Imanol Lizarralde
En diciembre de 1938 Antón de Irala, Secretario de la Presidencia del Lehendakari José Antonio Agirre, y Delegado del Gobierno Vasco de New York, junto con el sub-Delegado, Manu de la Sota, marcharon para Boise, capital del estado de Idaho, en viaje de autobús de cinco días, durmiendo en los asientos en aras de reducir gastos. No había terminado la guerra civil. Pero tras la caída de Bilbao el Gobierno Vasco, que anduvo entre París y Barcelona, deseaba hacer contactos y recabar fondos para las decenas de miles de desplazados por la guerra.
La caída del territorio vasco en manos de los franquistas supuso el exilio de la institución y también su expansión por otras tierras. El recién creado Gobierno quería tener presencia internacional. El objetivo fueron las numerosas colonias vascas formadas por emigrados. Cuando Irala y los de la Sota (pues también contaba Ramón de la Sota, sobrino de Manu) llegaron a los EEUU, las organizaciones republicanas españolas ya estaban en activo. La opinión pública apoyaba a la República, pero el gobierno de Roosevelt practicaba la no intervención.
El Gobierno Vasco estaba ausente. La mayor parte de la comunidad vasca de New York y Norteamérica era ajena o, a veces, políticamente enemiga de la institución a la que representaban Irala y de la Sota. Pero el tema de la guerra civil y sus incidencias era actualidad de vivo interés en la opinión pública norteamericana. Y por tanto, venían acompañados de la amplia publicidad provocada por la tragedia del bombardeo de Gernika.
Irala y de la Sota llevaban consigo los rollos de la película Guernika, documental de 23 minutos que fue lo que sobrevivió de un proceso de rodaje y de montaje muy problemático. La habían emitido en New York en el Centro Vasco con gran éxito. Valentín Aguirre, dueño del restaurant Jai Alai y cicerone de toda la emigración vasca a los EEUU, les facilitó las fichas de más de 3400 residentes y les señaló la existencia de una colonia vasca en el medio Oeste.
Manu de la Sota escribió, sobre ello, en un diario de reciente publicación (Viaje a Idaho,1938, Pamiela, edición de Maitane Iragorri), “nos hemos lanzado a una gran aventura” decía ahí. Irala y de la Sota quedaron admirados por dos factores que veían entrelazados: el vigor de la democracia norteamericana y el del colectivo vasco de Idaho, que también se extendía por Nevada, Oregon y Utah. Escribía de la Sota: “podríamos decir que la más nueva y rica democracia del mundo lleva prendido en su pecho, cual si fuese una joya antiquísima, el pedazo de la más vieja democracia(p. 20)”. Para aquellos hombres, envueltos en una guerra en la que tanto la izquierda como la derecha española supuraban espíritu intolerante y sanguinario, y Europa se veía atenazada entre Hitler y Stalin (que al año siguiente pactarían), fue alentador contemplar un estado democrático floreciente junto con una comunidad de compatriotas fiel a sus raíces.
Desde mediados del siglo XIX, huyendo de las “quintas”, es decir, de un servicio militar obligatorio, como el del Reino de España, que además era prolongado y peligroso, los pastores vascos fueron construyendo en la zona lo que Irala definió al Lehendakari Agirre como “un pequeño imperio bizkaino”, pues la mayoría llegaron de Ea, Ispaster, Amoroto, Lekeitio y de la zona fuertemente vascoparlante de los alrededores de Markina. Se añadirían gente de Iparralde, Gipuzkoa y Nafarroa, aunque todos ellos (incluidos vizcaínos castellanoparlantes) pronto se adaptarían al dialecto bizkaitarra de los primeros emigrantes que aun lo hablaron al menos durante tres generaciones.
Irala y Manu de la Sota llegaron a Boise el 5 de diciembre. Sin haberlo pedido, la prensa de la localidad anunció su venida. Se reunieron con sus responsables y el 8 de diciembre tuvieron una intervención en la radio, en la que Irala habló en euskara. Le decía al Lehendakari Aguirre: “No te puedes figurar la emoción de las gentes al oír hablar por radio en euzkera, somos nosotros los que por primera vez lo hemos hecho aquí. Ha sido bueno el elegir este medio de comunicación. La impresión ha sido muy grande, por los informes que hemos recibido lo ha oído todo el mundo y desde lejos y son muchos hombres los que han llorado de emoción”.
Visitaron al Obispo de la localidad (furibundo franquista que les negó la propuesta de que se trajese un sacerdote vasco), al Gobernador del Estado (republicano, cuando ellos se encontraban bajo el madrinazgo de Eleanor Roosevelt, la mujer del presidente demócrata); ahuyentaron a un representante de las Sociedades Hispánicas Confederadas, la organización de base del exilio republicano, que competía haciendo proselitismo; y, sobre todo, lograron la simpatía y el conocimiento de los vascos de allá, que los recibieron en sus casas, dispuestos a escuchar las penalidades de su país de origen bajo la bota franquista y a agasajarlos de la mejor manera: “durante estos días -escribió Irala al Lehendakari- no hemos tenido ni un minuto libre. No nos dejan un instante, siempre pendientes de visitas a vascos e invitaciones para comer y cenar. Por cierto, que en gastronomía están aun más adelantados que los nuestros, te sirven cantidades verdaderamente enormes en medio de un número de platos astronómico”.
(*) Historiador