Javier Martínez Ojinaga (*)
Releía esta semana el artículo Building a Collaborative Enterprise publicado en 2007 por un equipo liderado por Paul Adler, profesor universitario norteamericano galardonado este año con el premio de la Academic Management Review. Reconozco que la colaboración es, como la innovación, otro de esos mantras que están en boca de todos, pero no por ello deja ser crítico en cualquier desarrollo a emprender, y coincido con aquellos que creen que lo complejo –y el entorno social y económico actual lo es- no se resuelve con complejidad sino con colaboración.
En aquel artículo, Adler recogía las conclusiones de sus investigaciones sobre empresas de éxito y los modelos de colaboración que las mismas aplicaban. Destacaba que todas ellas tenían en común cuatro factores, a saber, un objetivo compartido, una ética de contribución, procesos que facilitaban trabajar conjuntamente en proyectos de un modo flexible pero disciplinado, y, last but no least, una “infraestructura” que daba valor y premiaba la colaboración.
La pregunta que me vino a la cabeza inmediatamente fue ¿y por qué no aplicamos estos principios, por ejemplo ahora que hay elecciones, a los modelos económicos y sociales de País que se nos presentan?
Ética de la contribución. Contribución basada en la lealtad, generosidad y responsabilidad. Porque sólo sobre esas bases es posible generar confianza. Y sólo sobre la confianza es posible la colaboración voluntaria y proactiva.
Objetivo compartido. Porque la cultura genera misiones pero los proyectos requieren objetivos. No basta con quedarse en los principios generales. Somos muchos los que enraizados en nuestra tradición compartimos el deseo de una sociedad económicamente competitiva y socialmente justa. Pero a ese deseo hay que ponerle concreción y números, porque ni los recursos son ilimitados ni los grados de libertad infinitos.
Falta de transparencia, promesas que no se pueden cumplir o ausencia de planes no son sino formas de engaño que van contra el desarrollo de nuestra comunidad. Y más si la excusa para la ausencia de planes es que no sirven para nada y lo relevante es el día a día, lo cual probablemente no esconde sino otros planes, pero inconfesables. Como también son formas de engaño las comparaciones parciales e interesadas, evitando las de conjunto, cuya conclusión es clara. Somos una sociedad con un nivel medio de vida alto, que sólo podremos mantener si disponemos de una economía de alto valor añadido. Y eso va de trabajo y de acierto en nuestras apuestas.
Proyectos, flexibilidad y disciplina. Optimizando las posibilidades que nos da nuestro marco competencial para generar o apoyar proyectos empresariales y sociales que reúnan condiciones para ser apoyados, que no pueden ser todos. Demandando aquellas otras competencias que sean necesarias en ese empeño. Libres para ser solidarios.
Reconocimiento y recompensa. ¿Por qué asumimos que lo merezca el mejor deportista y no aplicamos el mismo criterio al profesional –en la función pública o en la empresa privada- que más aporta?
La prioridad de nuestra economía en general, y nuestra industria en particular, que es el motor de la misma, debe ser mejorar nuestra capacidad de ofrecer productos y servicios competitivos, internacionalmente en el caso de la industria, que es la condición para crear empleo de calidad y sostenible. En eso nos jugamos nuestro futuro. Y ese debiera ser criterio comúnmente compartido para dirimir nuestros debates. Sólo así sabremos enfocar correctamente la discusión democrática sobre los medios, incluido el relativo a si subimos o bajamos un determinado impuesto.
(*) Abogado economista
Mintegi, Baionan izanda «Pakea dela lehentasuna» adierazteko.Gernikan,aidanez,ez da Pakerik.Urkullu bi parabellumekin agertu da nonbait bere ziña egitera.Para ver ontze hemos nacido aizu.