Joseba Kortadi
Hegemonía. EH Bildu es la única fuerza vasca que explicita su pretensión hegemónica, como parte que quiere patrimonializar el todo político. Es una hegemonía para impulsar una transformación, que no se plantea como golpe de mano, sino como evolución natural. Ese proceso transformador, aunque requiera una entrada hegemónica en los ámbitos de poder, parece representarse como un simple recambio generacional. Sería el empuje de lo nuevo frente a la inercia de lo viejo, evitando proyectar toda imagen de ruptura con los basamentos culturales e infraestructurales de lo social [Línea Política: 100, 106]. En este contexto, el disfraz de PNV (la ‘forma nacional’) es operativo. Parece querer decir que es lo de siempre, solo que hecho por jóvenes. Pero los contenidos pueden decir otras cosas.
En apariencia, los seis puntos de encuentro [LP: 126] pueden propiciar una convergencia de amplio cauce. Ahora bien, ¿en qué medida su contraste con la realidad ambiental y las pretensiones hegemónicas de EHB puede abrir nuevas ‘guerras [de posiciones] culturales’? Gramsci es el primer gran teórico de las ‘guerras culturales’. Cabe la pregunta: en medio de tales guerras, ¿es posible sobrevivir como comunidad nacional? Las líneas de cambio que se esbozan en la ponencia no están libres de matices y controversias [LP: 117], pero se sostienen en vanguardias intelectuales que se ajustan casi exclusivamente a necesidades que son funcionales a los esquemas que benefician directamente a EHB.
Las tres transformaciones. La representación de las tres transformaciones [LP: 79] es una formulación ‘ad hoc’ para ubicar la genealogía política de EHB en la centralidad vasca del último medio siglo, y para legitimar así su protagonismo futuro. La Primera Transformación se sitúa en los años 60, y con ella se quiere identificar el Resurgimiento comunitario de aquella época. El corolario que EHBildu (que es ya la marca electoral de la izquierda abertzale) quiere trasladar en esta ponencia es que aquella gran movilización popular de signo constructivo ha de entenderse como la infraestructura en la que se engendró la ETA que dio curso primero a la violencia y luego al terrorismo. Se está reconstruyendo, por lo tanto, un relato para que la reconstrucción pueda entenderse como efecto de una acción pacífica complementaria a la acción violenta (simplificada como una faceta más de la resistencia).
A partir de ahí, la Segunda Transformación (a partir de 1980) se habría ejecutado con las competencias del Estatuto, logradas por la continuidad de la misma complementariedad, que representarían el PNV (línea político-institucional) y el MLNV (resistencia político-militar). Este relato puede tener un apoyo paradójico en las tesis de un sector de un españolismo cada vez más fuerte, incluso con gran penetración en Euskadi (Gaizka Soldevilla -CMVT-, Txema Portillo, …), que dicen que la ‘concesión’ del Estatuto fue condicionada por la presión terrorista.
Movimientos populares. La ponencia ‘Zutunik’ declara que los movimientos populares que deberían impulsar la Tercera Transformación carecen de un ‘norte claro’ [LP. 135]. Aunque se autocritica por no haber logrado situar a esos movimientos en la “lógica de un proceso soberanista” [LP: 27], el liderazgo de EHB en tal misión se podría ver avalado por su aporte histórico (desde la resistencia) a las dos grandes transformaciones desarrolladas con anterioridad, por la fortaleza de su actual posición (como una mayor implantación electoral en dos de los tres territorios de la CAV que otros partidos, y con una presencia en el legislativo común equivalente al primer partido del país) y por su mejor posicionamiento como intelectual orgánico (partido integrado con creadores de pensamiento) en el desarrollo de los contenidos que el párrafo 117 de la ponencia asigna a la tercera transformación citada.
¿Empoderar o controlar? Cuando se lee que EHB pretende un “nuevo impulso comunitario que viene de la mano del municipalismo transformador” [LP: 149], puede darse la tentación de identificar este impulso con el Auzolan. Aunque no se puedan anticipar las dinámicas sociales que seguirán a las iniciativas que están poniendo en marcha con arreglo a estos programas, no parece que la previsión política sea esa. Más bien parece que el poder público es el ‘palo del almiar’, el pilar que distribuye el poder [LP: 146]. Si nos olvidamos de la obstinación de la izquierda abertzale por controlar -hegemonizar- lo que se mueve en la esfera de los social, podríamos verle sentido a que las instituciones públicas respondan a una necesidad de ‘empoderamiento’ del asociacionismo civil para que se active con la autonomía que le corresponde. Pero, parece otra cosa. Si de lo que se trata es de impulsar una constelación de organismos sociales que sean subalternos de un proyecto político, perderá la comunidad nacional vasca.
Centralismo democrático. Hay quien todavía ve la línea institucional de EH Bildu desde los parámetros de su antigua etapa. No es así. Ya se ha dicho que su ‘lucha’ principal es institucional. A lo largo del texto se expresa de diferentes formas. Su nuevo plan pivota en torno a una “estrategia de toma de poder” (sic) que necesita un “pilar de abajo arriba” que luego lo distribuya [LP: 146]. Quien ha seguido de cerca el funcionamiento histórico de la izquierda abertzale conoce que la dispersión hacia abajo de las competencias institucionales no significa necesariamente margen de autonomía para las instituciones municipales, puesto que la ejecución podrá ser descentralizada, pero sujeta a una programación estratégica detallada del eje central, que es el poder de partido. En realidad, puede definirse como un sistema disperso de control centralizado que acogota las posibilidades de los agentes sociales en el desempeño de la subsidiariedad. A partir de ahí, habría que invertir la frase que aparece en este párrafo [LP: 165]. En realidad, para EHB, el municipalismo es clave para construir un proyecto de país hegemonizado desde arriba hacia abajo. Es el clásico centralismo democrático que tiene su origen en la tradición leninista.