Gabriel Otalora
De vez en cuando suelo leer alguna novela decimonónica por aquello de que los clásicos literarios aportan claves atemporales además de la consabida sesión de goce literario. En esta ocasión, ha sido León Tolstoi y su ensayo Lo que debe hacerse, en el que el propio escritor visita los barrios más pobres de Moscú tomando conciencia de la enorme desigualdad existente entre los privilegiados y los miserables hambrientos. En esta reflexión sobre la condición de los más débiles y la pérdida de la dignidad humana puso la voz a quienes carecían de ella. Y lo hizo cuando ya era un escritor afamado.
Mientras leía este reportaje de investigación, mezcla de análisis político-económico y guía para acción individual, en esas fechas se conmemoraba el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza 2022, dedicado este año a recordar la necesidad de iniciativas solidarias frente a los múltiples desafíos globales cada vez mayores. Casualidad o no, salió publicada también la noticia del informe del Instituto Nacional de Estadística, en el que se señala el incremento del riesgo de pobreza en base a los datos de 2021, es decir, un 27,8%, casi un punto más respecto a 2020. Todos los indicadores coinciden en afirmar que este dato podría ser bastante superior destacando el incremento de las personas pobres con estudios medios y universitarios e incluso de pobres que tienen un empleo.
Dicho informe destaca el máximo riesgo de pobreza en Ceuta (43%), Andalucía y Extremadura (38,7%) y Canarias (37,8%), es decir, diez puntos por encima de la media. País Vasco y Navarra suman un porcentaje del 16% y 14,7%, respectivamente, a pesar de que también han empeorado sus porcentajes.
La coincidencia temática se completa con Cuca Gamarra, portavoz parlamentaria del PP, acusando a Sánchez de “desempolvar la lucha de clases”. Y con Antonio Garamendi, líder de la patronal española cuando dice que “no se debe hablar de ricos y pobres porque radicaliza la sociedad”, olvidándose que la brecha entre ricos y pobres aumentó en 2021 más que en los últimos 13 años, y que los datos españoles de pobreza y desigualdad son los más altos de la Unión Europea.
Por todo ello, me he animado a traer a Tolstoi a estas páginas como lo que fue, alguien deseoso de entender la miseria buscando historias de tantos seres desgraciados que han acabado perdiendo la calidad mínima de vida y hasta la dignidad humana. Pero su relato no se queda en un mero recuento de realidades de pobreza miserable. Lo edificante del texto es que Tolstoi se encuentra un mundo en medio de aquél ambiente sórdido en que la verdadera generosidad desempeña un papel fundamental. Sorprendido, se enfrenta a la paradoja de que los que nada tienen logran ser solidarios con los otros excluidos sociales a base de gestos y acciones nobles, fraternales podríamos decir; de que existían muchas personas dispuestas a ayudar desinteresadamente a los todavía más necesitados, Como el caso que cuenta de la mujer enferma de fiebre puerperal a la que una prostituta le cuidaba a su bebé y había abandonado para ello su oficio hacía ya dos días.
Ante la pregunta, ¿qué van a dar lo que nada tienen? Tolstoi descubre que la ayuda posible, que supone a la postre la mayor necesidad, no se solucionaba con dinero solamente, sino con tiempo (escucha, compañía, calor humano…) y cuidados. Para las personas explotadas y desconsoladas la limosna de dinero no es suficiente, necesitan de la atención compasiva. Estas reflexiones suponen una llamada de atención también a ciertos altruismos que pretenden lavar la conciencia en lugar de comprometerse desde la solidaridad que nos reclama acciones concretas. El escritor ruso escribe sobre la importancia de ponerse al servicio del prójimo luchando contra la resignación y la indiferencia. O dicho de otra manera, limitarse a no perjudicar al prójimo no basta. Lo más interesante del relato es esto, precisamente: su descubrimiento de que la verdadera generosidad existe entre quienes nada tienen, pues la precariedad no les hace ser necesariamente egoístas o miserables de espíritu. Incluso todo lo contrario, como en el caso de la prostituta al que me refería.
En el caso que nos ocupa -nuestro pequeño país- no podemos refocilarnos en las cifras que muestran nuestra posición ventajosa muy por debajo de la media (27,8%), al sumar un 15% (País Vasco y Navarra) de riesgo de pobreza, cuando además ha subido la cifra respecto al año anterior. Es muchísima gente si lo focalizamos en personas y familias concretas, aunque nuestras políticas en inversión y gestión socioeconómica marquen la diferencia liderando el dato de menor riesgo de pobreza.