Javier Martínez Ojinaga (*)
Una persona de dilatada y exitosa vida profesional empresarial con quien recientemente tuve ocasión de repasar trayectoria, me decía que probablemente no cambiaría demasiado las decisiones que había tomado a lo largo de su vida, pero que hubiera sido mejor haber anticipado su ejecución.
Y destacaba, asimismo, que el éxito en los proyectos empresariales en los que participó, fue el resultado de una combinación suficiente de anticipación y visión de lo que el futuro podía deparar y una fuerte focalización en la capacidad de ejecución de cada coyuntura en términos de viabilidad y servicio a esa visión.
Enfrentados como estamos, como bien sugería Juan Manuel Sinde en esta misma columna, a la necesidad de avanzar en un modelo propio de salida de la crisis, nuestro reto lo es tanto en términos de visión como en los de ejecución
No partimos de cero. Hay personas y valores, como por ejemplo el de la cooperación que él señalaba, enraizados en nuestra tradición. Disponemos de empresas que, aunque con dificultades, están compitiendo globalmente. Tenemos un cierto marco de autogobierno, con equilibrios institucionales mejorables pero válidos, y un sistema público no demasiado perjudicado -espero. Tenemos, en definitiva, capacidad de ejecución. Relativa, como todo en la vida, pero capacidad. Con menos se pusieron en marcha visiones que nos han permitido alcanzar el actual nivel de desarrollo, que no es desdeñable.
La visión que considero realizable para la política económica del nuevo gobierno sería una que atendiese prioritariamente aspectos como los que a continuación señalo.
Que haga del trabajo el centro de su política. No ya que el empleo sea su principal objetivo, sino que lo convierta en criterio base en la toma de sus decisiones y, asimismo, en clave de reconocimiento, de modo que se premie al que trabaja bien y a todo aquello y a todos aquellos que favorezcan el trabajo y el empleo. El esfuerzo y la asunción de riesgo, personal, profesional y empresarial, deben tener recompensa.
Que dé prioridad, en el diseño de sus planes, a la industria y al favorecimiento de su capacidad para competir internacionalmente, de modo que podamos apalancarnos en la capacidad tractora y de generación de valor a largo plazo de la misma para arrastrar nuestra economía en la buena dirección.
Que promueva un debate transparente sobre nuestro modelo de servicios públicos y su dimensionamiento Y, en este contexto, abra un debate sobre la ineficiente publificación de nuestro sistema, en el que se administrativiza todo, enajenando de todo riesgo y responsabilidad a quien lo decide. Tenemos familias y empresas de toda índole, que, dotadas de recursos, son capaces de resolver muchas de las necesidades que el futuro, por no hablar del presente, planteará, y de hacerlo de modo mejor y más eficiente.
En la ejecución de esa visión, y tomando prestada la frase de Tom Peters Ready, Fire, Aim que da título a este artículo, quiero un gobierno que imagine y defina proyectos, y tome decisiones aunque no lo tenga todo claro. Asumiendo riesgos sí, pero cuantificados y evaluables, de modo que podamos ir corrigiendo el camino.
Dejar que las cosas sucedan o que otros nos marquen lo que debemos hacer no sería responsable con nuestra tradición, que no es otra que la de ser responsables de nuestro futuro. Como tampoco lo es la opción del Fuego, Fuego, Fuego, de los que tratan de destruir las bases mismas que han constituido nuestra ventaja sin clarificarnos, ni siquiera en sus mínimos, lo que se esconde en sus negaciones.
*Abogado economista