Ion Gaztañaga
¿Tenía el desencuentro entre nacionalistas vascos y españoles del 2001 (y creo que esto es perfectamente asignable al 2009) solución? La reflexión que hacía el Lehendakari Ardanza es la de establecer líneas de actuación que podrían facilitar el desbloqueo:
Me gustaría, por tanto, volver a mi primera reflexión y preguntarme si la historia que les he relatado ha sido una historia inevitable o si (…) es una historia que está condenada a repetirse. (…) No podemos ser fatalistas. Los agentes sociales tienen mucho que ver en el decurso de la historia. A los políticos nos corresponde -les corresponde- tenerlo en cuenta y obrar en consecuencia.
Yo pienso que para salir del atolladero (…) convendría trazar claramente y seguir consecuentemente cuatro líneas de actuación.
La primera sería reconocer que el desencuentro es estéril. No conduce a nada que no sea más desencuentro. La política está planteándose hoy en Euskadi en términos bélicos de victoria o derrota. No me refiero ahora al terrorismo, del que luego hablaré, sino a las relaciones entre las fuerzas políticas democráticas. (…) La sociedad vasca es compleja, entreverada de sentimientos muy plurales de pertenencia nacional (…) Esta complejidad no es, además, pasajera. Ha pasado a formar parte de la estructura constitutiva de la sociedad vasca. La función de la política es gestionarla, no tratar estérilmente de eliminarla.
En esta complejidad destacan (…) el polo nacionalista y el polo constitucionalista. Pero la complejidad no se reduce a ellos. Cada uno de esos polos aglutina, con variable intensidad, a diversos colectivos humanos, que, en sus sectores más periféricos, se sienten también atraídos por el otro. No es aconsejable ni posible polarizar a esos colectivos de manera que se les exija lealtades exclusivas y excluyentes. (…). El desgarro que se produciría no afectaría sólo a la colectividad, sino a los propios individuos. (…)
La única política estructural posible y conveniente es la que busca el entendimiento, el respeto y la convivencia. (…). La complejidad vasca no es otra cosa que el sedimento que nos ha depositado la historia y, bien gestionada, podría ser sinónimo de notable enriquecimiento. (…) Para gestionarla, el autogobierno, basado en un Estatuto plena y lealmente desarrollado, sigue siendo hoy el instrumento más adecuado.
Por tanto, el Lehendakari Ardanza apostaba por evitar el enfrentamiento entre polos, que como hemos visto estas elecciones, ha sido una opción que los jacobinos españoles han rechazado, pasando por encima de la voluntad mayoritaria de los vascos por el entendimiento. Primera línea de actuación que no parece que ocho años después de la conferencia del Lehendakari, tenga visos de prosperar. Veamos la segunda línea de actuación:
Dicho esto, tenemos que saber poner en su lugar el terrorismo, que, en la política vasca, todo lo envenena. Esta sería la segunda línea de actuación. (…) urge que los partidos políticos vuelvan a ponerse de acuerdo sobre la auténtica naturaleza de la violencia etarra. Tenemos que romper, en este sentido, la vinculación que los terroristas quieren establecer entre su violencia y el conflicto político. La violencia no surge, directa e inmediatamente, de un conflicto político no resuelto. Prueba de ello es la misma existencia de un nacionalismo democrático que, creyendo en la persistencia de un conflicto politíco -origen, precisamente, de su propia pervivencia durante más de cien años-, nunca ha recurrido a violencia alguna para resolverlo.
La violencia surge de una opción voluntaria (…) que se adhiere, para sobrevivir y legitimarse, a un conflicto político preexistente y lo reformula (…) a su modo y manera. Su relación con el conflicto sería, en este sentido, parasitaria. Tal era y sigue siendo el sentido profundo de mi afirmación, cuando, ya en 1987, dejé claro ante el Pleno del Parlamento vasco que de ETA, no sólo nos separan a los nacionalistas democráticos los medios, sino también los fines. Ni hablamos de lo mismo, cuando nos referimos al conflicto, ni pretendemos lo mismo.
El nacionalismo democrático tiene que asumir el protagonismo en la ruptura de esta vinculación ilegítima y en el desenmascaramiento de esa descarada manipulación. (…) La violencia ha de ser tomada, en consecuencia, como un fenómeno prepolítico (…) contra el cual sólo cabe la terapia de conducirlo a su propio desistimiento. Sobre cómo lograr mejor ese desistimiento definitivo (…) es sobre lo que deben dialogar con urgencia los partidos democráticos.
Tampoco es (…) aceptable que (…) el constitucionalismo se empeñe en vincular, por reacción o por interés, nacionalismo democrático vasco con violencia y en hacer al primero responsable de la segunda. (…) Porque los beneficios electorales (…) de (…) presentar la derrota estructural (…) del nacionalismo como paso indispensable para vencer al terrorismo no compensan en absoluto las nefastas consecuencias (…) para la convivencia normalizada y para la misma lucha antiterrorista.
La segunda línea de actuación incide sobre un diagnóstico común sobre la violencia que el Lehendakari situa no en un conflicto político que dio origen al PNV, sino a una opción totalitaria que se “adhiere, para sobrevivir y legitimarse” al conflicto previamente existente. Un diagnóstico que hemos podido escuchar recientemente en boca de burukides nacionalistas, pero que está lejos de ser aceptado de nuevo por el jacobinismo español. Porque mantener la ligazón entre violencia y nacionalismo es precisamente el ariete mediático usan para acabar con el nacionalismo y descalificar cualquier reivindicación de autogobierno. No hay más que ver el acuerdo de gobernabilidad existente entre el PP y el PSE para apreciar el uso de esta falsa relación para su propio beneficio. Y pasamoa para finalizar a la última línea de actuación:
El enfoque ha de ser más sutil y, a la vez, más inteligente. El terrorismo de ETA no debe vincularse a la existencia de un conflicto político. Pero tampoco éste debe negarse por mor del comprensible deseo de evitar su contaminación con el terrorismo. Hay que admitir, por el contrario, que en Euskadi persiste un conflicto de naturaleza política, que no es reducible al terrorismo. Esta sería la tercera línea de actuación. La abstención nacionalista ante la Constitución y la aprobación de un Estatuto que reconoce derechos históricos a los que el Pueblo vasco no renuncia y que «podrán ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico», dejaron al País Vasco en una situación de -por así decirlo- «transición incompleta», en la que es preciso avanzar. (…) no es razonable que, aprovechando el viaje de oponerse frontalmente a la violencia, se dé por zanjado un conflicto al que el propio Estatuto, en su Disposición Adicional Unica, no quiso poner término definitivo. Resultaría además contraproducente.
La negación de la persistencia de un conflicto político vasco (…) además de chocar frontalmente con los datos de la realidad, no haría sino exacerbar los términos del debate, al suponer, implícitamente, la negación de una de las razones de ser del nacionalismo (…). A partir de la legitimidad democrática de las instituciones vigentes, habrá que abordar el debate sobre (…) la deficiente integración política de la sociedad vasca y su falta de acuerdo interno sobre su modo de relacionarse con el Estado. (…) Negarle (…) al nacionalismo una de sus razones de ser no es lo más aconsejable para el futuro de la sociedad vasca ni de la misma sociedad española.
La última línea es la existencia de un problema no resuelto de naturaleza política. Un problema que para el nacionalismo histórico comenzó hace ya más de 200 años, uniendo el clamor por la recuperación del autogobierno con el movimiento romántico nacionalista europeo pero que tiene sus raíces en los diversos intentos de abolición anteriores y conquistas por parte de la corona española.
Un problema político que es negado tajantemente por el jacobinismo, que interesadamente sólo ve un problema de violencia en el País. Un problema político que deberá ser recordado constantemente por el nacionalismo, como dice el Lehendakari, a partir de la legitimidad de las instituciones actuales que los vascos nos hemos dado, admitiendo que las divisiones actuales sólo podrán superarse concitando una mayoría en esta dirección, pues existen ya mecanismos constitucionales para la unión de hegoalde, si así lo quisieran sus habitantes. Un problema político, que existió antes de la violencia y que seguirá existiendo después de que se haya acabado con ella, si es que no se encara de forma adecuada. Y sabemos que la peor solución para un problema, es precisamente ignorar su existencia.
Aki los apañoles no kieren volver a 1 akuerdo ni en pintura. Solo lo kieren xa las elekciones xo el Pakto d Ajuria Enea les parec ya mucho klaudikar. Decir k la violencia es konsekuencia d la anti-demokracia? Es mucho + rentable xa ellos echarle la kulpa al nacionalismo.
Tampoko veo a algunos diciendo k ETA no es konsekuencia dl konflikto. Llevan muchos años dandonos la tabarra entre los mojones y el kukurruku.