Jon Inchaurraga
Con la última sentencia del Tribunal Constitucional que va a modificar por segunda vez el Estatuto Catalán, refrendado por el Parlamento y por los propios catalanes, se ha salvado a España. Ya no hay peligro. España seguirá existiendo en el siglo XXI. Que los estados son un ente subjetivo que se construyen y destruyen con el tiempo no importa. España está por encima. Que ningún estado ha sido eterno, tampoco es relevante; España lo será. Que en 1898, con la consiguiente pataleta y orgullo patrio, España modificase su mapa al perder las provincias de ultramar tampoco importa, ya que más vale “honra sin barcos, que barcos sin honra”. Es como en Eurovisión, España siempre es la más aplaudida. En Cataluña seguro que también, lo que ocurre es que los catalanes no se atreven a exteriorizarlo. Si el cambio ha llegado a Euskadi, seguro que a Cataluña llegará pronto también.
Aun así, ¡“no-nacionalistas” estén tranquilos: no pasa nada! Por si acaso, el ejército es el garante constitucional. Son las metralletas las certifican el buen estar de España. Los ciudadanos españoles no cuentan para garantizar el Estado; sino que es el ejército quién apaga la luz. También tiene España una Constitución y unos Estatutos incumplidos, pero que se invocan como piedras filosófales. Además, existe también la figura del Rey. Un señor cuyo mérito es ser hijo de su padre y haber sabido dirigir una Transición Política en la que, en un principio se dirigió a una democracia, pero en la que no se limpiaron las cloacas del franquismo que ha seguido presente de forma ideológica y estructural en el Estado. Ahora que la basura vuelve a salir a flote nadie quiere limpiarla. La última vez que el Rey de España se significó públicamente, más allá de retóricas en actos por la víctimas de ETA u otros protocolos, fue el 23-F cuando tardó seis horas en reafirmar la Constitución. En realidad, según Tonia Etxarri, el monarca espetó a Patxi López que se uniese con Basagoiti para “echar” al PNV. Un hombre neutral y comprometido con España.
Pero bueno, España es así. Se cree moderna sin pasar por la modernidad y se cree plural sin aceptar que existen otras estructuras posibles. Cree haber superado su pasado oscuro sin ni siquiera atreverse a mirarlo: no hay más ley que la oficial ni Historia que la de los libros. Ya afirmó Joseph Plá “no hay nada más parecido a un español de izquierdas que uno de derechas”. Encima, España tiene la virtud de llamar a los demás “nacionalistas” ya que la única nación es España, un bien moral para muchos clérigos. España, aquel país que iba a salir la primera de los problemas económicos en los que está sumido medio mundo, que “normaliza” la salvaje vida de los vascos o que gana los Mundiales sin bajar del autobús. De hecho, la crisis está presente (paro, trabajo precario…), pero no hay huelga hasta septiembre. Pero no pasa nada, mientras estén la “Roja” (verdadera garante de la unidad patria) y Sara Carbonero (que ha sido utilizada) hay vida: todo sigue en su sitio aunque el castillo se derrumbe. Como dijo George L. Steer en “El Árbol de Gernika”: “los españoles quisieran ser todos caballeros”. Por si acaso, ya hay algún cruzado.
Me ha parecido apreciar en el autor un deseo irrefrenable de modificar la Constitución para adaptarla a sus deseos. Si estuviera en lo cierto, no debería perder ni un minuto antes sin plantear a sus representantes políticos que inicien los trámites preceptivos para ello. Le deseo suerte.
Inciso: España no fue creada por Franco, existe de bastante antes.