Joxan Rekondo

1. Tenemos una demanda apremiante de memoria colectiva. Sin representaciones comunes que compartir, se debilitan los vínculos que atan a las personas entre sí y que ligan a estas con el conjunto de la comunidad. Toda sociedad necesita transmitir experiencias, y con ellas valores. La desconsideración hacia esta ineludible tarea social nos dificultaría el afianzamiento de un sentido común de pertenencia, y la reintegración social en torno a este de todas las víctimas de las violencias políticas.

En ese camino, nos encontramos con dos actitudes que obstaculizan la respuesta adecuada a esa demanda. Por una parte, los que desechan el valor de la experiencia histórica como legado útil. Por otra, los que creen que la búsqueda de una memoria social compartida es un peligro para el ejercicio natural de la pluralidad social. Sin embargo, las personas y los pueblos que desechan las enseñanzas que provienen de su historia (desmemoria), pierden el sentido de sus vidas y quedan expuestos a nuevas formas de dominación. En relación con la segunda objeción, cabría decir que es imposible convivir, crear relaciones y desarrollar solidaridades sin una disposición a aprender desde lo vivido en común. Lo que quedaría, en ese caso, no es pluralismo, sino fragmentación. Tras todo tipo de crisis, las sociedades siempre aspiran a recomponerse. Y no es posible construir futuros desde el desarraigo y la segregación social en diferentes silos desconectados entre sí.

Ahora vivimos en un tiempo en el que la memoria está en el foco. Eso no quiere decir que esa misma dimensión de la memoria esté a salvo de la dialéctica ideológica. Lo que a su vez significa que quien no se sitúe -o no lo haga honestamente- en ella no podrá aportar nada que sirva de lección para el futuro.

2. Tras un largo periodo de violencia y quiebra social, un clásico de la memoria (Halbwachs) recomienda “recomenzar en el punto en que fuimos interrumpidos” para retomar el hilo de continuidad. La memoria colectiva es de carácter proyectivo. ‘Katea ez da eten’, dice el conocido aforismo. El pensamiento que busca proyectarse hacia el futuro surge desde la experiencia que se retiene del pasado.

En nuestro caso, en la batalla de las memorias, pocos aluden al punto de inicio de la violencia como ‘lucha armada’, que busca justificarse en su surgimiento en un ambiente de confrontación con la dictadura. ¿Es del nacionalismo vasco su germen originario? ¿Es verdad que, en aquel comienzo, nadie objetó la procedencia y legitimidad de tal violencia? Para buscar la respuesta, se hace necesario ir al origen, al escenario histórico en el que se produce el corte ideológico que desencadena la espiral que provoca una tragedia duradera, aunque fracasada en sus logros políticos.

En la operación que sugiere el autor clásico, al revisitar el momento de inicio y sus debates, la tentación consiguiente puede ser saltar hasta la actualidad marginando todo lo que ha sucedido y continuar como si la actividad criminal de ETA no hubiera existido. No debe ser así. No podemos dar la espalda a la trágica experiencia de sufrimiento y dolor ocasionados.

Ahora bien, si el examen de la época de la violencia lo reducimos únicamente a cómo operó esta y la gran tragedia que ocasionó, la sentencia del juicio moral sobre el comportamiento ante los hechos indagados de la sociedad coetánea sería tan tremenda como injusta. Por eso, es conveniente establecer un balance histórico y distinguir, en la herencia que hemos recibido, el aporte catastrófico del terrorismo del legado luminoso de aquella mayoría de personas y fuerzas que, frente a la vía de las armas y los explosivos, recurrieron a medios comunitarios para reconstruir y levantar un país que se hallaba en un auténtico trance agónico. Era una enorme manifestación patriótica, entendida la patria como ‘la mano que trabaja’ (Adrian Celaya Ibarra).

Qué duda cabe que, en el último franquismo, la espectacularidad de las acciones violentas de ETA, que sus actuales sucesores vienen a llamar Euskal Matxinada, ha llegado a opacar esa acción comunitaria, pacífica y cooperativa, que nosotros colocamos en línea de continuidad con la tradición asociativa del Auzolan. Una razón más para reivindicar, junto con los comportamientos que nos avergüenzan (como el terrorismo que se justificaba tras el contencioso vasco), las experiencias alentadoras que merecerían integrar una memoria colectiva democrática que refleje con la mayor fidelidad lo que hemos vivido.

3. Evoquemos brevemente el escenario. Una dictadura duradera, legitimada y sostenida por la violencia más despiadada. Las casas vascas ejercieron de ‘tuto refugio’ de las ideas y personas perseguidas. “Diktadorearen aginpidea etxeko atean amaitzen da”, clamaría el lehendakari Agirre. Los hogares se tenían por lugares seguros para la transmisión del discurso oculto. Algunos investigadores hablan de un fenómeno de ‘clandestinidad colectiva’ (Pérez-Agote).

El núcleo principal de la legitimidad democrática operaba desde el exterior, estimulando un movimiento intenso en el interior. La Gran Asamblea de París (1956) integró exterior e interior y planteó una Unión en la resistencia y en la reconstrucción. La resistencia como mera oposición al régimen no lograría transformar la situación de dominación mientras no se produjera un vuelco en el poder. La referencia clásica de la lucha resistente se podría quedar, por tanto, en una mera impugnación del poder político del enemigo. Pero, se estaba produciendo una desnacionalización acelerada que requería no solo resistir, sino reconstruir. En ese contexto, los hogares constituían una espléndida plataforma para empujar la reconstrucción cultural. «Bildu zaitezte etxietan eta zabaldu, ikasi eta irakatsi bestiei gure euzkera… Erria askatzeko politika erabilli bear da, baña abertzaletasunak euzkeratu bear dau Euzkadi» (Agirre). No menos de 25.000 familias (según testimonio de Ander Manterola) estarían implicadas en reactivar la euskaldunización del país.

4. A comienzos de la década de los 60 del siglo XX, las fuerzas propias del país actuaban con mayor o menor discreción, pero ya estaban abriéndose desde la intimidad de los hogares hacia fuera, superando la presión del régimen para desplegarse paulatinamente hacia el espacio público. Se estaba produciendo un extraordinario florecimiento en los ámbitos cultural y educativo, en el asociacionismo cívico o la esfera asistencial, a los que había que añadir un gran impulso del emprendimiento económica, con una llamativa germinación de pequeñas empresas y cooperativas. En lugar de crear y fetichizar eslóganes vacíos de compromisos reales, que es el recurso al que se acude en la actualidad, el resurgimiento de aquellos años se apoyó en la institucionalización de capacidades auténticas de acción y cooperación.

La clave estuvo en la socialización de un espíritu de confianza en el dinamismo vasco tradicional y el gran potencial que podría desprenderse de las personas que se asocian para el bien común. A partir de ahí, el pueblo vasco estaba de nuevo en plena marcha. Los que no confiaron en que la capacidad de reacción social de este pueblo pudiera ser sostenible, creyeron que la única alternativa posible era el ejercicio de la violencia. Por esta razón, crearon ETA. Pero, la decisión explicita de ‘matar y morir’ no se justificó primordialmente en las necesidades propias de la causa vasca, si no en la simple emulación de los Movimientos de Liberación que la propagación del maoísmo chino activó en el Tercer Mundo.

5. Hoy buscamos un rearme espiritual. La decantación de aquella experiencia no tan lejana en nuestra memoria colectiva puede sernos altamente provechosa. En nuestro interior, disponemos de huellas evidentes del espíritu que alumbró aquellos logros en el pasado. Son los eslabones de una cadena que no apresa ni inmoviliza, sino que libera y activa. Podemos reavivarlas o desatenderlas. Es una responsabilidad que nos corresponde a las gentes del presente. Pero, no desconocemos que, a partir de aquellas huellas, se nos transmiten lecciones muy válidas. Que nuestra fortaleza como pueblo reside en afianzar el sentido de común pertenencia y activar la conciencia patriótica más allá de las típicas categorizaciones abstractas. Una patria vasca que, definitivamente, no podría verificarse sin el empuje concreto de los miles de ‘manos’ que realmente trabajan, se ofrecen y son capaces de asociarse y actuar por el bien común, que no puede implicar otra cosa que la búsqueda incesante del bien de todas y de cada una de las personas que, ahora o en el futuro, estén radicadas o vayan a estarlo en esta comunidad. Katea ez dadila eten.

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9 comentarios en «Katea ez dadin eten»

  1. Para completar este artículo el libro «Matxinada contra Auzolanen» es una buena ayuda. Este libro, en el mundo del abertzalismo humanista, debería ser considerado como uno de los más importantes de los últimos tiempos.
    El artículo y el libro nos recuerdan que aquellas prisas destructivas para un «nuevo amanecer» no consiguieron nada, salvo la muerte, el dolor y la ruina. Y que la reconstrucción del país vino de la mano de los «fracasados».

  2. Hori ez da nire herria, nire herrian ez dago katerik.
    Ezta zure mailako espezialistak informazio-koadroak aurkezten. A zer koadroa, zurea!

  3. Joxan Rekondo forma parte de la historia de Hernani. Durante muchos años concejal, fue alcalde en los periodos de 1991 a 1999 y de 2003 a 2007,

  4. Eskerrik asko informazioagatik, Zein zaila den jakitea zer esan nahi duzuen kate-toak.
    Ondo lo egin!

  5. “Nunca discutas con un estúpido, te hará descender a su nivel y allí vencerá por experiencia»

    Con fun dido , Para tí la » perra gorda » .

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