Joxan Rekondo
1. Se cumplen 80 años de la gira que realizó el lehendakari Agirre por América Latina, en la que pronunció diversas conferencias ante los vascos de la Diáspora americana. Conferencias imprescindibles para poder comprender su filosofía política, fundamentada en una idea positiva de la persona, que logró impregnar la acción política del Gobierno Vasco que presidió. En octubre de 1942, en Caracas y La Habana, Agirre disertó sobre el valor referencial que la defensa de la libertad y la dignidad humanas adquirían en el espíritu que los vascos habían mostrado a lo largo de su historia política. Espíritu que se expresaba de manera explícita en el Fuero. Espíritu antiguo, pero que todavía hoy sigue vigente en algunas de nuestras instituciones sociales y en la memoria política de un amplio sector de nuestro pueblo.
Ante nuestra actual tendencia a controvertir en todo cuanto hace referencia a acontecimientos históricos protagonizados por vascos en lugares situados más allá del árbol de Malato, el primer lehendakari advertía del mayor prestigio y originalidad de nuestra historia interna, y acaso menor de aquella historia hacia fuera. Precisamente, el mayor peso de aquella vendría a estar asegurado por ser una historia “llena de respeto al hombre y llena de fervor por la libertad”. En la base del sistema se hallaba la memoria de la larga lucha contra los ‘jauntxos’, cuya mejor expresión fueron las torres desmochadas, y que llevó a consagrar la nobleza universal, “un principio democrático… que pretende igualar a todos levantando al pueblo, no rebajándolo” (La Habana, 11 octubre 1942).
“El espíritu civil vasco no resiste que la dignidad humana, sea por vía de tormento, sea por otra causa cualquiera, sufra detrimento”, manifestó Agirre en Caracas (7 octubre 1942). De ese espíritu se derivaban la prohibición taxativa de las detenciones arbitrarias y de la tortura, la protección de la vida doméstica y la morada o las garantías ante procesos de carácter penal.
2. En su intervención en La Habana, el lehendakari Agirre sostuvo que fue a causa de esta visión radicalmente humanista, al otorgar absoluta preferencia a este afán de defensa cerrada de la persona frente a toda amenaza (pública o privada) de dominación, por lo que nuestros antepasados prefirieron sacrificar o prescindir de la dotación de determinados atributos externos de soberanía. Aun así, se dotaron de instrumentos que garantizarían que las disposiciones contra la libertad se tuvieran por ‘no otorgadas’ y se desoyeran. Unos instrumentos (como el ‘pase foral’) que mostraron plena vigencia ante los sucesivos intentos de dominación por parte de la Corona y sus funcionarios.
Al hablar de las normas forales vascas, el primer lehendakari destacaba su espíritu civil o popular. Lo cierto es que dichas normas no encajan con el tipo de derecho que puede ser elaborado por una camarilla de dogmáticos jurisconsultos y se aplica sobre una realidad social con la que tiene escasa conexión directa. Al contrario, se trataba del vigor normativo de los usos y costumbres que, surgidos a partir de la vida corriente y arraigados en la mentalidad social, se establecían como ley. Era un espíritu que, aunque con formulaciones diversas, presenta características muy comunes en el conjunto de Vasconia.
En una definición tan breve como sugestiva, el Fuero Nuevo de Bizkaia (1526) se reconoce como “más de alvedrío, que de sotileza, é rigor de derecho”. De acuerdo con Adrián Celaya, “el albedrío foral es el triunfo del buen sentido por encima de dogmatismos doctrinales”. Ahí se evoca la ductilidad del ‘Eskubide’ que, frente a la rigidez del Derecho latino, Irujo relacionaría con el acto de voluntad ejecutado con una inteligencia realista. Es decir, nos hallaríamos ante la muestra más evidente del apego de nuestros predecesores a lo que después se ha denominado principio de subsidiariedad. En el fondo, un sistema jurídico que buscaba proteger la autonomía de acción de las personas libres y las comunidades en las que se apoyaban, y que venía a ser la expresión idiosincrática de su fuerte sentido práctico, asociativo y democrático.
3. Las cuestiones planteadas por Agirre en las conferencias americanas son perfectamente actuales. El sentido de la democracia, el problema social y la libertad de los pueblos, temas de rabiosa actualidad que giran en torno a la dignidad de la persona. La relectura de aquel Agirre nos sugiere muchas cosas. Representaba una generación que proyectaba “un sistema social original y práctico en el pueblo vasco” (Bogotá, 28 agosto 1942). En esta línea, el lehendakari nos ofrece referencias humanistas que son útiles para hoy, para revisar y perfeccionar la democracia vasca que hemos construido y para buscar soluciones que reviertan el alejamiento de la sociedad respecto a la política.
La necesidad de perfeccionar la democracia vasca no se refiere solo a lo que podemos ganar en el ámbito del poder público, al que terminamos transfiriendo todas nuestras crisis. Si se trata de que el presente y el futuro estén principalmente en nuestras manos, sería un error creer que la comunidad vasca solo se puede organizar con la vista puesta en las capacidades de autogobierno disponibles en el sector público, a la vez que desatendemos (o mutilamos) las potencialidades que presentamos en los ámbitos no-públicos, provenientes de las comunidades vecinales o de la sociedad civil organizada.
Mientras el Estatuto vasco siga abierto en canal, el contencioso continúa vivo y no podrá encaminarse hacia su futura resolución. En este marco, la tentación de circunscribir nuestra acción a la confrontación política con el Estado está ahí. Por supuesto, es verdad que necesitamos competencias políticas y garantías de que se cumple la voluntad popular. Pero, no debemos dejar de recomponer permanentemente nuestra historia interna, puesto que lo democrático y lo comunitario se cimentan en el suelo social que nos obligamos a compartir cotidianamente, lugar en el que realmente se verifica en qué medida hemos logrado la provisión del bien común.
Cuando el Gobierno Vasco identifica ‘bien común’ con ‘Auzolan’, refleja adecuadamente la preeminencia de los factores que necesitamos reanimar: tejido vecinal-asociativo y trabajo. Esta tarea es inaplazable, y llama a la responsabilidad de todos los vascos. Más que en otras dimensiones (simbólicas o institucionales) a las que apelamos constantemente, es en la fortaleza de esa dinámica social (asociativo-comunitaria y económica) donde reside la auténtica garantía de la pervivencia de nuestro sentido nacional.