Gabriel Otalora
Cuando algo florece en el desierto, señal de que hay vida. No solo me refiero a algunos cactus, sino a flores con pétalos de colores (rojas, fucsias, blancas…), como la llamada rosa del desierto, que es todo un símbolo de que la esperanza puede florecer incluso en las condiciones más duras.
Creo que ocurre algo similar en los humanos. Allí donde la vida ha sido maltratada por el odio hasta extremos increíbles, también es capaz de crecer la esperanza en la convivencia humana. Nos centramos más en los secarrales desérticos, deshumanizados, que en poner la atención en las flores solidarias que crecen en la aridez aparentemente absoluta. Plantas de vida, algunas de ellas con gran belleza y poder de transformación.
Ya me referí en estas mismas páginas a experiencias como la del judío Simon Frankental y su asociación de familiares de palestinos y judíos víctimas del conflicto por ambos lados, que no pararon de enfrentarse pacíficamente a Ariel Sharon, primer ministro israelí de infausto recuerdo. O la iniciativa de Daniel Baremboin poniendo en marcha su maravillosa orquesta de palestinos y judíos que ha dado la vuelta al mundo visualizando lo mejor del ser humano.
Nunca deberíamos olvidar la iniciativa Glencree, aquel grupo de familiares de víctimas de ETA, del GAL y de otros grupos de extrema derecha. En esta localidad irlandesa se produjeron los primeros encuentros entre víctimas de violencias de distinto signo. En el sufrimiento de la violencia injusta no hay diferencias, se dijo. Al principio fue una experiencia durísima, claro, pero ya lo dijo Maixabel Lasa: “Estos encuentros validan la defensa de que entre diferentes se puede vivir, se puede convivir”.
Sin olvidarnos de la Vía Nanclares, con encuentros entre víctimas y victimarios para otorgarse el perdón no solo por parte del agresor, sino la aceptación del mismo por parte de la víctima, que no sé yo cuál de las dos actitudes es más difícil.
Ahora me refiero a otra experiencia extraordinaria, otra rosa del desierto. Se trata de la aldea Neve Shalom-What al Shalam (que significa “Oasis de paz” en hebreo y en árabe), ubicada a pocos kilómetros de Jerusalén, donde conviven en armonía, respeto mutuo e igualdad familias palestinas e israelíes, desde hace décadas. No es una casualidad, sino una iniciativa de Bruno Hussar, dominico y profeta de la reconciliación; un judío egipcio convertido al cristianismo que se tomó en serio crear un espacio donde las personas pudieran vivir juntas a pesar de las diferencias políticas y religiosas. La iniciativa comenzó en 1970.
Este ejemplo de convivencia pacífica ha logrado que acudan a su escuela primaria bilingüe y binacional niños y niñas de las aldeas cercanas para educarse en clave de paz. Esto no quita para que en las actuales circunstancias extremas del exterminio de Gaza se viva el miedo a la guerra, y se lloren “todos los muertos”. Las presiones que soportan son enormes, sabiendo que el gobierno israelí ha proclamado que no está por la labor de dos Estados, y que Hamás lleva en su acta fundacional el objetivo de aniquilar el Estado de Israel. Pero las muestras de apoyo y solidaridad a nivel mundial son tan estimulantes como poco divulgadas.
El dominico Hussar se había escandalizado por el conflicto eterno entre judíos y palestinos, judíos y cristianos, musulmanes y árabes cristianos, incluso entre árabes y entre judíos… “Nadie tiene interés en mirarle la cara al otro”, decía.
Eso le motivó a idear la aldea Nevé Shalom que es un aldabonazo frente a la realidad trágica de Israel y Palestina. En un terreno árido de apenas 40 hectáreas de Judea en la que no crecía ni un árbol, comenzó su proyecto de convivencia. Hoy es el día en que convive un centenar de familias judías, musulmanas y cristianas en una zona arbolada, con unos 300 chavales a los que sus maestros les hablan en el idioma propio, respetando sus costumbres y cultura. Es el único lugar en Israel donde los niños judíos y palestinos crecen y estudian juntos.
Diálogo interreligioso, desarrollo de la espiritualidad que integre los problemas en lugar de aislarlos y no se encastillen en el corazón humano. Es su manera de facilitar la construcción de un relato común y el respeto por la convivencia desde opciones y sentimientos diferentes.
El pueblo actual tiene alcalde, elegido democráticamente y en forma alternativa. Otra idea audaz de Hussar fue crear la Escuela de la Paz por la cual ya han pasado casi 30.000 jóvenes entre 15 y 18 años. Él murió a los 85 años soñando con un nuevo proyecto de refugio-comunidad para los pobres y vagabundos. Fue propuesto como Nobel de la Paz en 1988 y 1989.
Los habitantes de este milagroso pueblecito están logrando que su ventana abierta a la convivencia entre diferentes, enfrentados por la violencia, sea un mensaje universal desde el epicentro mismo del odio más acendrado de la historia. Nevé Shalom es la flor en el desierto que anuncia la vida más fuerte que la muerte y nos hace valorar ciertos heroísmos. Que cunda el ejemplo.