Joxan Rekondo
1. Historia y memoria mantienen una relación dialéctica, que se manifiesta en que en unas dimensiones interactúan de manera fructífera y en otras muestran una incompatibilidad recíproca. Nadie puede negar que, a través de esas equivalencias y contrastes, el trabajo de los profesionales de la historia reciente influirá en la conformación de la memoria. Pero, tuvo razón Florencio Domínguez cuando, al referirse al efecto de la atmósfera espiritual, dijo que no cabe pensar que la historia académica vaya a resolver lo que se ha dado en llamar la batalla del relato.
En este contexto, cuando hacemos mención al relato, creo que se debe precisar que estamos hablando de la elaboración de una narración coherente y provista de sentido que sirva a la configuración y transmisión de una memoria social en clave de deslegitimación de las violencias injustamente ejercidas sobre personas y colectivos durante las últimas décadas. En la medida en que se quiere generar un espíritu colectivo, esta tarea desborda el área de incumbencia académica y nos compromete a todos los que, por profesión o experiencia vital, podemos dar testimonio de la trágica época de los terrorismos. Compromete, desde luego, a los que han investigado, pero también a los que más han sufrido y han luchado o a los que simplemente han resistido como han podido.
En todo caso, la conceptualización de los historiadores, y su reflejo en los medios de comunicación, influye en la generación de pautas de lenguaje, sin las cuáles a todos nos sería imposible articular un relato con el que pudiéramos acudir a esa batalla de la memoria. Y la cuestión a dilucidar puede ser en qué medida esos conceptos, pautas y expresiones que se canonizan ‘científicamente’ representan auténticamente la realidad vivida.
2. Sin duda, hay practicantes de la disciplina histórica de toda gama y color. Pero, con lo que hemos vivido y leído, hemos perdido la inocencia necesaria para pensar que su obra no está afectada por factores subjetivos. Está muy bien que los historiadores de la institución que dirige el propio Domínguez apelen, en el examen crítico de lo que ha originado el terror y de las consecuencias que ha producido, al rigor del método historiográfico para lograr descubrir hasta las verdades que incomodan. No discuto esta apelación a las verdades incómodas (si incluye las que todavía protege el secreto de Estado), aunque se echa en falta una dedicación rigurosa a lo que debería ser la pieza clave del diagnóstico crítico, el descubrimiento de la naturaleza y motivación de los agentes que han creído legítimo el ejercicio del terror. Y podemos hablar de ETA que es, desde la recuperación de las instituciones democráticas vascas, la organización causante del mayor número de víctimas.
La cuestión relativa al impulso estratégico que ha movido a ETA desde 1968 es crítica para la formulación de un relato en común de todos los que decimos que queremos deslegitimar las violencias injustas. La identificación de la organización violenta como ‘nacionalista radical’, terminología indiscutida en esa institución que aspira a historiar la memoria del terrorismo vasco y de sus víctimas, condiciona esa convergencia desde su misma fundamentación. Es además una definición pobremente argumentada y que no es deslegitimadora, en la medida en que no llega a desenmascarar el auténtico rostro de ETA. Sí que se puede concluir que a lo que realmente apunta esa tesis es a la injusta deslegitimación del nacionalismo vasco en general.
Realmente, es inconcebible que una cultura política (el nacionalismo vasco) sin programa bélico que surge para cortar la sucesión de guerras del XIX, aunque la imaginemos en su versión más radical, pudiera inspirar, crear e impulsar una actividad armada que originalmente buscaba llevar al país a una nueva insurrección armada. Precisamente el libro de Gaizka Fernández Soldevilla, La voluntad del gudari, es una elocuente demostración de la inviabilidad de la tesis que quiere presentar al nacionalismo radical vasco como el nutriente principal de la violencia revolucionaria.
Por ese motivo, cabe demandar una indagación que no se quede en lo puramente superficial, para lo que se necesita salir de las zonas de confort intelectual y acceder a las verdades que incomodan a los que siguen sosteniendo el tópico del ‘nacionalismo radical’. Comencemos por admitir, como plantean autores diversos, que el estudio de la identidad de un movimiento puede realizarse desde una perspectiva tridimensional. En virtud de la primera dimensión, nos fijaríamos en lo que el movimiento es (esencia), la segunda nos llevaría a observar cómo elige presentarse (presentación) y de acuerdo con la tercera apuntaríamos a cómo se le percibe (imagen social) desde el exterior.
Desde 1968, el núcleo sustancial de su identidad que ETA afirma por sí misma y permanece hasta su disolución es el socialista e internacionalista revolucionario (marxismo leninista), tanto en la evolución de sus fundamentos ideológicos como en el planeamiento y ejecución de su estrategia violenta. Otra cosa es que, en la presentación de su discurso táctico, haya buscado un envoltorio (o máscara) que le permitiera interaccionar con la audiencia vasca a la que se dirigía. El aspecto que ETA ha querido proyectar en esta segunda capa, que situaríamos en el eje de su política de acción y comunicación, se ajusta perfectamente al principio maoísta que postula que, en los escenarios de conflicto nacional, la lucha de clases se ha de expresar en términos de liberación nacional. El movimiento que impulsa esta lucha de liberación se designa como izquierda patriótica, abandonando desde fines de los años 70 toda identificación oficial con el nacionalismo.
Obviamente, lo que ninguna organización puede aspirar a controlar absolutamente es la percepción externa, la imagen social que se genera ante las acciones que realiza o las comunicaciones que emite. En este tercer plano se sitúa la audiencia a la que se dirige, a sabiendas de que ésta puede ser asequible u hostil. Lo que se busca es que esta percepción social se quede con la imagen que presenta la máscara. En cierto modo, que una buena parte del público pueda ser víctima de estas técnicas de manipulación, que ya están generalizadas en el ámbito de la política, puede ser comprensible. Que hubiera investigadores que no puedan o no quieran penetrar tras esa máscara táctica para examinar los componentes sustanciales y estratégicos del núcleo de identidad de ETA sería lamentable.
Gaizka Fernández cita a menudo a Walker Connor, a su libro Etnonacionalismo. Un autor y libro muy interesantes. Pero, en esta obra se alude también al trabajo por el que ese autor es más conocido, que se refiere a la cuestión nacional en la teoría y la estrategia marxista-leninista. De lo que dice en esta tesis quiero destacar dos cosas, por su afinidad evidente con el programa estratégico que nuestros violentos siguieron al pie de la letra. En primer lugar, Connor subraya la distinción que el leninismo establece entre nacionalismo y patriotismo: “el nacionalismo en la literatura marxista-leninista no se confunde con patriotismo”. El internacionalismo, añade, sólo es compatible con el patriotismo socialista. En segundo lugar, Connor advierte que el socialismo leninista teorizó y practicó la manipulación de las demandas de las minorías nacionales al plantear “la autodeterminación como estratagema”, para conseguir el apoyo de estas minorías a la toma del poder en todos aquellos lugares en los que las necesitó para lograr el triunfo (Unión Soviética, Yugoslavia, Checoslovaquia, China, Rumania, Vietnam).
3. Se me puede decir que hemos de dejar el debate académico a los practicantes de la disciplina histórica. De acuerdo, pues ahí están también los que han escrito las tesis más serias y trabajadas sobre el tema, Imanol Lizarralde e Iñigo Bullain, para los que ETA es una organización de ideología marxista y revolucionaria. El primero ha demostrado con su tesis el enraizamiento ideológico de ETA en la oleada de revolucionarismo violento que surge en Europa a partir de la ebullición ideológica del 68 francés. “ETA ha sido un desarrollo en ese campo”, reconoce su última dirección en el libro-entrevista ‘Gernikatik Arnagara’, publicado por GARA.
Desde luego, mi posición no está ubicada en el ámbito del debate intelectual. Me interesa lo que se puede aportar desde la sociología cotidiana, en las conversaciones y debates en todas las esferas de la vida corriente de las personas, a la narrativa de la deslegitimación social. Pero, considero que es una obligación moral atender y criticar la narrativa histórica que se va originando en el ámbito de los especialistas, las palabras y frases que emplean, por cuanto ejercen, lo quieran o no, una función de articulación de la opinión social.
En síntesis, digamos que con el cese y la desaparición de ETA queremos aspirar a que caiga también el marco ético-estratégico que legitimaba el recurso a todos los medios de lucha, fueran éstos pacíficos o criminales. Sigue vigente la misión de desenmascaramiento de ETA, “de su carácter esencialmente revolucionario y anti-sistema, así como su intención manipuladora de la cuestión nacional”, como reclamó el lehendakari Ardanza en pleno periodo de la socialización del sufrimiento (10 febrero 1996). Por eso, somos muchos los que no queremos resignarnos a que el relato histórico que no profundiza en el desvelamiento de la auténtica naturaleza del terrorismo vasco pueda influir estrechando el marco en el que se está conformando la memoria social, e impidiendo que ésta pueda lograr el objetivo de deslegitimar tanto los medios como los fundamentos éticos y estratégicos desde los que justificaron sus acciones terroristas.
Joxan Rekondo
Como dice el autor del artículo, el libro de Gaizka Fernandez Soldevila («La voluntad del Gudari») es un ejemplo de contradicción entre lo que se nombra (el supuesto «nacionalismo radical» de la izquierda abertzale y de ETA) y lo que se describe (una organización que rompe todos los puentes con el nacionalismo tradicional, ya sea institucional o radical). Este autor, junto con otros, pretende resolver la cuestión de la naturaleza de ETA por medios puramente lingüísticos, sin atender a la práctica y a la teoría de esa organización.
Tengo la impresión de que ahora que ETA no mata y que hay una cierta serenidad en nuestra sociedad es hora que la verdad salga a flote, en un debate académico y no académico que tenga seriedad y altura. Es una pena que historiadores académicos de los descritos por el articulista sigan eludiendo cuestiones fundamentales acerca de su tema.
Lo que no se sostiene es que se dé carta de credibilidad a elementos como Florencio Dominguez que al calorcillo del ministerio de Interior y la UCD montaron Vascopress y su sucesor Gaizka Fernandez empleado del primero ahora en el Centro de la Memoria, fundación a costa del tesoro público. Venga, que están más vistos que el TBO.
“El aspecto que ETA ha querido proyectar en esta segunda capa, que situaríamos en el eje de su política de acción y comunicación, se ajusta perfectamente al principio maoísta que postula que, en los escenarios de conflicto nacional, la lucha de clases se ha de expresar en términos de liberación nacional”
El ejemplo más clarificador de la relación existente entre la lucha de clases y la lucha nacional (subordinación de la segunda a la primera) está en el ejercicio practico del “derecho de autodeterminación” por parte de los revolucionarios.
El citado Walker Connor, en su libro “La cuestión nacional en la Teoría y Estrategia Marxista –Leninista” hace un exhaustivo seguimiento de la aplicación del principio de autodeterminación, (antes de la Revolución y después de la Revolución) en las principales revoluciones socialistas.
El resultado común es su utilización al estilo clínex. Se utiliza para tomar el poder y después a la basura.
Ya lo decía Lenin: “La burguesía plantea siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases.” (el derecho de las naciones a la autodeterminación)
Éstos son los historiadores modelo para Aberriberri, los mismos que durante lustros afirmaron que la primera víctima de ETA fue la pequeña Begoña Urroz.
Triste la credibilidad de este blog
Un artículo que pone al descubierto las contradicciones de los historiadores del Centro de Victimas de Gasteiz, con una financiación más que generosa del Ministerio del Interior, que está orientado a crear un relato antinacionalista.
Ruper, lee de una vez el artículo. El articulista está en desacuerdo con esos historiadores que no son modelo de nadie de aquí.
Las manifestaciones del “conflicto” vasco se analizan según unos intereses previos que hacen muy difícil la realización de estudios imparciales.
El patriotismo constitucionalista español plantea el problema vasco como una recreación artificial del nacionalismo histórico. Para ellos lo importante – por encima de la verdad sobre el gen de la “lucha armada”-, en bien de la patria constitucional, es neutralizar el nacionalismo vasco.
Tampoco a los revolucionarios les viene mal que las criticas a la lucha armada se centren en el nacionalismo. Manejan bien el frente nacional, tienen experiencia internacional en agudizar los conflictos desde la forma (nacional ) en favor del contenido ( lucha de clases).
Por suerte, ni a unos ni a otros, el pueblo, la gente corriente les compra sus discursos. Artículos como este ayudan al colectivo vasco a defenderse de las acusaciones de culpabilidad que les hacen desde los bandos extremos.
JELen agur
Lo que no es creíble es la panoplia de los dirigentes y simpatizantes del MLNV que hacen del engaño y la propaganda una herramienta fundamental para su desarrollo político.
Y vienen a denunciar falta de credibilidad de los demás.
Morro, mucho morro.