con tragedias similares a la de Haití, hoy, pero casi ni son noticia: millones de refugiados vagando por desiertos, países enteros devastados por múltiples penalidades evitables, muertes por hambre y sed que se mantienen en el olvido, etc. No es humano ni inteligente, y encima tiene remedio si se quiere.