Joxan Rekondo

1. Al cumplir 130 años, a un partido que conserva un amplio apoyo social no queda menos que reconocerle el arraigo que ha adquirido en su pueblo y una gran capacidad de rearme y adaptación ante los cambiantes requerimientos de los tiempos que ha vivido. La persistencia del EAJ-PNV a la cabeza del sistema institucional público de la comunidad vasco-occidental muestra, además, su sólida imbricación con la cultura política predominante en nuestra comunidad.

Desde el inicio de su larga historia con la denuncia del antagonismo carlista-liberal, ha evitado promover situaciones de oposición polar entre vascos, buscando siempre salidas integradoras y revitalizadoras para la nación vasca. Su propia organización interna, al modo de un amplio cauce que ha reflejado -en algunos momentos clave, con gran éxito- la diversidad social vasca, le ha ayudado en su contribución a la vertebración transversal del país, armonizando en torno a un eje común las diferentes aspiraciones de sus fuerzas vivas. Es una conducta que no puede dejar de valorarse en un lugar como este, en el que hasta hace bien poco se ha promovido la violencia como estrategia consciente de fractura social y política. Sin duda, la buena reputación del PNV está estrechamente conectada con esta trayectoria.

Es cierto que el partido puede estar viviendo uno de los periodos críticos de su larga historia. Las señales más evidentes han sido la caída en votos producida en casi todas las convocatorias del ciclo electoral 2023-2024. Pero, seamos rigurosos: los resultados electorales no pueden constituirse en el fondo de la crisis de un nacionalismo vasco que no puede ser identificado como un mero aparato electoral. Se ha producido una erosión paulatina del potencial generativo de orientación e integración social que este movimiento ha sido capaz de producir durante décadas y que ha impulsado eficazmente la reconstrucción de la comunidad nacional. Los propios dirigentes del partido han apuntado que los factores más críticos de su actual situación están relacionados con el debilitamiento de la dinámica organizativa y el decaimiento de la conexión social de la línea ideológica.

Sin duda, a todo partido político le gustaría poder afrontar una etapa de crisis con el suelo electoral y la presencia institucional de los que dispone actualmente el PNV. Ahora bien, sería una grave equivocación pensar que la revisión que necesita este nacionalismo centenario debería limitarse a colocarse lo mejor posible ante lo inmediato, o a pensar que la catarsis necesaria ha de ceñirse a engrasar los aparatos del partido. Es necesario pensar más allá de la próxima campaña electoral. No todo es gestionar la oportunidad o colocarse bien ante ella. Si realmente se busca actualizar la tradicional idea del ‘pueblo en marcha’ se requiere, por el contrario, actuar con otra perspectiva.

2. El sentido práctico con el que los nacionalistas vascos han afrontado los desafíos históricos no se puede confundir con un simple oportunismo. La resonancia del legado de la generación de Agirre es todavía perceptible entre nosotros. La identificación del actual nacionalismo vasco con la continuidad de las ideas y experiencia de aquel extraordinario colectivo forma parte de su fortaleza reputacional. Sí eran gente con un sentido muy práctico de la vida y la política; pero a la vez desarrollaron un pensamiento político de gran nivel, articulado en torno a la libertad de la persona y su desarrollo integral, incardinado en la cultura histórica del país y orientado hacia el autogobierno nacional y la justicia social. Tenían claro que, para el sostenimiento y progreso de nuestro pueblo, hay que atender principalmente a una conformación justa y armónica de lo social. Lo nacional y lo social están íntimamente compenetrados, diría Agirre, y quien lo desconozca “trabaja por su propio exterminio”. De esta posición, ahora mismo podríamos concluir que las crecientes desigualdades socioeconómicas (o los nuevos frentismos culturales) pueden desintegrar la comunidad nacional.

El pensamiento no se crea de la nada. Las ideas siempre surgen a partir de la experiencia y de su revisión crítica. La reactivación ideológica del nacionalismo no podrá hacerse dando la espalda a la historia del país y a su propia trayectoria. Un partido con 130 años de historia, no puede dejar de pensar con sentido histórico, con una perspectiva de construcción paciente de la historia. Una de las cosas que da sentido a la mirada del largo plazo es el reconocimiento de las posibilidades que otorga disponer de una identidad narrativa duradera. Cuanta más y mejor tradición histórica tiene un grupo (tal como un partido) o comunidad más flujo experiencial puede aportar a la innovación que necesita, y está indudablemente mejor dotado para reconstruirse tras una época adversa.

Sin embargo, la narrativa humanista del nacionalismo vasco puede olvidarse o esterilizarse si no se actualizan sus esquemas conceptuales y se someten al debate público y a la acción práctica. En nuestro caso, esa función no puede endosarse única y exclusivamente al partido. El nacionalismo es un movimiento de ancho espectro –‘un pueblo en marcha’- que se extiende más allá del ámbito de la competición electoral y de los apremios de la coyuntura política. Los nacionalistas que nos movemos en otros órdenes sociales (cívico, económico, cultural, académico, …) también podemos, desde nuestra propia posición, contribuir al rearme ideológico y la activación social del movimiento.

3. Hoy vivimos un periodo político que se desenvuelve bajo el predominio del clima tóxico que emana del reñidero madrileño, en el que se están derrumbando paulatinamente los pilares que cohesionaban el sistema constitucional del 78. En el debate público vasco, parece que las demandas de nuestra política están relegadas a una posición secundaria. La penetración del clima madrileño proyecta sobre nuestra comunidad una sombra de confrontación de bloques (izquierda/derecha) que se reproduce constantemente a través de los medios vascos, aunque no se corresponda con nuestra realidad sociológica.

Los nacionalistas vascos deberíamos evitar vivir bajo el contagio de las angustias matritenses, y centrarnos más en los debates y las acciones que se plantean para resolver nuestras necesidades y demandas y pensar menos en nuestra participación en los ‘juegos de tronos’ de la capital española. ‘Salbatu omen Espainia oro, oro Nafarroa salbu’, entonan Etxamendi y Larralde en la canción Otxagabian para expresar la gran decepción de nuestra gente ante el engañoso papel histórico del carlismo. La lección a evitar está ahí perfectamente expuesta: los carlistas y los requetés supeditaron constantemente la causa vasco-navarra a las pretensiones de los promotores del cambio de régimen.

En sus 130 años de bagaje, sin embargo, el nacionalismo no tiene tradición de alineamiento con las diversas alternativas a la dirección del Estado. No debemos olvidar que su aproximación a una u otra de ellas se ha producido únicamente en circunstancias excepcionales cuando la causa a defender era la propia democracia o cuando se han dado condiciones adecuadas para una interlocución seria que beneficiara directamente a la causa nacional vasca. En este sentido, es preciso reconocer que el nacionalismo vasco no puede evitar jugar en el escenario español, buscando siempre diálogos realistas con los interlocutores más favorables para la agenda vasca. En todo caso, el ‘ser o no ser’ del PNV no se juega en Madrid; y este partido tampoco tiene posibilidad alguna de resolver esa espiral de degradación sin solución en la que está inmersa la actual política española.

Definitivamente, el marco espacial en el que hay que activar un resurgimiento nacionalista está situado aquí, entre vascos y en territorio vasco. En esta tarea, lo más aconsejable es obrar sin impaciencia, con un auténtico sentido histórico y abriendo posibilidades que puedan verificarse más allá del futuro inmediato.

Gai honetako beste sarrerak / Otras entradas relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *