Sixto Jiménez (*) Ekoberrin
Cuando tenemos acceso a conversar con una persona extraordinaria, ocurre a veces que nos regala en unos pocos comentarios el extracto de la sabiduría que ha atesorado por medio de mucha inteligencia y mucha experiencia. Naturalmente me refiero a personas humanamente grandes y no a quienes subidos en el pedestal de un cargo, dominan el arte de la simulación de estatura mediante el uso ágil de frases hechas y pensamientos prestados.
Cuando se nos presenta una de esas oportunidades estamos disfrutando de una ocasión excepcional que no solemos valorar suficientemente porque nadie nos cobró entrada. Comprender el valor del encuentro y grabar en nuestro cerebro lo oído nos hace más sabios, al menos a nivel teórico.
Captar ideas valiosas es una suerte, producirlas es un placer y una fuente de realización al alcance de todos, aunque pensar es difícil y el resultado es diverso. Las ideas nos sirven de gimnasia mental para generar actitudes correctas. Las que se expresan de modo sintético, mediante proverbios y aforismos, son más eficaces por aprehenderse antes y recordarse más fácilmente, pero solo haciéndolas carne propia llegan a ser guía de la acción.
Del dicho al hecho va un trecho. La sabiduría teórica rara vez se traduce en acertada práctica. Decía Kant que “cuando la teoría sirve de poco para la práctica, esto no se debe achacar a la teoría, sino precisamente al hecho de que no había bastante teoría” . Daba por supuesta la voluntad y tenacidad necesarias para convertir la materia prima teoría en su producto final, el resultado práctico.
Es difícil elaborar ideas valiosas y si son acertadas deben ser válidas para la práctica como argumenta el filósofo alemán. Pero para los que vivimos más de aprender, recoger y poner en práctica las ideas que del oficio de producirlas, por ejemplo para los ejecutivos y empresarios, el asunto crucial es cómo optimizamos nuestra capacidad de convertir en hechos el potencial de las ideas.
Son tantas las veces que salimos de una conferencia o de la lectura de un libro o artículo con unas cuantas ideas muy interesantes… Tantas las veces que unos días después recordamos una sola de ellas… Tan pocas las que nos proponemos aplicar la idea aún no perdida… Tan insólito que llevemos el deseo a efecto…
El asunto de traducir ideas a hechos es especialmente difícil cuando se refiere a recomendaciones sobre el propio comportamiento o sistema personal de trabajo. Somos animal de costumbres como el asno y tan tercos como él en nuestro propósito de no modificarlas. Cambiar de costumbres es casi tan difícil como debe serlo cambiar de piel, salvo para los reptiles. Pero es posible. Requiere de gran empeño durante un periodo de adaptación. Cada uno puede lograrlo con voluntad y tenacidad suficientes. En la empresa suele resultar más práctico adaptar el organigrama que esperar cambios de conducta pese a que pueden darse, pero no siempre y difícilmente con la rapidez conveniente.
Es fácil encontrar ideas, laborioso seleccionar las valiosas, y difícil convertirlas en modo de pensar propio, por más que digamos estar de acuerdo con ellas. La razón asiente ante la idea correcta, pero el carácter domina el impulso hacia la acción, salvo que por reflexión y práctica continuos consigamos convertir en carácter lo que nuestra razón aprobó. Precisamente porque ante la idea correcta asentimos, tendemos a confundir nuestra adhesión a la idea con nuestro alineamiento con su práctica. A la hora de actuar, el prejuicio, la costumbre, el afán de imitación, el deseo profundo y el automatismo tienen más probabilidades de imponerse que la convicción racional reconocida tras la reflexión.
La revisión diaria de nuestras actuaciones, y de su conformidad con los que declaramos ser nuestros objetivos se hacen indispensables para una máxima coincidencia entre dicho y hecho. Nuestro plan de trabajo se ve invadido a menudo, en especial desde que existen el móvil y el correo electrónico. Los asuntos y documentos tratan de imponer su orden de llegada y solución. Los acontecimientos físicamente próximos presionan con su presencia. Nuestra naturaleza, las interferencias y las circunstancias se confabulan para hacer que del dicho al hecho haya un trecho y a veces una distancia infinita. Solo la disciplina continua para aplicar un orden correcto de prioridades nos permitirá ser buenos profesionales.
(*) Economista
Si muy bien, todo lo que quieras Kant-inflas, pero ¿para por qué no nos hablas de tu joven vecina?