Asier Alea Ekoberrin
La fiscalidad, el Euro y la crisis. O lo que también cabría titular, con permiso de Sergio Leone, como “El bueno, el feo y el malo” y que cada uno decida entre estos tres personajes quién es quién en la narrativa de esta especie de spaghetti western económico que estamos viviendo. Aunque confieso que el orden con el que situó los tres factores al inicio del párrafo es completamente intencional.
Una de las mayores críticas al Tratado de Maastricht que dio origen al Euro fue su incapacidad de dotar con un presupuesto federal a la UE capaz de lidiar con futuras crisis económicas. El nacimiento del Euro supuso la creación de una gran área monetaria común en la que, al contrario que otras grandes economías con una divisa única como EEUU o Japón, no existía un presupuesto federal o estabilizadores fiscales que proporcionasen una fuente alternativa de estabilización regional para hacer frente a perturbaciones asimétricas. Surgía de este modo una unión monetaria sin un instrumento común con el que sortear aquellas crisis que en un futuro pudieran afectar en mayor medida a unos países del Euro que a otros.
Esta no era la única singularidad de la nueva moneda única: Los controvertidos máximos a los déficit públicos para acceder al Euro impuestos en Maastricht, desaparecieron una vez los países ingresaban en este distinguido club. Las iniciativas para desarrollar medidas disciplinarias, como el Pacto de Estabilidad del entonces ministro alemán de Finanzas Theo Waigel, que pretendían imponer fuertes sanciones automáticas contra los países del Euro que presentaran repetidamente grandes déficit públicos, perdieron fuerza con el paso del tiempo. Las reticencias políticas a transferir un mayor grado de soberanía nacional a la UE a lo ya acordado en Maastricht, acabaron aplazando sine die tanto la creación de un presupuesto federal como la confección de un dispositivo de freno a los déficits nacionales.
Dicho de otro modo, en la década de los noventa se obligó a un grupo de estados europeos a llevar un estricto régimen fiscal que les permitiera ponerse en forma financiera para poder formar parte del grupo de bellas y saludables economías que constituía el selecto grupo del Euro. Pero una vez entraron en este exclusivo club, se levantaron las restricciones dietéticas a estas intemperantes economías y se aparcó la creación de un sistema estabilizador solidario para aquellas crisis que en un futuro pudieran afectar de manera divergente a unas economías nacionales que iban además perdiendo su estado de forma.
Con la llegada del Euro la capacidad individual de los estados miembro para hacer frente a las crisis económicas ha sido restringida primero por la pérdida de la política monetaria, las propias carencias estructurales del inacabado diseño institucional del Euro y, una década más tarde, por las constricciones sobre el déficit presupuestario que comienzan ahora a imponerse a posteriori. Sin un presupuesto europeo en el horizonte a corto plazo que mitigue estas restricciones ¿Qué herramienta nos queda entonces?
La política fiscal.
El grado de movilidad de capital y mano de obra, los precios o el ajuste de los salarios son también elementos importantes de ajuste. Sin embargo, los gobiernos no tienen un control total sobre ellos. Una vez que los estados pierden el control directo sobre la política monetaria los únicos mecanismos de ajuste que les quedan son: 1) La autonomía fiscal 2) Los presupuestos nacionales, o 3) Un hipotético presupuesto federal. En la actualidad el grado de maniobra del segundo está sumamente restringido por las limitaciones presupuestarias y el tercero, de momento, no existe, por lo que por simple descarte solo resta la primera opción. Esta doble circunstancia, la imposibilidad de utilizar la política monetaria y la restricción del gasto público, otorgan inevitablemente a la fiscalidad un papel mucho más relevante en un presente en el que hemos perdido el resto de opciones.
Irónicamente, cuando ha transcurrido ya más de una década desde el nacimiento del Euro, parece que serán precisamente los excesos los que acabaran forzando a la UE no solo a imponer esa disciplina presupuestaria común que olvidó implementar desde un inicio, sino también a crear finalmente un presupuesto central europeo del que el actual fondo de rescate podría ser un embrión. Como tantas otras veces en la historia del proyecto europeo, la integración se consigue a golpe de crisis. A nuevos desafíos, más Europa.
La UE armonizará previsiblemente más adelante la estructura fiscal de los países miembros, pero difícilmente se puede plantear restar capacidad de maniobra en materia fiscal a estos sin haber subsanado previamente las graves carencias del diseño de la moneda única señaladas. O nos da a los europeos “la bolsa” a modo de presupuesto central europeo o nos concede la fiscalidad como salvavidas. O se establece una serie de estabilizadores para hacer frente a perturbaciones asimétricas o se mantiene un alto grado de autonomía fiscal.
El escenario de un shock macroeconómico que afecte de forma divergente a unos estados miembros del Euro que ya no disponen de la posibilidad de llevar a cabo un ajuste a través del tipo de cambio y sin un estabilizador federal compensatorio, dejó hace meses de ser un ejercicio de discusión académica para pasar a convertirse el mayor reto que afronta la UE en estos momentos. Esta realidad acentúa la necesidad de una política fiscal independiente. Algunos defenderíamos incluso, por su efectividad a la hora de combatir deficiencias económicas estructurales, la conveniencia de mantener un alto grado de autonomía fiscal aún después de la hipotética creación de un sistema estabilizador central europeo.
La herramienta fiscal parece a veces la gran olvidada en estos tiempos centrados en recortes y contención, la política de ajuste puede ser necesaria, pero la reactivación económica no se promueve solo con esta. La política fiscal se puede y se debe usar más allá de su finalidad recaudadora como instrumento para estimular la inversión, el tejido industrial y la actividad económica en general. La fiscalidad no es solo una herramienta útil, es de hecho el único instrumento de ajuste que nos queda bajo nuestro control.
La herramienta fiscal es fundamental para que los cargas salariales reviertan a las empresas, es ésta y no otra la función de nuestras diputaciones, no lo olvidemos.
JEL-en Agur Jaunak
Muy bueno Betiko, ahora que la diputación de Guipuzcoa está con Bildu muestras una ironía magistral. Te vamos a nombrar nuestro Fidel Castro del año por ese discurso tan fino.
Importante es la herramienta fiscal, sobre todo cuando la anterior no funciona (sobra citar casos de sobra conocidos).
Hay que rectificar
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/02/23/paisvasco/1330024796_196254.html
Que pedazo de denuncia, la diputación de markel olano perdonando parte de la deuda de la Real Sociedad, ese equipo enemigo del pueblo vasco! estos del MLNV no saben que hacer para que nadie se fije en lo putapenicamente que gobiernan.
Bueno, sacando la calculadora lo de la Real eran 6 millones, hasta 600 van unos cuantos.
Lo importante es ponerse en el buen camino, lo que redundará en el bien de todos.
Muy bueno, Arana, eso es lo que hay que hacer, gastar los recursos de la administración para cazar a los anteriores gestores del PNV y H1 y sufran en los medios de comunicación el escarnio que merecen mientras Garitano e Izagirre imponen el sistema basurístico y preparan a las masas para el nuevo asalto revolucionario.
¿Revolucionario?un sistema aplicado en ciudades como Munich, Viena, Monza ¿donde está la revolución?
Pero estábamos hablando de herramientas fiscales y de cómo mejorar su aplicación.
En eso hay que esmerarse, dejando aparte partidismos, la situación así lo exige.
En esas ciudades el sistema también tiene incineradora. Lo revolucionario es hacer el sistema con falta de acuerdo político con el resto de las fuerzas políticas, mayoritarias y con la oposición de la población. Eso va a suponer un follón tremendo. Pero vosotros la gente de la IA vivís de crear problemas y de alargarlos hasta lo imposible.