Imanol Lizarralde
(…Continuación de este artículo)
Pese a que Eguiguren considera que no tiene responsabilidades de «calado» en la pifia del proceso de paz, no duda en señalar ilustres compañeros de viaje en la fallida operación. A propósito del proceso, dice que «tengo que decir que por primera vez se siguieron los procedimientos internacionales de resolución de conflictos con participación de organizaciones especializadas»»Teníamos la convicción de que iba en serio. Pero también la tenía las instancias internacionales que ayudaron»; e incluso apela a la asesoría de Tony Blair y Gerry Adams para justificar los contactos con ETA tras el atentado de la T-4.
¿Cómo es posible que algo tan atado y asesorado pudiera hacer aguas? Por que todos somos capaces de entender que los de ETA engañaran en Lizarra a los nacionalistas, que, al fin y al cabo, no siguieron los «procedimientos internacionales de resolución de conflictos», no tendrían organizaciones especializadas de fuste y les faltó la asesoría de socios internacionales tan brillantes como Tony Blair e incluso el líder del Sinn Feinn.
Pero es que además contamos el factor de la intensa relación personal gestada entre Jesús Eguiguren y el líder de Batasuna, Arnaldo Otegi. Curiosamente es parco en la efusión de datos acerca de la misma. Le alude una vez sin nombrarle y le nombra cuando el entrevistador le pregunta: «¿Cuál fue el comportamiento de Otegi en el proceso?» A lo que Eguiguren responde: «Tengo la sensación de que Otegi, en su apuesta por un acuerdo desde la legalidad, sabía que lo tenía difícil con ETA». Otegi no dudaba en decir en el 2005 que «la izquierda abertzale está en bloque en esta apuesta», como efectivamente lo está demostrando con sus movimientos político militares antes y después del proceso. Pero Eguiguren sigue extrañamente confiando en su compañero de tertulias de cinco años. Aunque el único dato que nos aporte sea la «sensación» que tiene. Es una pena que no simultaneara las charlas con Otegi con la lectura del documento llamado «La Izquierda Abertzale y el Proceso Democrático» de Batasuna, del 2006, que afirmaba que «si por la otra parte no hay voluntad o no hay suficiente madurez puede suceder que el proceso de interrumpa o quede frustrado» «si no hay posibilidad por la otra parte, la izquierda abertzale proseguirá su camino de lucha». Es una lástima que los socialistas, pese a sus asesores y cabezas amuebladas, nunca nos mencionaran esa posibilidad. O que siquiera Eguiguren pensara en ella.
Compone asimismo un contraste bastante chocante, la afirmación de Arnaldo Otegi de que «no se podría hablar de expectativas de solución sin haber trabajado durante años una vía de este tipo. No tendría sentido sin haber generado niveles de comunicación suficiente. Niveles blindados, que es algo importante. Hemos hablado en todas las ocasiones, pasara lo que pasara» (Mañana Euskal Herria, entrevista a Arnaldo Otegi, p. 131), acompañada de la de Eguiguren («convinimos en que aquella no era una tregua más, sino permanente, con el objeto de cerrar la página triste del terrorismo. Teníamos la convicción de que iba en serio»); con la afirmación posterior de Eguiguren de que «ETA cambió la decisión que había tomado de dejar las armas antes de que se produjera la primera reunión del proceso (…) Puede decirse que el proceso no empezó».
Años de conversaciones preliminares, blindadas, donde en cualquier circunstancia, hubiera bombas o muertos, se seguía conversando, van al garete en el momento en el que ETA y el gobierno comienzan a hablar en torno a una mesa. «Hoy, mi conclusión es que al poco de decretar la tregua, a ETA le entró el vértigo de decir adiós a las armas y pensó que el proceso ya no le valía, que era una rendición con un coste muy bajo para el Gobierno», explica Eguiguren.
Resulta escasamente creíble que la dirección político-militar de la izquierda radical mandara al traste el proceso por el calentón o la sensación de un momento comprometido. Más bien, como se deduce del documento citado de Batasuna, fue que tenían prevista la posibilidad de reanudar la actividad armada en unas determinadas condiciones. Pero en las palabras de Eguiguren también podemos deducir otra cuestión. Según el, ETA «pensó que el proceso ya no le valía». Era evidente que en las circunstancias del 2004, con Batasuna soportando todavía el bajonazo del 2001 y ETA desprestigiada y zarandeada, la posibilidad de la legalización, vía EHAK, de la opción de la izquierda radical, era muy atractiva. También estaba la cuestión de coartar la iniciativa de Ibarretxe, precisamente ayudando a que se pusiera en marcha y se diera de bruces contra la muralla de las Cortes españolas. Estas eran ventajas tácticas (que también lo eran para el PSOE) por las cuales la izquierda radical podía pensar que el proceso «le valía».
Pero en cuanto la izquierda radical vio que el listado de ventajas tácticas que le proporcionaban la tregua y el proceso de paz se acababan quiso subir el listón y presionar. El atentado de la T-4, que quería ser mera medida de presión, fue el detonante de la ruptura del proceso. De un proceso donde Batasuna decía que el PSOE podría ceder en todo por el prurito de haber solucionado el problema de la violencia, y en el que el PSOE pensaba que Batasuna se dejaría comprar por el plato de las lentejas de la integración en la política institucional. Al final resultaron caramelitos que ninguno de los dos contertulios quiso comer por que no se entró en el fondo de la cuestión: ni Batasuna iba a satisfacerse con una reforma estatutaria, ni el PSOE podía admitir la autodeterminación y la «territorialidad». Pero es que esto ambos lo sabían desde el principio. Lo que pasa es que mientras les duró el viaje les fue bien.
Eguiguren nos muestra un proceso de paz sin garantías ni seguridades en el cual lo que primó fue un contacto personal que sirvió a Batasuna y al PSOE para sacar algunas ventajas de la coyuntura política. La cobertura de estas ventajas (que nada tenían que ver con la paz, y si con los intereses particulares de ambos partidos) fue la instauración del «proceso de paz», la tregua, la declaración de negociación del Parlamento Español, las Conversaciones de Loyola… que resultaron ser el celofán de un cambalache entre cuatreros repartiéndose un botín. No niego la voluntad de paz de Eguiguren, ni siquiera la de Otegi. Pero (al contrario que Lizarra-Garazi) fueron primordialmente otras cuestiones que no tenían nada que ver con la paz las que movieron los hilos de este proceso fallido. Visto esto, los del PSOE no están en condiciones de pedir responsabilidades a los nacionalistas acerca de las acciones de ETA o de la izquierda radical. Estás acciones se dibujan en un escenario que el PSOE construyó al alimón con el MLNV. También el ataque directo del MLNV contra el PSOE es fruto de los años de mutua colaboración. No lo olvidemos.
Con la última conferencia de JL Bilbao, lo sociata está más de moda que nunca. Para cuando haya que pactar con ellos, habrá que tener en cuenta su jeta para que no nos la jueguen. Odón ya ha dicho que no quiere pactos con el PNV y va hacia un tripartito PSE-Aralar-EB. Eguiguren no se lo que opinará pero se le hará duro ir con el PNV después de haber maquinado un pacto con Batasuna para desplazar al nacionalismo.
Jetari stop!
En todo caso, las alianzas que se van perfilando tienen que tener serios fundamentos, al menos en los dos aspectos de construcción nacional y lucha contra ETA. Los abrazos precoces con el PSE nos pueden llevar a episodios bochornosos, como el de la derrota ‘ética’ de Arrasate. Una cosa es que la política haya relajado las adscripciones absolutas a los grandes proyectos ideológicos y otra diferente es confundir la ética con la táctica.
Mucho tendra k cambiar el talant del PSE xa poder hacer acuedos. Aunk claro, esta claro k el tripartito no sirve para mucho. Los presupuestos de la CAV se han aprobado gracias al apoyo a ZP en Madrid.
Madrazo, Azkarraga & company, creo k os kdan 2 telediarios!