Joxan Rekondo
1. La preocupación por el proceso constitucional que Rompuy (junto con Draghi, Juncker y Durao) propone para la Unión parece desvanecerse ante la tutela efectiva bajo la que, desde mayo de 2010, se encuentra la economía política española.
En una condicionalidad que es lógica, el acuerdo sobre el memorándum del rescate bancario cambia la autoridad a la que se somete el sector financiero, que a partir de ahora estará bajo supervisión europea. Además, pese a las reticencias que los representantes del gobierno español habían expresado, a Guindos le han asignado escrupulosas contrapartidas macroeconómicas.
Finalmente se cumplen las advertencias de la ‘troika’, y el presidente ha presentado un tremendo ajuste (se sube el IVA, se recortan las retribuciones de los empleados públicos, se reducen las prestaciones del paro, se adelanta la reforma de las pensiones por jubilación…) que, si no se activa la economía real, preludia una buena temporada de depresión. La intervención externa es evidente, aunque haya entrado por la puerta de emergencia.
Cabe preguntar si hay alguien que cree que esta situación de tutela de las economías subeuropeas no va a consolidarse en la configuración institucional que se busca para el futuro de la Unión Económica y Monetaria. A toque de rebato, Europa ya está modificando su arquitectura política y empuja a todos sus miembros a adaptarse, en un escenario en el predominan los intereses del Norte de la eurozona sobre los del Sur. El informe de Van Rompuy (“Hacia una auténtica Unión Económica y Monetaria”) no puede sino ser reflejo de este ejercicio del ‘poder normativo de lo fáctico’.
2. En un artículo de hace unos días, concluía que el reconocimiento de la singularidad fiscal vasca no parece tener un encaje fácil en un proyecto, como el presentado por el presidente del Consejo Europeo a la Eurocumbre de finales del pasado mes de junio, que rezuma verticalidad. A pesar de ello, en los medios vascos apenas he encontrado opiniones críticas sobre la cuestión.
Juanjo Álvarez, por ejemplo, muestra su satisfacción ante el resultado de la cumbre y cree que estamos ante una oportunidad para ‘civilizar el futuro’, aunque su análisis no alude a las entidades subestatales sino a los Estados. En coincidencia con los presupuestos en los que se basa el informe Rompuy, afirma que la ‘utopía factible de Europa’ pasa por el avance hacia la UEM que debe partir de “una mayor integración del sector financiero, presupuestario y de las políticas económicas”. Critica la ‘atomización’ y la ineficacia de las respuestas estatales ante la crisis y plantea superar la ‘inercia estatalista’ de la construcción europea, “generando un clima de confianza interestatal que culmine en una mayor atribución competencial a las instituciones europeas”.
Jon Azua, por su parte, expone una visión diferente y contrapuesta a la de Álvarez. El que fuera consejero del Gobierno vasco reconoce que “más (mejor) Europa y nueva gobernanza europea son indispensables”, pero añade que no vale “cualquier Europa ni cualquier modelo de gobierno”. Su reproche a Van Rompuy es ‘empezar la casa por el tejado’ al haberse olvidado de las realidades subestatales europeas, ‘pueblos y regiones desiguales’, cuyo desarrollo económico responde a factores diferentes y se mueve a distintas velocidades. La conclusión de Azua es que “o construimos la Europa que queremos o no habrá Europa, ni solución alguna a la crisis”.
Personalmente, coincido más con estas reservas de Azua que con aquella expectativa de ‘utopía factible’ europea de JJ Álvarez, que descansa en un ‘clima de confianza interestatal’. Creo que las instituciones vascas han de abrirse un hueco en el intercambio de consultas con el que el Consejo Europeo pretende corregir, enriquecer o completar el proyecto de van Rompuy (y de Draghi, Juncker y Durao) con el fin de que el autogobierno fiscal vasco-navarro quede suficientemente salvaguardado en el nuevo marco de la UEM.
3. El debate instituyente europeo tendrá efectos disolventes sobre algunos de los atributos de los regímenes estatales. Otra cosa será si eso propiciará la emergencia de la realidad diversa de pueblos y regiones que aspiran a un autogobierno político. En este momento tan accidentado, es muy difícil saber la orientación que adoptará la construcción política europea en el futuro próximo.
Afortunadamente, que la organización del poder político europeo tome un rumbo centralizador no va a obstaculizar el desarrollo de la diversidad subestatal, al menos en aquellas comunidades con una sociedad organizada (capital social) fuerte, heredera y transmisora a la vez de una sólida conciencia de su naturaleza ‘distinta’. Es decir, aquí discrepo con Jon Azua. No creo que entronar la ‘soberanía’ como ‘fuente de solución’ o esperar que la salida a la crisis sólo pueda proceder de la ‘construcción de la Europa que queremos’ haga justicia al verdadero signo distintivo de la capacidad de resistencia y progreso de nuestro país, a lo que ha mantenido con vida a este pueblo milenario.
En un momento en el predomina un debate político que se desarrolla casi exclusivamente en términos de poder público, conviene no olvidar que es el capital social (la gente, nuestra gente) el factor decisivo, el que moviliza energías y determina la característica y el nivel de eficiencia del desarrollo económico, el que posibilita la legitimidad y el correcto funcionamiento de las instituciones, el que garantiza el ejercicio de la solidaridad interna, el que lleva a considerar la responsabilidad de las decisiones del presente con un futuro sostenible, el que protege sus necesidades de distinción cultural… Es esta nuestra fuente de solución, la ‘vieja fuente de la que siempre mana agua nueva’. Este es nuestro modelo, el modelo vasco. No seríamos lo que somos sin esto, que ha funcionado cuando hemos tenido poder propio, pero también cuando nos lo ha sido negado y arrebatado.
Más allá, por lo tanto, del devenir del reparto de poder europeo, a los vascos nos interesa conservar y fortalecer nuestra sociedad, sus instituciones organizadas, sus rasgos y valores comunes y trasmitirlos intactos (o perfeccionados) a las nuevas generaciones. “Los tiempos que vienen son para que un patriotismo lúcido, generoso, mire los problemas de nuestro pueblo como los de una gran familia en la que la prosperidad general no pueda darse sin la prosperidad y el bienestar de cada uno de sus miembros“, diría nuestro Jose Antonio Agirre, el profeta pragmático. Son tiempos en los que prepondera lo social en todas sus dimensiones. Toda aquella fuerza política que no lo tenga en cuenta, actualizo al primer lehendakari, camina directa hacia la marginalidad.
JELen agur
Frente al drama actual, la grandeza de Aguirre.
No se pueden homogenizar los problemas. Probablemente territorios, comunidades de determinadas áreas geográficas compartan problemáticas, pero pueden ser radicalmente distintas de las de otras áreas geográficas. Cada una precisa un tratamiento distinto, una urgencia distinta, una necesidad particular.
La sociedad vasca siempre ha dado prioridad a la formación, trabajo bien hecho, con esfuerzo, y solidario.