José Manuel Bujanda Arizmendi
«EUROPA quizá sea de los estados, pero no se podrá construir de espaldas a la diversidad pluricultural de sus pueblos».
José Antonio Agirre, Lehendakari.
Un 19 de junio de 1886, hace 126 años, nació Robert Schuman. Pierre Pflim, presidente del Parlamento Europeo entre 1984 y 1987, definió a Schuman como un hombre de frontera. No es para menos. Nacido en 1886 simboliza en su persona el drama de una Europa dividida y en guerra. Esa Lorena en la que nació su padre, había pasado de Francia a Alemania para cuando nació Schuman como consecuencia de la victoria de Bismarck en la guerra franco-prusiana. La tierra de Schuman que nace alemán vuelve a ser francesa en 1918 tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial. Lorena pasa a ser alemana cuando las tropas de Hitler invaden Francia y la anexionan en 1940, para pasar en 1944 a su situación actual de región francesa.
Vivió como alemán el que años después sería Presidente de Francia y Ministro de Exteriores. Un 9 de mayo de 1950, él mismo inició oficialmente la historia de la UE de la mano de Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos, con la llamada Declaración Schuman. Fue un político germano-francés al que junto con Adenauer, Monnet y De Gasperi, se le considera comopadre de Europa. Cuando se visita al día de hoy el Parlamento austriaco, se puede observar el escaño en el que se sentaba el diputado Alcide De Gasperi. El que fue presidente del gobierno italiano desde 1945 y 1953 nació en 1881 en Trento y participa en la vida política austriaca, hasta que en 1918 proclama en el Parlamento de Viena la voluntad de anexión a Italia del Trentino y de Trieste tras la derrota del Imperio Austro-Húngaro en la Primera Guerra Mundial. Nacido austriaco, pilotará la apuesta europeísta de Italia. Adenauer, renano, vivió desde su juventud la realidad de una Renania fronteriza, desmilitarizada como consecuencia de la guerra del 14. En definitiva, los llamados padres fundadores están marcados por fronteras arbitrarias y guerras. Por ello buscaban en la UE el instrumento para la paz.
Schuman fue hecho prisionero por la Gestapo en 1940 tras rechazar colaborar con los nazis, logró evadirse dos años más tarde y vivió en la clandestinidad hasta la liberación de Francia, donde desarrolló su carrera política. Fue Presidente del Consejo, ministro de Finanzas, Justicia y Asuntos Exteriores y el mayor negociador francés de los tratados firmados entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el principio de la Guerra Fría. Para él, Europa era historia de culturas, tradiciones y naciones, historia de la huella y la vocación de sus pueblos grandes y pequeños, sometidos y sometedores, una suma poliédrica de aciertos y errores, de bellas y gloriosas páginas pero también de las vergonzantes y oscuras, una suma en definitiva de anhelos y frustraciones. Vio a Europa como un tapiz desordenado de culturas diversas, reflejo de conflictos, existencia de pueblos y estados de múltiples relaciones cual tela de araña tejida por muchos hilos. Percibía un continente de relaciones solidarias, de encuentros y desencuentros colectivos, fracasos de convivencia y lazos vecinales más o menos confusos, de argamasa de colectivos y con un balance histórico de debe y haber. Siempre consideró a Europa como espacio histórico abierto, compendio de principios políticos, sociales y culturales, de historias y proyectos grandes y pequeños, poderosos y humildes.
Para él, Europa era solar y testigo, concierto y conflicto de identidades más o menos compartidas, de pertenencias múltiples, dependencias dispersas, de soberanías complejas y de perfiles diversos y a veces difuminados. Creyó en el diálogo, en el respeto, la tolerancia, la igualdad, la fraternidad y la diversidad. Entendió a Europa como espacio de comunicación entre personas por encima de cualquier consideración. Apostó por un continente acogedor en el que todos, independientemente de su color, raza, origen, lengua o creencia religiosa, tuvieran un trabajo digno, una Europa social y solidaria, adalid del imperio de la Ley, ejemplo de Derechos Humanos y en la que pueblos, naciones y estados se miraran en el espejo del respeto mutuo, una Europa beligerante ante la injusticia, la guerra, el abuso, el hambre y la explotación impune. Cuando el Lehendakari Agirre, político europeísta que por méritos propios trasciende a su época y representante genuino -con Irujo, Landáburu, Rezola, Galíndez y otros- de la faceta más moderna del nacionalismo fue testigo directo de una Europa que afrontaba la tragedia y el desgarro de la guerra, intuyó que el futuro debía de construirse sobre una Europa de países y pueblos unidos, único medio de tener protagonismo propio.
Hoy es el día en que la Asamblea Europea de Países y Regiones con Poderes Legislativos sigue reivindicando lo mismo que dijo el Lehendakari Agirre hace más de medio siglo: La afirmación de Euskadi como nación depende fundamentalmente de nosotros mismos y de acertar en la apuesta europea. En la visión anticipatoria del Lehendakari Aguirre, más allá de lo que entrañaba desde el punto de vista de la paz y la convivencia entre los pueblos, la construcción de Europa significaba sentar las bases que iban a hacer posible la construcción nacional de Euskadi en un contexto moderno, abierto y solidario.
Europa se convierte en una opción estratégica para el nacionalismo vasco, es tejer Euskadi, es buscar un lugar en el mundo. El 4 de septiembre de 1963 murió Schuman. No disponía de grandes cualidades como orador, pero pronunció uno de los discursos más trascendentales en la historia europea: «Europa no surgirá en un día. Nada permanente puede crearse sin esfuerzo. Lo importante es, en todo caso, que la de idea de Europa, el espíritu de solidaridad comunitaria, que responde a los anhelos íntimos de los pueblos, ha echado raíces también fuera de estas instituciones. Esta idea de Europa pondrá al descubierto todas las bases comunes de nuestra cultura y creará, con el tiempo, un vínculo igual al que mantiene unidas a las Patrias. Será la fuerza que venza todos los obstáculos». Nos contemplan ya más de 78 años desde aquel segundo Aberri Eguna de 1933 convocado en San Sebastián por el PNV bajo el lema de Euskadi-Europa, que reunió a más de 50.000 personas y en el que tomaron la palabra, entre otros, Telesforo Monzón y José Antonio Agirre por el PNV, Manuel Carrasco Formiguera por Unión Democrática de Catalunya y Ramón Otero por el Partido Galleguista. La plena compatibilidad de la reivindicación de la nacionalidad vasca y la universalidad era subrayada por el PNV ya entonces, consciente de la importancia de utilizar las plataformas internacionales como caja de resonancia de su reivindicación nacional, y con la esperanza de contribuir a la formación en Europa de una conciencia que posibilitase, en un futuro que no se vislumbraba cercano, «ir amoldando la organización política de los estados al hecho natural de las naciones, y al respeto de todos los derechos inherentes a las distintas personalidades de los pueblos».
Termino repitiendo una reflexión que estimo mucho: «La apuesta de lo vasco, la afirmación y la proyección política de Euskadi como nación de los siete territorios, el Zazpiak Bat y la Burujabetza, el futuro de la cultura vasca y en particular del euskara -herramienta de comunicación y testigo vivo del transcurrir de decenas de siglos de historia- dependen fundamentalmente de nosotros mismos, de que los vascos sepamos circular por los raíles de un tren que lleva un proyecto en construcción en busca de ese destino llamado Europa.»
Habrá que promover pues el respeto, el interés y el valor de todas las culturas y lenguas, así como la legitimidad de los diferentes referentes simbólicos. Que el viejo, pero vivo, euskara acierte a navegar listo y hábil por esos bravos mares compartidos fortaleciendo su salud. Hoy puede haber quien opine que Europa queda lejos, que Euskadi y los vascos no tenemos que ganar nada por tales lares, que no nos dejarán, que será imposible y que no vale la pena… Al contrario, yo creo que sí vale la pena, que algún día sí lo conseguiremos y que Europa será para los vascos, más pronto que tarde, sinónimo de futuro compartido y esperanza activa.
Que así sea.