Iñigo Lizari
Siguiendo con el debate sobre la ciudadanía y el nacionalismo, creo que es importante conocer la opinión de pensadores como el gran Isaiah Berlin. politólogo e historiador de las ideas, considerado como uno de los principales pensadores liberales del siglo XX. No tuvo en empacho en defender las bondades del nacionalismo bien entendido y en reivindicar la figura de Herder. Así las cosas, conviene leer «Nacionalismo bueno y malo,» una entrevista de Nathan Gardels con Isaiah Berlin que se publico en el año 1992 con traducción de Mario Ojeda Revah y en el se decía siguiente:
Isaiah Berlin. El del nacionalismo no agresivo es un asunto muy distinto. Esa idea se inicia para mí con Johann Gottfried Herder el muy influyente poeta y filósofo alemán del siglo XVIII. Herder inventó prácticamente la idea de pertenencia. Creía que así como necesita comer y beber, tener seguridad y libertad de movimiento, la gente necesita pertenecer a un grupo. Privada de esto, se siente aislada, solitaria, disminuida, infeliz. Herder afirmó que la nostalgia era el más noble de todos los dolores. Ser humano significaría ser capaz de sentirse en casa en algún lugar, con los propios semejantes.
La idea de nación de Herder era profundamente no agresiva. Lo único que quería era la autodeterminación cultural. Negaba la superioridad de un pueblo sobre otro. Cualquiera que proclamara dicha superioridad mentiría. Herder creía en una variedad de culturas nacionales, todas las cuales podrían, a su parecer, coexistir pacíficamente. Cada cultura era igual en valor y merecía tener su propio lugar bajo el sol. Los villanos de la historia eran para Herder los grandes conquistadores como Alejandro Magno, César o Carlomagno, porque suprimieron las culturas nativas. No viviría para ver todo el efecto de las victorias de Napoleón -no obstante, en cuanto socavaron el predominio del Sacro Imperio Romano Germánico, bien pudo haberlas perdonado. Sólo lo singular tenía valor verdadero. Por ello Herder se opuso también a los universalistas franceses de la Ilustración. Para él había pocas verdades eternas: tiempo, lugar, y vida social -lo que hoy se llama sociedad civil- eran todo.
Para Herder no hay nada acerca de la raza ni de la sangre. Sólo habló del suelo, el idioma, los recuerdos comunes y las costumbres. Su idea central, como alguna vez me dijo un amigo montenegrino, es que la soledad no es sólo la ausencia de otros sino que más bien tiene que ver con vivir entre gente que no entiende lo que uno dice; ellos podrán entender plenamente sólo si pertenecen a una comunidad donde la comunicación se da sin esfuerzo, casi de manera instintiva.
Nathan Gardels. En su opinión, el colapso final del totalitarismo comunista, una criatura del ideal de universalidad, ¿indicaría que estamos viviendo los últimos años del último siglo moderno?
I.B. Casi podría aceptarlo. El ideal de universalidad, tan profundamente pervertido que horrorizaría a losphilosophes que lo plantearon, permanece evidentemente bajo alguna forma en los remotos confines de la influencia Europea -China, Vietnam, Corea del Norte, Cuba.
N.G.: ¿Qué piensa del surgimiento de un nuevo conjunto valores comunes -derechos humanos y ecológicos- que pueden hasta cierto punto unir todas estas culturas en ebullición sin constreñir lo que les es peculiar?
I.B.: En el momento actual no pareciera haber valores mínimos aceptados que puedan mantener el mundo en orden. Esperemos que algún día un gran mínimo de valores comunes, como los que usted menciona, sean aceptados. De otro modo estaremos destinados a perecer. A menos que exista un mínimo de valores compartidos que puedan preservar la paz, ninguna sociedad decente podrá sobrevivir.
N.G.: El sueño liberal del cosmopolitismo, incluso dentro del mundo satisfecho ¿se encuentra en la agenda en lo que a usted respecta?
I.B.: Creo, como Herder, que el cosmopolitismo es vacío; La ente no puede desarrollarse a menos que pertenezca a alguna cultura. Incluso quien se revela contra ella y llega a transformarla por completo, sigue perteneciendo a una corriente de tradición. Pueden crearse nuevas corrientes -en Occidente, por la cristiandad, o Lutero, o el Renacimiento, o por el movimiento romántico, pero al cabo todas derivan de un solo río, una tradición central subyacente, que a veces sobrevive bajo formas radicalmente alteradas. Sin embargo, si las corrientes se secaran, por ejemplo en aquellos lugares donde los hombres y las mujeres no son producto de una cultura, donde no tienen parentesco ni amistades, ni se sienten más cercanos a algunas personas que a otras, donde no existe una lengua vernácula -eso puede llevar a una tremenda
A todos estos defensores de esta ciudadanía de hombres libres e iguales sin adscripciones ni pertenencias les diría lo siguiente:
No hay globalidad sin localidad. No hay humanidad sin identidad. De la misma forma que no hay libertad con adscripciones impuestas a cualquier localidad o cualquier identidad. Y no hay igualdad cuando no existe la misma libertad para elegir una localidad o una identidad y defender sus valores de forma efectiva. Quizás por ello, al final de la entrevista Isaiah Berlin nos advirtió de lo siguiente:
“Si usted piensa que todo esto algún día dará lugar a un idioma universal -no sólo para propósitos definidos, para la política o los negocios, sino para dar a entender matices sentimentales, para expresar vidas interiores- entonces supongo que lo que usted sugiere podrá suceder: no sería una cultura universal, sino la muerte de la cultura misma. Celebro estar tan viejo como estoy.”
Como Berlin era ciudadano británico y conocía de primera mano el liberalismo político inglés es normal que considere el liberalislmo no como expresión positiva de un proyecto de sociedad (como hacen los jacobinos españoles y franceses) sino como el principio práctico de limitación de poderes, de plantear que el poder o los poderes tienen que tener restricciones y contrapesos.
Desde la perspectiva subsidiaria de Berlin es normal que el individuo se haga a base de capas y es normal que entienda su relación con el otro en términos de familiaridad nacional. Muchos adelantos en la configuración de instituciones democráticas y formas de economía social eficiente no se pueden entender sin la existencia previa de un ser nacional, que impele al ciudadano particular a aparcar su ego-compulsivo en función del desarrollo de su instinto de abnegación.
El problema en el siglo XX no han sido los particularismos nacionalistas sino los universalismos imperialistas o socialistas. La idea de una ciudadanía universal está ligada a la de un ente universal que destruya los entes menores; la idea de un idioma universal es la de una cultura impuesta desde arriba, para acabar con las peculiaridades humanas.
La propia identidad de los valores humanos es un futurible que tiene que basarse precisamente en la identidad entre los hombres, en la conciencia de la fraternidad humana por comunidad de intereses y de valores. La ciudadanía universal posible y pensable es una ciudadanía particular también, pues se basa en la conciencia particular de un interés común.
Me alegro mucho que Lizari nos haya mostrado las contradicciones de tantos universalistas constitucionalistas en confrontación con la lógica de sentido común de Berlin.
Enorme Lizari, enorme.
Muy esklarecedora la entrevista, rekomiendo leerla en su integridad klikando en el enlace.
Son estos los referentes k necesitamos xa defender el nacionalismo frente a los jakobinos disfraza2 d racionalistas.
Espero + ansioso aun las siguientes partes.
Yo creo que distingo bien entre el nacionalismo malo y el nacionalismo bueno. El malo es que el que impone la patria contra la voluntad, que no pregunta sino que dicta, cuya unidad se basa en el ejército, que defiende su soberanía. Es el nacionalismo español.
El nacionalismo bueno es el que aboga porque los vascos que así lo quieran lleguen a tener el mayor autogobierno que deseen, que no quiere anexionar territorios que no quieran unirse, que respeta las leyes, tradiciones y ritmos de cada cuerpo politico. Es el nacionalismo vasco.
Sobre los que hablan del zazpiak bat o nada, de socialismo o muerte o de «consecuencias del conflicto», no es que sean buenos o malos, es que no son nacionalistas, son fanaticos disfrazados de abertzales.
Efectivamente tan malo es el Jacobinismo español como el jacobinismo vasco.
Lo paradógico del Jacobinismo español es que sea sobre todo la derecha quien más lo jalea cuando en otros es la izquierda quien la jalea como lo fue en Francia y como pretende serlo en Euskal Herria. El desproposito español en también visible aquí, aunque con UPyD ahora se han puesto las cosas en su sitio.
Esta gente de la bruneta mediatica antinacionalista vasca son un peligro con su pseudointelectualismo que pretende revestir de racional y cívico lo realizado desde la brutalidad, la fuerza y la sinrazón de querar ser más grande y más España a cuenta de aplastar a naciones más pequeñas.
Menos mal que queda para la posteridad gente como Berlin, que pena que no viva entre nostros hoy.
Ez nuen ezagutzen Isaac Berlin eta are gutxiago elkarrizketa hau. Oso esanguratsua dela deritzot.
Nire ustez, mende honetako euskal abertzaletasuna honako balore askeetan oinarritu behar dugu. Abertzaleak gara onuragarria delako hobeto bizi eta sentitzeko. Hori izan bedi gure goiburua.
Ok…, porompompero. Ezkerrik asko, Iñigo; necesitamos refencias así. Estar preocupados por el contraste, para reafirmarnos; sobre todo, para que no nos ninguneen.
El discurso del ciudadano López tiene trampa, disuelve la identidad vasca en la nada, o en el todo; pero españoles. Es mentiroso, interesado, manipulador; esconden su patria y nación.
Sí hombre sí, aquí todos somos ciudadanos; para empezar: del Mundo. ¿Quien nos niega ello?. Pero aquí, antes que ciudadanos hemos sido identificados como hombres y mujeres pertenecientes (con sentimiento de pertenencia) a un pueblo; el Publo Vasco. Euskalherria,Vasconia,Euskadi. Jamás hemos tenido (o nos hemos identificado) pertenencia a un imperio. Ni con las Cortes de Nabarra, ni con los Fueros y mucho menos con el Estatuto.
El concepto de ciudadano, disolvente del de identidad y/o pertenencia, encierra el espíritu de ciudad en un formato mercantíl de bajo coste, muy al gusto de todos nuevo rico (o aspirante a ello) y viajero acomplejado, que no le interasa distinguir un perrito caliente de un talo con txistorra; por ejemplo. Si a ello le unimos el nulo interés que demuestra por la cultura que le rodea, el resultado salta a la vista; pues manipulará siempre esa realidad que le incomoda.
El ciudadano no tiene historia, carece de memoria colectiva, su inconsciente colectivo es virtual; y lo que es peor, siempre se someterá al imperio de la ley imperialista, valga la redundancia.
Mi voto vasco nunca será asimilado por el voto de un ciudadano español. PUnto.
En sus escritos, Isaiah Berlin menciona, explícitamente, el nacionalismo vasco, como un peligro para Europa.