Imanol Lizarralde
Cuando los tiempos son duros, y la tristeza nos embarga, es una debilidad humana refugiarse en la nostalgia, en aquellas viejas melodías que nos recuerdan a un pasado más emocionante, viejos temas de tiempos pasados que son siempre mejores.
Por eso el viejo saxofonista revolucionario y aquellos que quieren acercarse a su swing siempre señalan sus fechas históricas con un objetivo para el presente, porque la nostalgia es también un elemento de lucha y de cohesión. Y porque el pasado puede idealizarse, en una nueva variación de la vieja melodía para que suene como conviene y no como sonó entonces.
La vieja melodía nos hace recordar divergencias como ocasiones perdidas. Es por ello que le conviene acompañar esas evocaciones de un halo que, en este caso, transformen la lavandería del Hotel Txiberta, donde el PNV y otros partidos vascos se reunieron con ETA en abril y mayo de 1977, en un escenario idílico de reconfortante calidez.
Fue el veterano saxofonista Otegi el que en su partitura-libro anterior a la ruptura de la última tregua de ETA quiso poner letra a esa melodía de encantador de serpientes: «La izquierda abertzale hizo una propuesta nítida a la salida del franquismo, buscó en Txiberta una alianza de todas las fuerzas democráticas vascas en torno al derecho de autodeterminación y les propuso abrir una interlocución de carácter nacional que buscara la ruptura con el franquismo e instalar en el país un escenario de democracia. Esa fue la propuesta de la izquierda abertzale que después ha mantenido constantemente a lo largo de treinta años»
Para dotar de mayor vigor dramático a este escenario Otegi cita una anécdota de la reunión en la que José María Beñaran, Argala, el jefe político de ETAm por aquel entonces, «puso una pistola encima de la mesa para decir ‘a lucha armada se acaba si aquí hay un acuerdo que permita abrir una negociación como pueblo con el Gobierno español’. Es decir, no había en la posición de ETA una estrategia de defensa numantina de la lucha armada». El viejo saxofonista quiere transformar el recuerdo del rudo radical en un delicado pianista que acaricia teclas, cuya pistola nos dice que en vez de humear susurraba acordes.
La vieja canción de Txiberta se una así pues a otras partituras de Loyola, Lizarra-Garazi e incluso a las exóticas armonías de Argel, para constituir otra ocasión perdida, notas rescatadas del olvido, un “casi casi” que cumple la impagable función de señuelo o, para seguir con la metáfora musical, de canto de sirena cuyo fin es atraer a los partidos políticos a los acantilados del desguace.
Y es que las «ligeras» variaciones que el saxofonista de aspecto bonachón ha introducido pretenden olvidar la partitura original del músico que puso la pistola sobre la mesa, Argala, que sonaba literalmente así en 1974: «(…) tampoco podemos jugarnos todas las cartas a la democracia (que de ningún modo puede considerarse el marco político donde los trabajadores vascos puedan ser libres) porque ello significa liquidar el único elemento verdaderamente inasimilable por la burguesía, la única garantía de conseguir nuestros objetivos finales: la lucha armada». Muy al contrario de lo que susurra la melodía Otegiana, la posición de las dos ETAs respecto a los instrumentos no-musicales como la lucha armada era de evidente validación de esta. Y el objetivo en esos momentos era que la lucha armada, que había dado sus frutos bajo la dictadura franquista, siguiera dando sus frutos bajo la “democracia burguesa”.
Joseba Azkarraga, que era uno de los músicos del PNV se ha unido recientemente a la orquesta afirmado que “todos los partidos y organizaciones de ETA llegaron a aquella cumbre con sus respectivas decisiones ya tomadas”, es decir, con la partitura bien aprendida. Quizás lo que algunos pretendían era que el PNV bajo la excusa de la improvisación jazzística se dejara llevar por la partitura trazada por los otros intérpretes y que el PNV no entrara como intérprete destacado y triunfal en Euskadi en el proceso político auspiciado por la reforma de Suárez y que no participara en el concierto de las elecciones de 1977. De este modo, el paso de la dictadura a la democracia no sería tal en Euskadi, donde se reforzaría un escenario de guerra, que era el que querían impulsar las dos ETAs. Porque querían que todos bailaran al son de su tétrica música.
El pretexto de los dos ETAs para tal exigencia era la falta de legalización de algunas «bandas» políticas (que a pesar de todo pudieron presentarse a las elecciones) y la falta de amnistía (quedaban en la cárcel 35 «músicos» de ETA). Eran pretextos pues a partir del concierto de 1977, y habiendo salido hasta el último tamborilero de ETA, ambas organizaciones armadas dejaron la pretendida melodía Otegiana por las trompetas de guerra ejecutando una ofensiva sangrienta mucho más fuerte que cualquiera de las que llevaron a cabo durante el franquismo, con un claro objetivo desestabilizador. Música de muerte para desestabilizar toda orquesta que no se plegara a sus gustos.
El viejo soulman Otegi vuelve a tocar la melodía de Txiberta para explicarnos la ocasión que perdió el PNV por su inexplicable sordera. La ocasión que perdió el PNV para renunciar a su propia música, para suicidarse políticamente, y promover el caos en Euskadi, que es lo que hubiera sucedido de haber aceptado las condiciones de ETA. Afortunadamante no fue así, y aunque estas notas melancólicas del blues otegiano se pierdan en el aire, volverán de nuevo con el aroma de un nuevo fracaso, de la misma forma que Ilma y Rick no podían resistirse a los recuerdos que perfumaban el piano del viejo Sam: «Tócala, Sam. Toca ‘El tiempo pasará'».
Fue en un cruce de caminos, en el Delta del Mississippi. Allí un joven músico pasó de estar en el anonimato a convertirse en un mito del Blues. Por el peculiar árbol que junto a él crece y los pastos que lo rodean podremos encontrarlo.
Cuenta la leyenda que en un cruce de caminos Robert Johnson hizo un pacto con el diablo: vendió su alma a cambio del don del Blues. Pasó de ser un músico mediocre a componer 29 de las mejores canciones de la historia del blues /“Cross Road Blues “, “Sweet Home Chicago”, “I Believe I’ll Dust My Broom”,… )
Eso cuenta la leyenda. Y también cuenta que Robert murió envenenado con whisky por un marido celoso, dueño de un bar en el que Johnson actuaba. Algunos dicen que murió de neumonía, otros que de sífilis. Su certificado de defunción apunta que falleció el 16 de agosto de 1938, en Greenwood, estado de Misisipi y que no hubo autopsia. Tenía 27 años. El final de leyenda nos cuenta que desde ese día en el infierno suena un blues triste que da la bienvenida a los que llegan cada día… cuenta la leyenda.
Euskadi es un país verde, rodeado de montañas y con unas nubes que casi permanentemente humedecen su paisaje. Un paisaje de leyenda…
Algunos de entre nosotros siguen viviendo en una infancia eterna, negándose a asumir que las leyendas son eso, leyendas.
Gran artikulo Imanol y gran komentario Urtine. Kasi entro en trace musikal gracias a vosotros. K no pare la musika!
Gracias chicos, ahora me pongo un poco de BBking y me doy otra leida al articulo imaginando la sala de Txiberta como el night club Casablanca, envuelta en un ambiente cargado de humo, calor y whisky.
Algo como este chiste, que nos aclara las formas de preparar esa buena bebida, como las diferentes formas de ver Euzkadi.
Cuatro vascos después del txoko, terminan amaneciendo después de una gran cena y la inevitable partida de mus, entran en un pub y el camarero les pregunta ¿que quieren tomar?, le responden que Whisky para todos.
El camarero, con desden les pregunta, ¿y como lo quieren ustedes?.
El primero le dice que con dos hielos, el segundo le dice que con un poco de soda, el tercero, solo sin nada, mientras que el ultimo calla mirando al camarero.
El camarero le mira y le pregunta ¿y usted?, el txokero gira su cabeza y mira el local y con esa borrachera controlada le responde, a mi gustarme, me gustaría con mucho humo y muchas putas.
Vamos como Txiberta, cada uno con un modelo diferente. y el Ugarte en la puerta vigilando.