Engracio Aranzadi «Kizkitza»: La siembra de una patria (1)

Esta serie de artículos recoge la conferencia ofrecida por el doctor Patxi Agirre el 19 de Diciembre en la Fundación Sabino Arana (Irudia: Sabino Arana Fundazioa)

Patxi Agirre

“La siembra de una patria”, el título que he elegido para  encabezar esta conferencia, no es una elección casual ya que  alude a “Ereintza” (siembra) el último libro  escrito por nuestro protagonista en 1935, apenas un año antes de su fallecimiento en Bilbao el 12 de febrero de 1937, un Bilbao aún libre del fascismo, un Bilbao democrático  liderado por el Gobierno de Euzkadi del lehendakari Agirre.

Mucho se ha hablado y poco se ha escrito de Engracio Aranzadi y, a día de hoy, más allá del estudio introductorio que Luis Castells Arteche realizó sobre la obra “La Nación Vasca” de 1931, no existe ninguna biografía completa del abertzale donostiarra. Toda una paradoja, si tenemos en cuenta que Aranzadi Etxebarria utilizó la palabra escrita (libros, infinidad de artículos en prensa) como principal vía  de afirmación  de Euzkadi como nación libre y  como instrumento de arraigo social y expansión de la ideología nacionalista vasca, cuya aparición fue considerada por él como “el acontecimiento más grande que se registra en el orden secular de nuestra patria” ya que el despertar nacional vasco generado  por Sabino Arana se producía en un contexto en el que, por ejemplo, el geógrafo anarquista francés Elisée Reclus afirmaba unos años  antes que el pueblo vasco  iba a desparecer a causa de la expansión de una modernidad que acabaría con su singularidad y con su idioma.

 Aranzadi nació en Donostia en 1873 pero a diferencia de sus padres, también nacidos en la capital guipuzcoana, su abuelo paterno era natural de Ezquioga, hoy Ezkio, pequeña localidad situada en la frontera entre las comarcas del Goierri y el Alto Urola. De siempre, Engracio Aranzadi mantuvo una gran afinidad con aquel pueblo de sus ancestros, hasta el punto de que el  seudónimo que más utilizó en su prolífica y brillante carrera periodística, “Kizkitza”  se correspondía  con un topónimo de la zona,  un lugar cercano al caserío familiar llamado Arantzadi (lugar de zarzas o espinar).

Tras  obtener  la licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca (1891), Aranzadi comenzó a dar sus primeros pasos en el mundillo  periodístico a través de varios artículos publicados en el diario católico donostiarra “El Fuerista”. El 27 de agosto de 1893,  Aranzadi, que ideológicamente fluctuaba entre el regionalismo y el separatismo, publicó un artículo sobre el Gernikako Arbola, pleno de sentido poético y añoranza de las viejas libertades vascas que terminaba así: “Nosotros ante el nuevo árbol de Guernica, con la rodilla en tierra y esperanza en el Cielo que siempre premió los esfuerzos de un pueblo que por él suspira, lo mismo hoy día de luto y lágrimas que mañana acaso de felicidad, en todo tiempo y lugar, embargados de inefable entusiasmo cantaremos con el simpático e inspirado bardo euskaro: Adoratzen zaitugu, arbola santua”.

Ese mismo día en Donostia, los asistentes al concierto de la Banda Municipal  de Música pidieron que se ejecutara el “Gernikako Arbola”. Ante la negativa del director, una muchedumbre se dirigió al  grito de ¡Vivan los Fueros! y ¡Muera España! al Hotel de Londres y de Inglaterra, establecimiento donde se hospedaba el  presidente del gobierno el liberal Mateo Práxedes Sagasta. La ola represiva desplegada desató un amplio movimiento de respuesta vasquista tanto en Gipuzkoa como en Bizkaia.  La pregunta  es obligada, ¿Fue la exaltación fuerista algo casual o incidió en ello el artículo de Aranzadi?. El propio autor del texto expondría años más tarde que tan solo fue “una extraña coincidencia”, pero tampoco sería descabellado pensar en la enorme influencia ejercida por el escrito de Aranzadi en el empoderamiento fuerista de aquellos grupos ciudadanos.

En 1895, el año en que terminó sus estudios de Derecho en Deusto y el  mismo año en que Sabino Arana puso en marcha el proyecto nacionalista, Aranzadi conoció a quien llamaría “El Maestro” y el “inmortal caudillo” a través de su profesor  de Derecho Procesal, D. Daniel Irujo Urra, padre de Manuel Irujo Ollo. Fue el inicio de una fructífera colaboración periodística, una intensa relación epistolar, una profunda coincidencia de pensamiento político y una gran relación de amistad no exenta, como en todas las grandes relaciones, de ocasionales desavenencias.

Aranzadi envío a Arana Goiri varios artículos para su publicación en el periódico mensual “Bizkaitarra” que Sabino dirigía en Bilbao. Uno de ellos, titulado “La invasión maketa en Gipuzkoa” y firmado con el mitológico nombre de “Basojaun”, condenaba la inmoralidad del veraneo donostiarra y sus consecuencias para un despertar nacional vasco que Aranzadi, lo explicaremos más adelante, entendía desde una visión tradicionalista. Era un texto rotundo y sin medias tintas que molestó sobremanera a los militares por este párrafo: “Entre aristócratas y plebeyos, llegaban a Donostia militares que dan miedo, porque no les cabe en el cuerpo el que les ha sugerido Maceo, pero que lucen mucho el uniforme y el imponente sable virgen lleno de roña”. Se refería Aranzadi en su alusión a José Antonio Maceo Grajales, apodado “El Titán de Bronce”, jefe del ejército libertador cubano que amenazaba la tiranía colonialista española.

Por ello, en un contexto en el que ya asomaba  en el horizonte la conocida en España como “crisis del 98”, el texto fue calificado por la autoridad gubernativa como atentatoria contra la seguridad del Estado y se decretó la suspensión de “Bizkaitarra”, el cierre  del “Euzkeldun Batzokija”, la prisión para su junta directiva y, cómo no, el encarcelamiento de Sabino Arana Goiri.

Años más tarde, recordando aquellos sucesos, Aranzadi se preguntaba que podía temer en aquellos tiempos  Cánovas del Castillo -el conservador jefe del gobierno español- de un partido como el PNV que sólo podía mantener una sociedad y un periódico mensual. Como recordaréis, Canóvas murió en 1897 asesinado por el anarquista italiano Angiolillo en el balneario de Santa Agueda en Arrasate-Mondragón.

En su primera estancia en la cárcel  de Larrinaga, Sabino no reveló la autoría del texto firmado por Basojaun y pidió a Aranzadi, a través de una carta enviada por su abogado, que cruzase la frontera y se estableciera en Iparralde para evitar problemas. También le solicitaba lo mismo Luis Arana en una sentida carta: “Le aconsejo con el corazón; pase la llamada frontera. Mi hermano jamás le descubrirá a usted, aunque lo fusilaran”.

Refugiado en Hendaia, seguía manteniendo una estrecha relación epistolar con Luis Arana, quien le informaba de que las autoridades judiciales no encontraban modo de castigar a Sabino y este finalmente, quedó en libertad a principios de 1896. Sin embargo, algo había ocurrido en aquel intervalo: Aranzadi, llamado por el cónsul español en Hendaia, declaró, “en la inteligencia de que Sabino no había de sufrir por mí” que él era el autor del infausto artículo. Fue el de Aranzadi un acto de amistad y respeto a la figura del “Maestro” pero al tiempo un acto  erróneo desde el punto de vista procesal, un error que le pudo haber  costado el procesamiento.

Durante aquel periodo, Sabino le hizo partícipe de los avances que registraba la implantación nacionalista: “En cuanto el partido esté consolidado en Bizkaya – le decía- convocaremos a los nacionalistas  de los estados hermanos a una reunión”.

Finalmente, Aranzadi pudo volver a Donosti el 25 de junio de 1896, lamentando profundamente no haber podido acudir al sepelio de su querido aita.

Fueron aquellos primeros  años, muy difíciles para la implantación del nacionalismo, principalmente en Gipuzkoa. Para que os hagáis una idea. En 1896, el periódico “Bizkaitarra”, tenía en este territorio tan solo 47 suscriptores.

En enero de 1897, nuestro protagonista obtuvo   por oposición la plaza de oficial letrado en la Diputación Foral de Gipuzkoa, entonces gobernada por sectores conservadores.

También por aquellas fechas, Aranzadi recibió el encargo de Sabino para repartir en Gipuzkoa, prioritariamente en cafés carlistas e integristas, y a través de unos pocos jóvenes, la hoja titulada “El partido carlista y los Fueros Vasco-Nabarros”. Detenidos los vendedores y secuestrada la mercancía, el Gobernador denunció al presidente de la Diputación porque un empleado suyo, Aranzadi, difundía hojas separatistas. Finalmente, y aunque se había abierto un expediente informativo, el jeltzale donostiarra pudo seguir en su puesto laboral.

Ese mismo año, -año en que también tuvo que disolverse por orden de Cánovas la sociedad “Euzkeldun Batzokija”- salió a la luz el periódico semanal “Baserritarra”, auspiciado por los hermanos Arana y cuyo propósito era despertar conciencias en favor de la causa nacional vasca. Aranzadi fue el encargado  no sólo de difundirlo en Gipuzkoa, sino de colaborar “con el calor del entusiasmo” a través de  artículos que firmaba con el seudónimo de “Lartaun”.

Aquel mismo año, el diario integrista donostiarra “El Fuerista”, aquel en el que empezó a escribir Aranzadi, comenzó una aproximación al campo nacionalista vasco que generó cierta discrepancia entre Aranzadi y Sabino Arana. El primero, veía positiva esta nueva inclinación gradual y pausada; al segundo, no le bastaba dicha inclinación sino un cambio mucho más real, un cambio que debía producirse sorteando el riesgo de caer en el liberalismo euskalerriako, espacio político que Sabino condenaba entonces.

Como escribió Aranzadi en su libro de 1935 “Ereintza”, considerada por algunos autores como la obra inicial de la literatura histórica nacionalista, la alarma de Sabino se debía “al temor de que su ideal degenerara en regionalismo por la influencia de los elementos euskalerriacos, fluctuantes entre el separatismo y el viejo fuerismo”.

A pesar de aquellos desencuentros, el Bizkai Buru Batzar decidió en 1898   colaborar con el diario “El Fuerista” con la condición de que Sabino ejerciera de  censor de los escritos que se remitieran y de que estos se remitieran a través de Engracio Aranzadi. Ese mismo año, el PNV entraba por la puerta grande en la política institucional saliendo elegido Sabino Arana diputado por Bilbao y también ese mismo año,  el diario “El Fuerista”, nada más y nada menos que el Domingo de Resurrección (la instauración del Aberri Eguna es bastante más tardía) incorporó a su portada el lema Jaungoikua ta Lege Zarra y editó en euskera toda la sección religiosa..

La crisis española era toda una realidad y el 2 de abril  el periódico católico bilbaíno “La Tralla” publicaba un duro alegato imperialista, opresor y racista contra el pueblo cubano y contra el ejército estadounidense: “Venga la guerra sin cuartel para nadie ¡Matar! ¡Robar! Hay que pelear como asesinos, no como caballeros, contra esos salvajes. ¡Españoles! Tened por cierto que toda clase de venganza nos será perdonada por el mundo civilizado”. Con la muerte de Maceo por las tropas españolas, el paroxismo españolista llegó a su cénit y dada la asfixiante atmósfera social, el diario “El Fuerista” decretó su cierre. Tal como expuso Engracio Aranzadi, se ponía fin a “11 años de existencia y solo 20 días de vida nacionalista”.

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