Joxan Rekondo bere blogean
1.El pasado martes ha muerto Elinor Ostrom. ¿Quién es Elinor Ostron? Politóloga, profesora e investigadora de la Universidad de Indiana, fue la primera y única mujer en ganar el Premio Nobel de Economía. Nuestro interés en ella proviene precisamente de este último hecho.
En su obra ‘El gobierno de los bienes comunes’, Ostrom expone las principales ideas que motivaron la concesión del Nobel. A través de ellas, Ostrom demuestra que la gestión popular de los ‘bienes comunales’ no conduce necesariamente a la sobre-explotación o al desaprovechamiento de los mismos. Esta conclusión viene acreditada tras la realización, por parte de Ostrom, de estudios empíricos comparados, sobre la base de diversos ejemplos reales (Japón, Suiza, Filipinas, Turquia, EE. UU., Sri Lanka, Estado español,…) de aprovechamientos comunales, acerca de las condiciones de eficiencia de los recursos de acción colectiva de este tipo.
2.Al hablar de los trabajos de Ostrom, es inevitable referirse al clásico trabajo sobre ‘la tragedia de los bienes comunes’, artículo que Garrett Hardin publicó en la revista Sciencie en 1968. En el marco de una exhortación a abordar el ‘problema poblacional’, Hardin afirma que “en un mundo que cree en la libertad de los recursos comunales”, no hay sentido de la responsabilidad hacia el futuro, “cada uno busca su mejor provecho… y el destino es la ruina para todos”. Cuando cada uno busca lo suyo y el sistema no puede por sí mismo crear límites a la ambición de sus usuarios, hay que imponer estas reglas o límites desde fuera. ¿Qué opciones cabrían ante esta situación? Según Hardin, descartada la ‘libertad’, sólo quedarían dos. Una, “podemos venderlos como propiedad privada”. Otra, “podemos mantenerlos como propiedad pública”, aunque gobernándolos desde fuera. Pero, “debemos escoger, o consentir [caso contrario] la destrucción de nuestros recursos comunes”.
La Nobel de economía critica que la mayoría de los científicos sociales que han encarado la cuestión de los bienes comunes parten de un punto perverso, a partir del cual quieren encaminar la cuestión hacia una solución que deja los comunes en manos de una ‘autoridad centralizada’. Y pone de manifiesto que este punto de vista está restringido por al menos tres errores de enfoque. El primero, que comúnmente se tiende a creer que los usufructuarios (o beneficiarios) de los recursos comunales son capaces de maximizar su explotación a corto plazo, pero son incapaces de una visión a largo plazo que garantice la sostenibilidad de los recursos. El segundo, que les ven a los beneficiarios necesitados de algún tipo de tutela externa para resolver los problemas internos al sistema. El tercero, que la idea general es que las instituciones de cooperación identificadas con los comunes son rechazadas como ineficientes.
Libre de estos prejuicios, Ostrom se pregunta, por su parte, cómo un grupo de individuos reconoce su situación de interdependencia ante un RUC (recurso de uso común) y coopera “para organizarse y gobernarse a sí mismo para obtener beneficios conjuntos ininterrumpidos”, evitando la tentación de “gorronear, eludir responsabilidades o actuar de manera oportunista”. A partir de ahí, Ostrom aporta ejemplos concretos en los que los usuarios de los recursos comunes han creado instituciones estables (que se adaptan para mantenerse) de autogestión, que han resuelto dinámicamente los problemas del acceso y supervisión de los aprovechamientos comunales, creando un contexto de confianza y credibilidad que consolida la legitimidad (la aceptación general) del sistema. En definitiva, la calidad del capital social implicado es determinante para el equilibrio en la explotación de los RUC.
3.Ostrom no es muy conocida entre nosotros. El único libro que ha publicado en castellano es precisamente el que he citado más arriba, “El gobierno de los bienes comunes”, aunque haya sido editado por Fondo de Cultura Económica en México. Los medios vascos tienen muy escasas referencias analíticas a su obra. Entre ellas, son destacables las referencias del blog Ekoberri iniciadas por Patxi Etxeberria, que se apoyó en las tesis de Ostrom para traerlas a lo vasco. “Sería un imperdonable error dejar apagar los rescoldos de esa cultura milenaria y su ancestral sabiduría institucional” que, no por casualidad, han servido de fuste para el mayor movimiento cooperativo del mundo y una vida asociativa pujante. En el mismo blog, Pako Garmendia advirtió que las experiencias de RUC, de la relación entre personas y bienes, analizadas por Ostrom cuestionan radicalmente los esquemas conceptuales en que se sostienen tanto el capitalismo como el socialismo. Añadió que “las experiencias de la tradición pirenaica, en general, y las específicas de su expresión vascona, en particular, son un auténtico tesoro desaprovechado, por desidia y por insidia”. Tesoro localizado y sedimentado, en una gran parte en el euskera que sería, al decir de Garmendia, “una mina sin explotar”.
4.”Es un error pensar que podemos controlar el crecimiento de la humanidad en el largo plazo haciendo un llamado a la conciencia”. “Los individuos encerrados en la lógica de los recursos comunes son libres únicamente para traer la ruina universal”. Estas afirmaciones de Hardin muestran el trasfondo fatalista, trágico, que el autor asocia con el carácter humano. Algo parecido a lo que, hoy en día, pregonan los que piden suspender (no transformar o reformar o profundizar, sino suspender) la democracia para salvar el plantea. El argumento tiene su eco en Euskadi. En el debate en torno a los residuos de Gipuzkoa se ha hablado en términos de gestión de recursos comunes. Trabajar la conciencia y las obligaciones sociales, en un marco de credibilidad y confianza, o decretarlas, generando enfado. Se han solicitado procesos de participación. Los que los rechazan apelan al pesimismo de Hardin: ‘esto no se vota’, ya que sería como reconocer la libertad de contaminar. Creen que la sociedad guipuzcoana es incapaz de mutualizarse para sacar adelante el planeta, para legarlo intacto a las generaciones venideras. Latouche, conocido autor de convicción decrecentista, llama a esto ‘ecofascismo’ o ‘ecototalitarismo’.
5. He aquí el gran valor de Ostrom. El argumento trágico de Hardin ha sido refutado.
Y aqui su ultimo articulo:
http://www.project-syndicate.org/commentary/green-from-the-grassroots
Además de este artículo, he releido los artículos de Patxi Etxeberria y Pako Garmendia y la verdad es que merecen una serena reflexión.
Patxi Etxeberria también da una clave política en este asunto:
«En la España actual también quedan rescoldos de las hogueras inquisitoriales de la reconquista y de la obsesión imperial por aniquilar al diferente, sin que sus dirigentes sean todavía capaces de comprender que el problema real que existe para nuestra economía y para toda la vida social vasca, no es un problema de etnias, que las hay, ni de esencias identitarias, que no las hay, sino un enorme y resoluble problema de diferentes incentivos, cultura e instituciones, con sus señas de identidad, que no se pueden arbitrariamente destruir, ni impositivamente sustituir, sin un grave deterioro económico y una fuerte resistencia social. »
Y Garmendia añade la responsabilidad de las generaciones futuras.
«oncebir, las instituciones seculares del Valle de Roncal para organizar y gestionar el goce y disfrute de sus pastos, bosques, ríos y caza, como formas intermedias entre capitalismo y socialismo, conduce a un fracaso estrepitoso. La razón principal está en las claves culturales. El modo pirenaico y vascón de relacionarse con los bienes no parte de la obsesión por la titularidad de su propiedad (entendida en su acepción romana dominante como derecho de usar, gozar y hacer con ellos lo que se le antoja a su dominus o dueño). Ningún sujeto, ni individual ni colectivo, puede hacer lo que le venga en gana con los bienes de la Comunidad del Valle del Roncal, porque existe el deber socialmente institucionalizado de garantizar que dichos bienes sirvan también a las futuras generaciones que quedarán igualmente vinculadas a ese deber.»
En mi opinión, lo que falta es ir más allá de lo que es la administración y gestión de los recursos naturales, que es lo que tradicionalmente han sido los comunales. Merece la pena pensar en los «nuevos comunales» intangibles, como el conocimiento, los resultados de la investigación, nuestras propias empresas, que son «comunales» en la función social de la empresa más allá de los accionistas, por la red y el ecosistema de indutria auxiliar que generan. ¿No entra acaso en el patrimonio de las generaciones futuras, la buena política y planificación del modelo económico? ¿No entra en el «comunal intelectual» los estudios, aplicaciones, etc. de la producción intelectual de la humanidad?