Pello Sasiain
Serie: Genealogía Ética Vasca (IV)
Burujabetza: responsabilidad solidaria y relación
Desde la Genealogía Ética Vasca resulta problemático reducir la burujabetza a una identidad cerrada o a un signo de adscripción moral. Históricamente, la burujabetza fue una forma, propia de nuestra tradición política y social, de entender la relación como responsabilidad solidaria, vivida en tensión con la pluralidad, no contra ella.
Su fuerza no residía en la homogeneidad ni en la coincidencia plena de valores, sino en la capacidad de articular diferencias sin romper el vínculo. No exigía una misma visión del Estado, del individuo o de la comunidad, sino el reconocimiento mutuo como base mínima de una convivencia compartida en el cauce central de la sociedad vasca.
La lógica de bloques —«con nosotros o contra nosotros»— es ajena a esta tradición. Allí donde la burujabetza se convierte en frontera simbólica o en criterio de pertenencia excluyente, deja de ser herencia ética viva y pasa a funcionar como retórica de confrontación, incapaz de integrar a quienes se sitúan desde otras convicciones legítimas dentro de la propia sociedad vasca.
Auzolana: cooperación responsable y reconocimiento mutuo
En su sentido genealógico, el auzolana no es un valor abstracto ni un eslogan movilizador, sino una práctica ética de cooperación responsable, arraigada en la confianza mutua y en el reconocimiento del otro como parte del mismo tejido social.
El auzolana no nació para quienes pensaban igual ni exigía unanimidad ética o ideológica. Surgió precisamente como respuesta práctica en contextos de diversidad, donde la cooperación era posible sin acuerdo pleno sobre fines últimos, creencias o prioridades morales. Esa experiencia forma parte de la memoria práctica de la sociedad vasca.
Por eso, su invocación en contextos de polarización resulta contradictoria: no puede haber auzolana donde se niega el vínculo o se exige adhesión previa. Recuperarlo desde la genealogía ética implica devolverlo a lo cotidiano, a lo local y a la práctica concreta, como espacio donde personas con miradas distintas pueden cooperar sin renunciar a sus diferencias.
Estado, sociedad civil y continuidad ética
La Genealogía Ética Vasca permite iluminar otra deriva del presente: la tendencia a depositar en el Estado toda expectativa de resolución, como si la sociedad careciera de capacidad o como si solo desde lo institucional pudiera articularse lo común.
En una sociedad vasca plural, es legítimo que existan distintas posiciones: quienes confían más en la mediación estatal, quienes priorizan los derechos individuales, quienes ponen el acento en los deberes o en la cooperación social. La genealogía ética no pretende resolver esa diversidad, sino hacerla convivible, evitando que se transforme en ruptura o exclusión.
Históricamente, la convivencia y la cohesión social se han construido desde una sociedad civil vasca entendida como sujeto colectivo, capaz de generar normas, vínculos y sentido compartido más allá de la mediación estatal. Asociaciones, vecindad, cooperativismo, iniciativas culturales y espacios de mediación forman parte de una herencia cívica que no puede ser sustituida por decreto.
Cuando esta genealogía se olvida, el Estado deja de ser herramienta y pasa a ocupar el lugar de sujeto moral exclusivo, debilitando la autonomía social y empobreciendo la democracia.
Reanudar la cadena ética desde el cauce central
La Genealogía Ética Vasca no busca regresar al pasado ni sacralizarlo. Su tarea es reanudar una cadena interrumpida, distinguir entre tradición viva y tradición instrumentalizada, entre conflicto legítimo y ruptura del vínculo.
En tiempos de polarización inducida, esta genealogía ofrece una perspectiva más larga y más realista para la sociedad vasca: nos recuerda que los conceptos que heredamos no nos autorizan a excluir, sino que nos obligan a sostener la convivencia en contextos de pluralidad efectiva. Burujabetza, auzolana y sociedad civil solo conservan su potencia transformadora cuando se inscriben en una continuidad ética abierta, plural y relacional, capaz de integrar al conjunto de la comunidad política y social.
Quizá hoy el gesto más radical no sea reforzar trincheras ni elevar el listón moral, sino cuidar la herencia ética mínima que hace posible seguir viviendo juntos en este país sin renunciar a la diferencia. Ese es, en última instancia, el sentido profundo de esta Genealogía Ética Vasca y el horizonte ético de Gizabidea.