Gabriel Mª Otalora

Tenemos interiorizado que el Sistema (con mayúscula) no funciona; al menos es lo primero que pensamos cuando “todo el mundo” lo critica y tiene pinta de ser estructural. Pero no es fácil librarse del Sistema porque nosotros también formamos parte de él si tenemos en cuenta que funciona con nuestro dinero, somos usuarios del mismo y estamos necesitados de la calidad de sus servicios. Se mira a las instituciones públicas pidiendo soluciones para todo. Y hacemos bien, porque estamos en un Estado democrático de Derecho. La reflexión me lleva a que este Sistema nuestro, imperfecto, es el mismo que facilita educación universal, sanidad pública, pensiones, carreteras, servicios sociales y culturales… sin olvidar el larguísimo rosario de instituciones sin ánimo de lucro que complementan, mediante subvenciones y convenios, la labor de la administración pública, proporcionando asistencia y medidas preventivas en múltiples situaciones de enfermedad, exclusión y desamparo.

Otra cosa es cuando vamos al detalle numérico de los datos de los servicios públicos y nos sorprendemos porque son mejores de lo que sospechábamos, con una calidad a la cabeza de las Autonomías del Estado; la CAV y Navarra, Navarra y la CAV, casi siempre liderando la mayoría de estadísticas de calidad de los servicios prestados por nuestras administraciones públicas, aunque algunos titulares afean dichos datos cuando la realidad es mucho mejor que el titular. Y eso que nuestros servicios públicos para sí los quieren otros, o eso dicen esos otros con una punta de envidia.

La calidad general del Sistema tiene que bregar con sus limitaciones y mejoras pendientes, pero sobre todo con algunas informaciones torticeras y la comunicación poco eficaz del propio ente público informador, incapaz de evitar que solo veamos la botella medio vacía. Hemos interiorizado que parte del deterioro social es por causa de unos servicios inflados o escasos, caros y despilfarradores. Si queremos exigir, exijamos la mejora del desempeño profesional con incentivos y mayor rigurosidad en la eficacia de la gestión personal con los usuarios. Una verdadera política estratégica de gestión de personas al nivel de sus competencias en conocimientos. Que la calidad humana sea también un sello distintivo más allá del temperamento personal de quienes nos atienden. Ocurre en muchas grandes corporaciones, no sería inventar nada nuevo.

A pesar de este importante déficit, es justo señalar que lo mismo ocurre en la sociedad, donde no se salvan ni siquiera muchos profesionales que atienden las barras de los bares, y digo atender por decir algo; un bar es un lugar de encuentro y descanso, donde la amabilidad debiera ser ley como parte del servicio prestado. Nuestra sociedad está crispada y llena de actitudes personales quejosas y a veces hasta poco humanitarias en las múltiples situaciones relacionales que nos reclama el día a día con los conciudadanos. Me refiero a las escasas muestras de afecto, a los saludos amables, la sonrisa del corazón, la paciencia básica que solaparía muchas incomprensiones ante el tropiezo del vecino… Todo eso que tanto agradecemos cuando el Sistema nos recibe con una sonrisa y nos atiende con tacto y profesionalidad.

La calidad relacional humana no es patrimonio de los servicios públicos; surge en lo cotidiano con los demás, ya sean familia, amigos, vecinos o quienes se cruzan en el súper fuera de nuestro círculo, y no se merecen la indiferencia. Vivimos parapetados tras las trincheras políticas, sociales, culturales, religiosas, y ahora raciales, por la inmigración cercana. Nos centramos y exigimos planes, objetivos, medios, recursos, mejoras… pero hemos olvidado la calidez humana. Ya no se habla del amor como la actitud esencial de la convivencia con el semejante que necesita de mi apoyo, mi sonrisa, o simplemente de un poco de tiempo sin juicios ni reproches. La desdicha nuestra es que nos olvidamos de amar, aunque nos defendamos argumentando que amamos como nos da la gana.

Bien cerca de nosotros se rompen por dentro quienes no pueden más ante la fragilidad que les ha tocado; sufren ante las actitudes desabridas de incomprensión e impaciencia en cuanto hay un atisbo de desahogo. No habrá mala intención, pero el daño concreto puede ser inmenso en términos de convivencia. Es importante insistir en una cultura que muestre un poco más de atención a la gente cercana, que a todos nos tocan cosas. El ser humano no está hecho para la cantidad, sino para la calidad. Lo esencial ocurre en las raíces, y eso se vive o no se vive, pero es lo que configura la temperatura social de una comunidad y el impacto en nuestro nivel emocional.

Seremos exigentes y muy solidarios con las grandes causas, aunque lo cierto es que el nivel de una sociedad no se mide solo por eso, ni siquiera por la eficacia del Sistema, con lo importante que es, sino por la calidad relacional social en el trato cotidiano con los demás, que es lo que verdaderamente crea lazos sanos de comunidad y nación. Ay, las personas… es ahí donde nos lo jugamos todo, en lo cotidiano, aunque expertos no faltan para desviarnos la atención hacia una botella casi vacía, a ver si entre todos herimos de muerte al Sistema, y de paso logramos endurecer nuestra convivencia.

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