Fernando Mikelarena bere blogean
(Continuación del «Artículo sobre la charla de Jesús Etayo publicado en El Día de 13 de mayo de 1936»)
Resalta a continuación los continuos desafueros que a partir de las últimas Cortes de Navarra se cometieron, para reparar lo cual envió la Diputación a don José Yanguas a Madrid, persona conocedora a fondo de la historia de Navarra, quien mandándose hacer un traje nuevo y con la exigua dieta de seis pesetas, se dispuso a visitar ante la reina, haciendo mil gestiones sin resultado positivo alguno.
No fue menos afortunado, meses después, otro embajador del reino de Navarra, el señor Barón de Biguezal, sin obtenerse tampoco la convoctoria de las Cortes de Navarra, a pesar de las múltiples instancia y de encendida la guerra civil.
En torno al asesinato del general Sarsfield, recoge la referencia de un periódico en el que se señala que los sublevados consignaron como objeto de su conspiración nada menos que la “independencia de Navarra”. Aunque no le concede el orador demasiado crédito a la citada referencia, tampoco ocutla que esas ideas de independencia de Navarra se consideraban con algún ambiente en el país.
A raíz de la primera guerra civil se ocupa el señor Etayo de los carlistas, de quienes dice que eran fueristas como lo habían sido los realistas. De los navarros agrega que se levantaron para defender a don “Carlos VIII de Navarra y V de Castilla”, lo que revela la consciencia en aquellos carlistas, de que Navarra era reino para sí, distinto, aunque tuvieran el mismo rey que los castellanos tenían.
A continuación prueba el deseo de las masas carlistas de Navarra de la restauración foral, con la insistencia de las proclamas fueristas de don Carlos, el anhelo ferviente demostrado por las Juntas y Diputaciones con el monarca, las afirmaciones de Chao, Dembowsky, Henningsen y de otros escritores de allende de los montes que se han ocupado de Zumalakarregi y de la guerra carlista en el País Vasco.
Pasa a referirse a la ley del 39 y señala la casta de navarros, traidores y muladíes que apareció después de su funesta promulgación de tristísimos efectos para Euzkadi, y de la ley paccionada de 1841, de la que se considera enemigo personal y censura acremente a quienes le fraguaron.
Refuta los escritos de Yanguas, la posición de Madoz y de la Diputación, así como también la de Illarregui y muchos navarros de las clases sociales superiores por su cultura o posición económica que con tal espíritu negociaron la fatídica ley del año 1841.
Jamás cayó Navarra en tal vileza como aquella –afirma el señor Etayo-. El poder legislativo, el poder judicial, el derecho civil, alma de la constitución familiar de Navarra, la soberanía plena para las cuestiones políticas relacionadas con los intereses espirituales de nuestros pueblos… todo esto fue cedido y transigido. Los negociadores, sin embargo, estimaron aquel infinito valor enagenable por el precio misérrimo de un cupo tributario barato y perpetuo.
Como reacción contra la ley del 39 surgió –sigue diciendo el señor Etayo-, el auténtico fuerista, Sagaseta de Ilurdoz, síndico de las Cortes de Navarra, insigne varón, no carlista pero sí amigo personal del general Zumalakarregi y quien fué desterrado a Valencia por considerársele sospechoso. Allí el magno fuerista escribió un libro cuya edición fué recogida, pudiéndose únicamente salvarse algunos ejemplares. En su texto, bellísimo, campean dos ideas centrales: Que Navarra es tan reino de por sí, tan soberano e independiente respecto de Castilla, como lo eran Suecia y Noruega no obstante tener un mismo rey; y que el fuero es la soberanía de Navarra.
Refuta la creencia de que la ley paccionada de 1841 no produjo reacción fuerista y pasa a hablar de las polémicas sostenidas entre Yanguas e Illarregui contra Ozcariz, quien sostuvo un fuerismo auténtico, pristino y recopiló sus escritos en un folleto titulado “Vindicación de los fueros vasco-navarros”.
A consecuencia de las sublevaciones militares habidas contra Espartero el año 1841, quiso aprovecharse el espíritu foral del país. En la rebelión de Navarra tomaron parte, con el general O’Donnell, muchos que habían luchado en la guerra bajo la bandera carlista y algunos liberales moderados, pero, como es sabido, aquellas insurrecciones fracasaron y no tuvieron ocasión O’Donnell, Montes de Oca ni la reina gobernadora para cumplir sus promesas. En tanto, la ley del 1841 se consolidaba y adquiría estimación no de pura hipótesis foral, sino de tesis.
En medio de su docta disertación, el señor Etayo menciona un intermedio pintoresco glosando dos folletos de liberales navarros, uno de don Francisco Baztan Goñi, quien intentaba probar, como tesis general, que podrían armonizarse las viejas leyes navarras con los principios de aquella Constitución, hija de la revolución de septiembre, y el otro, suscrito por el pseudónimo de “El aldeano navarro”, pero su autor fue un ribereño, don Juan Yanguas, de Caparroso, a quien llamaban Yanguazas. Este, después de escribir a todo el mundo y señalar incalculable número de desdichas, se pregunta: ¿En qué debe pensar Navarra?, y se contesta el mismo: “En pensar de dejar ser españoles, de pertenecer a la degradada patria de Cádiz, y exclama: Antes turco que español”.
Seguidamente, después de explicar el carácter de la segunda guerra civil, destaca a carlistas que sentían vivísimamente el fuero, y eran: don Juan Cancio Mena y don Cruz de Ochoa de Zabalegui.
Mena, que había hecho ostensibles no solo su fuerismo navarro, sino, sus ideas de unidad vasca en 1866, tomó parte después, en la guerra, y fundó un periódico carlista en Bayona, en el que se propugnaba por la autonomía plena que el país había disfrutado.
De Ochoa Zabalegui, nacido en Puente la Reina, siendo sucesivamente, guardia civil, abogado, diputado, cura y hasta desempeñó cargos catedralicios, fue un carlista neto, a quien su temperamento le llevó a las iras de Santa Cruz y de quien, por último, dice el conferenciante, que no conoce, en el resto del siglo XIX, en Navarra ni en el resto del país, quien haya superado entre los carlistas, ni en otros sectores, el fuerismo de aquel navarro ejemplar.
En torno a los republicanos federales, remontándose a la época de la primera República española, cita a Olave, en aquel tiempo en que Navarra, dudando si había de constituirse en estado federal o formarlo con las provincias vascas, con Aragón o la Rioja, acordó al fin formar por sí sola un Estado. Olave propuso unas bases, que fueron acordadas en una asamblea celebrada en Estella por el partido federal, en las que, entre otras, figuraba aquella por la cual podrían reincorporarse a Navarra los territorios de la Rioja, de las Vascongadas y de la sexta merindad de Ultrapuertos, hoy pertenecientes a Francia.
El sentimiento fuerista navarro demostrado con motivo de la gesta patriótica denominada con el título de la Gamazada es objeto a continuación de un cántico entusiasta que el culto conferenciante eleva a los héroes de Navarra. El suceso es casi de ayer –agrega el conferenciante- ya que realizóse treinta años ha, habiéndose suscitado con ocasión de un problema de orden crematístico, cual era la exigencia del ministro de Hacienda, Gamazo, de aumentar el cupo tributario de Navarra, con quebrantamiento del pacto vigente. Con tal motivo las gestiones de los representantes navarros fueron múltiples y el pueblo recibió a los diputados como se recibe a los héroes. A este respecto hace mención del grupo de vizcaínos que al frente de Sabino de Arana y Goiri honraba en unión de los navarros a los héroes de Navarra. El Gobierno de Madrid hubo de resignarse ante la decisión de Navarra y el régimen económico de Navarra quedó entonces como estaba. Invariado. No se aceptó fórmula alguna. Navarra triunfó.
Por último, tributa merecidas alabanzas a aquella admirable institución que con el nombre de “Asociación Eúskara de Navarra” se constituyó, el año 1877, en casa de don Juan Iturralde y Suit, con asistencia de los ilustres navarros Campión, Oloriz, Estanislao Aranzadi, Salvador Echaide, Florencio Ansoleaga, Dámaso Legaz, etc. Se crearon secciones de lengua y literatura vasca, etnografía, historia, arte, legislación, agricultura, instrucción y moralidad, industria y comercio y en estrecha relación se publicó un diario titulado el “Lau Buru”.
Y después de señalar la coincidencia con la naciente sociedad “Euskalerria” de Bilbao, interroga: ¿No os parece que, sin mengua de los méritos de nadie y menos de Sabino Arana, el apóstol, puede afirmarse que allá en la “Asociación Eúskara de Navarra”, están, en precursión, en raíz, en germen, el renacimiento del nacionalismo vasco?
Para terminar el conferenciante dedica sus palabras a la situación actual y perspectivas de Navarra en orden a los problemas tratados en la conferencia. El movimiento actual –dijo- es lamentable. Navarra siente –y está muy bien- la preocupación religiosa. No siente la preocupación foral, señalando como culplables de ello a los dirigentes de la política derechista que no advierten que los intereses religiosos en nuestro pueblo más pueden esperar salvaguarda de la autonomía propia que del españolismo centralista.
No cree sin embargo, irremediable, el desvío. Las masas honradas de Navarra pueden ganarse todavía para el vasquismo pero partiendo del sentimiento foral y cambiando la terminología usual aquí en Guipúzcoa y en Vizcaya, porque son las palabras, el léxico, el vocabulario, más que las esencias lo que se repudia en la capital y en las grandes zonas deseuskerizadas. Hay que hablar en Navarra, del fuero y hay que convencer a las gentes –y es la verdad- de que el fuero conduce necesariamente al patriotismo vasco. Con esta táctica –termina diciendo el señor Etayo- se ganará Navarra para la causa de la patria vasca.
El notable y culto conferenciante recibió una cálida ovación prolongada en premio a su docta e interesante disertación pronunciada anoche en Euzko Pizkunde y transmitida por la emisora de Unión Radio, recibiendo asimismo un sinnúmero de felicitaciones y llamadas telefónicas, entre otras, la del presidente del Gipuzko y del Euzkadi Buru Batzar, don Teodoro de Ziaurriz.